Es motivo de orgullo que, a pesar de que han querido destruirnos, no lo han logrado ni lo lograrán. No sólo porque tenemos autoridad moral, sino porque las mujeres y los hombres que participamos en esta lucha, profesamos un profundo amor por nuestros semejantes y, más allá de alevosías y frente a todo tipo de adversidades, mantenemos la firme convicción de construir una sociedad más justa, más humana y más igualitaria
domingo, 24 de enero de 2010
Sigue el escándalo del pederasta Marcial Maciel
El sacerdote Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y del Regnum Christi, fotografiado en México
¡¡Exijamos lo Imposible!!
La increíble vida de Marcial Maciel
El fundador de los Legionarios de Cristo fue pederasta, tuvo hijos con varias mujeres y plagió el libro de cabecera del grupo. Tantos 'pecados' ensombrecen la beatificación de Juan Pablo II, su gran protector
JUAN G. BEDOYA 24/01/2010
Marcial Maciel soñaba con ser proclamado santo universal... y acabará en los infiernos más profundos de su iglesia. Los últimos descubrimientos sobre la doble y exagerada vida del famoso fundador de los Legionarios de Cristo y del grupo sacerdotal Regnum Christi no dejan lugar a dudas, y eso que aún no ha concluido la investigación ordenada hace un año por Benedicto XVI. Lo que ya se sabe es demoledor. El líder de uno de los más exitosos movimientos del nuevo catolicismo no sólo fue notorio pederasta y drogadicto. También tuvo hijos -al menos cuatro, quizá seis- con varias mujeres, plagió descaradamente el libro de cabecera legionario, titulado El salterio de mis días, e impuso a toda la organización un cuarto voto de silencio para guarecerse de denuncias. Uno de sus antiguos colaboradores le acusa incluso de haber envenenado a su tío abuelo, el obispo Guízar, que avaló la exitosa carrera eclesiástica del ambicioso sobrino en el convulso México de los años treinta del siglo pasado.
"Un guía eficaz de la juventud", según piropo de Juan Pablo II
"¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia!" Este clamor le valió un pontificado al entonces cardenal Joseph Ratzinger. Lo pronunció en un vía crucis en abril de 2005, a punto de reunirse el cónclave para elegir al sucesor de Juan Pablo II. El todopoderoso prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex santo Oficio de la Inquisición) sabía de qué hablaba. Los cardenales electores, también. Sobre la mesa del Papa anterior, Karol Wojtyla, se habían acumulado acusaciones de pederastia contra miles de sacerdotes, y también quejas por el encubrimiento de esos delitos por algunos jerarcas en Estados Unidos, Irlanda, Italia, Austria e, incluso, España. El alemán Ratzinger aparecía como el único de los reunidos con información y autoridad suficientes para atajar tal estado de cosas.
El propio Juan Pablo II no se libraba de las críticas. Por citar sólo el caso del fundador de los Legionarios, a la mesa de trabajo del Papa polaco habían llegado durante años cientos de denuncias sobre las andanzas y desviaciones del sacerdote Maciel. El Pontífice las despreció. Maciel era uno de sus preferidos. Llenaba plazas y estadios de fútbol en los viajes del líder católico por el mundo, junto al otro movimiento de moda, el Camino Neocatecumenal del español Kiko Argüello. Aquella protección contra toda lógica amenaza ahora con ensombrecer la anunciada beatificación de Juan Pablo II, a poco que funcione la famosa y vieja figura -desaparecida como tal- del abogado del diablo en todo proceso de canonización.
