¡¡Exijamos lo Imposible!!
Carlos Salinas y otros expresidentes de México
Miguel Ángel Granados Chapa
MÉXICO, D.F., 19 de septiembre.- Cualquiera que haya sido, fracasó el propósito del presidente Felipe Calderón al invitar a la cena del 15 de septiembre a los cinco expresidentes vivos (algunos de ellos vivísimos). Sólo dos acudieron: su correligionario Vicente Fox, con quien Calderón mantiene una relación ambigua y oscilante; y Carlos Salinas de Gortari, quien aprovechó el convivio para hacer política, como está en su naturaleza. Se abstuvieron Luis Echeverría, Miguel de la Madrid y Ernesto Zedillo.
En Palacio Nacional, Salinas explicó su presencia como una contribución a la unidad nacional. Con su reconocida sagacidad, recogió la expresión varias veces pronunciada por su anfitrión, quien todavía el lunes 13 retornó a esa idea –que en él es como una cantaleta, consciente como está de la polarización causada por su ascenso a la Presidencia. Salinas retomó ese propósito y quiso obsequiarlo. Pero su presencia se sumó a la de Fox, que en campaña lo desdeñó llamándolo Salinillas y acabó aceptándolo como cómplice en la maniobra para desprestigiar primero y desaforar después a Andrés Manuel López Obrador.
Si el objetivo de la invitación a los expresidentes era ofrecer un fresco de la unidad nacional encarnada en esos exmandatarios, el propósito no se logró. En otros tiempos, la imagen de que los expresidentes reunidos significan la unidad nacional ha sido fructífera. Manuel Ávila Camacho, como lo recordó el propio Salinas, convocó a sus antecesores en septiembre de 1942. México acababa de entrar en la Segunda Guerra Mundial y pareció conveniente al hermano de Maximino (el general Andrés Ascensio de Arráncame la vida) mostrar que las querellas internas, sobre todo las producidas por la Revolución, habían quedado atrás. Asistieron al Grito, en un acto que entonces se llamó “de acercamiento nacional”, los expresidentes De la Huerta, Calles, Portes Gil, Ortiz Rubio, Rodríguez y Cárdenas, citados en el orden cronológico de su presidencia. El acto fue significativo por la presencia de Cárdenas y Calles, quienes apenas seis años antes habían roto y ahora encarnaban interpretaciones opuestas de la Revolución en el poder.
Después del Grito, los invitados se fueron a su casa. En cambio, casi una veintena de años después el presidente Adolfo López Mateos convocó a sus predecesores no sólo a reunirse, sino a aceptar responsabilidades en su gobierno. Algunas designaciones rayaban en el ridículo, como la que recayó en Ortiz Rubio como representante del gobierno en el patronato de la Asociación de Ingenieros y Arquitectos. O significaban muy poco, como en el caso del presidente convencionista Roque González Garza, quien recibió nombramiento de coordinador de las obras del gobierno federal en la Vega de Metztitlán; y, casi en el mismo nivel, el encargo hecho al otro Adolfo, Ruiz Cortines, quien aceptó con desgano ser delegado fiduciario de Nacional Financiera en el Fideicomiso de Minerales Metálicos no Ferrosos. Otras encomiendas tuvieron relevancia, ya porque la tenían de suyo o porque los expresidentes les dieron sustancia. Este último fue el caso del general Lázaro Cárdenas como director de la Comisión del Balsas (ya lo era de la correspondiente al río Tepalcatepec), de Miguel Alemán al frente del Consejo Nacional de Turismo y de Abelardo Rodríguez como presidente de la Comisión Nacional de Pesca: ambos organismos eran consultivos pero sus titulares los dotaron de funciones sustantivas. Emilio Portes Gil ya era director de la Comisión Nacional de Seguros y fue confirmado en su cargo en esta oportunidad, el 7 de diciembre de 1961.
Surcaban a la República entonces fuertes tensiones, resultado del enfrentamiento de corrientes poderosas: el Movimiento de Liberación Nacional, encabezado por Cárdenas, y el Frente Cívico de Afirmación Revolucionaria (llamado Frente Cínico en la revista de izquierda Política), que agrupaba al alemanismo y al callismo. El efecto mexicano de la Revolución Cubana, la movilización sindical que se gestó durante el sexenio anterior, y el creciente papel de algunos intelectuales (casi todos vinculados a la Universidad Nacional) como “conciencia del país”, obligaron a López Mateos a afianzar su poder mostrándose por encima de los “ismos” que ventilaban sus querellas. De allí su convocatoria a los expresidentes, que todos atendieron.
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