Cuando el todavía cardenal Ratzinger clamó contra la "suciedad" interna en su iglesia, los cardenales se convencieron de que era el hombre a elegir. Dos días más tarde lo hicieron Papa, el 19 de abril de 2005. Fue entonces cuando se empezó a cavar la tumba del hasta entonces intocable fundador de los Legionarios. Una de las primeras medidas anticorrupción del pontífice Benedicto XVI, en mayo de 2006, le alcanzó donde más dolía. Maciel debía abandonar Roma apresuradamente, y retirarse a su México natal. También debía dejar el poder en manos de alguno de sus colaboradores. La decisión del Vaticano parecía humillante -Maciel era obligado a llevar "una vida reservada de oración y penitencia, renunciando a cualquier forma de ministerio público", se le ordenaba-, pero no acalló el escándalo. Demasiado poco castigo para documentadas acusaciones de abusos sexuales en varios países. Como disculpa, Roma apeló a la edad avanzada del encausado, casi nonagenario. Maciel moriría poco más tarde, en enero de 2008, en Cotija (Michoacán, México). Asunto zanjado, suspiraron sus antiguos amigos en el Vaticano.
Se equivocaban de punta a cabo. Además del clamor dolorido de las víctimas, que pusieron el grito en el cielo por la benevolencia de Benedicto XVI, ahora entraban en escena autoproclamados hijos y mujeres de Maciel reclamando atención y derechos. Todo empezó en Madrid, adonde Maciel venía con frecuencia, a veces discretamente. Al fin y al cabo, fue aquí donde fue recibido con los brazos abiertos en 1941, nada más fundar en México el movimiento de los Legionarios de Cristo, con apenas 20 años de edad. El ministro de Asuntos Exteriores de entonces, el democristiano Alberto Martín-Artajo, fue el encargado de introducirlo en la nacionalcatólica sociedad franquista. Hoy, los Legionarios cuentan en España con una Universidad -la Francisco de Vitoria, en Madrid-, varios seminarios y cientos de colegios, entre otras muchas propiedades.
Los primeros rumores sobre la doble vida de Maciel provocaron un revuelo morboso entre algunos legionarios, abrumados, sobre todo, por las acusaciones de pederastia, que hasta Roma avalaba oficialmente. Si su adorado fundador conoció mujer y tenía una hija, eso espantaba, según ellos, las sospechas del horrendo pecado de pedofilia. Así que lo que debía ser gestionado en sumo secreto, pronto fue un clamor público, filtrado desde dentro. Maciel no sólo tuvo aventuras amorosas, sino que en Madrid vivía una hija suya, con nombre, apellidos y un número de portal concreto en unos lujosos apartamentos de la calle de Los Madroños. La chica, ya madura -la madre murió hace años-, se llama Norma Hilda y ha pactado silencio a cambio de una pensión vitalicia. Quien selló el acuerdo y se ocupó de que la rocambolesca historia acabase ahí fue el mismísimo secretario de Estado vaticano, cardenal Tarcisio Bertone, durante una visita semioficial a España. Ocurrió en los primeros días de febrero del año pasado. El dinero no fue un obstáculo. Hace décadas que en ambientes hostiles el grupo del Maciel es conocido, con ironía, como los Millonarios de Cristo.
Animado por el éxito del apaño maquinado en Madrid, Benedicto XVI tomó otra decisión, con la esperanza de difuminar el escándalo. Ordenó que la investigación se extendiese a toda la organización. El argumento de la medida era inatacable: si el fundador legionario había llevado una vida de crápula, ¿cómo es que nadie de su entorno lo advirtió y denunció? Para encontrar respuestas, el Papa nombró a cinco "visitadores", todos ellos obispos: Ricardo Blázquez, de Bilbao (España); Giuseppe Versaldi, de Alessandria (Italia); Ricardo Watty, de Tebladpic (México); Ricardo Ezzati, de Concepción (Chile), y Charles Joseph Chaput, de Denver (EE UU). Watty inspeccionaría en México y Centroamérica; Chaput, los centros legionarios de Estados Unidos y Canadá; Versaldi, los de Italia, Israel, Corea y Filipinas; Ezzati, los de Suramérica, y Blázquez, los de Europa, con la excepción de Italia. Para facilitarles el trabajo, el Papa, único que puede atar y desatar esas cosas en la confesión católica, derogó el cuarto voto de la Constitución legionaria, que obliga a los seguidores de Maciel a confesarse sólo con sus superiores y a guardar secreto de los conflictos internos.
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http://www.elpais.com/articulo/reportajes/increible/vida/Marcial/Maciel/elpepusoc/20100124elpdmgrep_6/Tes#despiece1
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