miércoles, 20 de enero de 2010

Que tragedia la de Haití a 206 años independiente

¡¡Exijamos lo Imposible!!
Estrictamente Personal
Raymundo Riva Palacio
* La tragedia de Haití.
20 enero 2010

rrivapalacio@ejecentral.com.mx

Los desastres naturales siempre encuentran en los más pobres los principales destinatarios de su furia. Haití es el último ejemplo, donde las barriadas fueron arrasadas no sólo por los daños materiales, sino porque convirtieron a los más pobres -que no tenían desde antes ni agua potable, ni viviendas, ni comida- en miserables, mientras los acaudalados apenas si sufrieron daños y la escasez no ha sido parte de su vida cotidiana en estos días. En los barrios pobres los muertos se pudrieron al aire libre porque no había ni cómo rescatarlos; en el rico, el rescate de lo poco dañado se hizo con escáneres y sonares en busca de vida.

Haití es el estudio de caso de un Estado fallido, con una historia oprobiosa de abandono y negligencia. Todavía el año pasado el presidente René Préval gritó en Francia que ayudaran a su país porque si se venía una catástrofe natural, como anticipaban que sucedería, la debilidad de las instituciones provocaría un daño aún mayor de lo que pudiera acarrear la tragedia que ya esperaban. No le hicieron caso. Haití jamás ha importado a nadie, salvo cuando los intereses geopolíticos están en juego.

Haití es la demostración de una comunidad internacional fallida. Se independizó en 1804, luego de casi cuatro décadas de lucha y seis años antes que el resto de las naciones latinoamericanas. Fue una rebelión contra la esclavitud importada por los franceses, que fue una de las potencias coloniales más salvajes, racistas y excluyentes de la historia, que no dejaron un sistema de organización como hizo el imperio británico, o una mezcla de razas como permitió la corona española. Sin mayor escrúpulo, los franceses sólo dejaron como legado la pobreza, y el pago que tuvo que pagar Haití a Francia por su independencia, a manera de indemnización, fue tan abusivo que equivalía en la época al presupuesto anual de aquella nación.

O sea, Haití comenzó con desventajas desde un principio. Los franceses lo habían formado con esclavos del cinturón subsahariano de África Occidental, que sumaban al 95 por ciento de la población en ese territorio del tamaño de Nayarit. Como los países que se independizaron en el siglo XIX, Haití tuvo largos periodos de inestabilidad y conflicto, que abrieron las puertas para que en 1915 lo invadiera Estados Unidos. La ocupación duró hasta 1934, pero su presencia nunca cesó.

En los albores de la Guerra Fría, Estados Unidos impuso a Jean Claude Duvalier como presidente, quien gobernó dictatorialmente. El modelo tuvo para dos Duvalier, "Papa Doc" y "Baby Doc", que remplazó a su padre al morir de enfermedad en 1971. Lo tumbó una insurrección popular que simplemente ya no tuvo opción: morir de hambre o morir peleando. Y Estados Unidos comenzó un largo calvario de manipulación política, poniendo y quitando presidentes, manejando procesos electorales de su manufactura, sin resolver los problemas estructurales de pobreza y abandono histórico.

La corrupción ante la cual Estados Unidos cerró los ojos en Haití tiene su espejo en Petionville, en las colinas de Puerto Príncipe, donde salvo tragedias como en el hotel Montana, todo quedó sin mayor daño. El resto de los hoteles en esa zona donde vivía y circulaba la pequeña burguesía que hacía su dinero de la venta ilegal de petróleo y las drogas, mantienen abasto de comida y energía eléctrica. Los restaurantes y las galerías de arte han cerrado por la inestable situación que se vive, mientras que el hermoso campo de golf es la sede hoy en día de la 82 División Aerotransportada de Estados Unidos, desempacada de su base en el Fuerte Bragg, en Georgia, y que participó en las intervenciones militares en República Dominicana en 1965, en Granada en 1983, y contribuyó a la deposición del dictador haitiano Raoul Cedrás en 1994, para restaurar a su marioneta Jean Bertrand Aristide.

La tragedia de Haití tiene muchas caras y muchas culpas. Estados Unidos está volcado para ayudar a una nación que contribuyó a destruir, enviando a soldados y políticos, para restaurar el orden y establecer las bases mínimas de institucionalidad. Es una intervención humanitaria, con reminiscencias a lo que hizo el gobierno de Bill Clinton en Los Balcanes. Esa doctrina ha sido tan aceptada en el mundo que cuando recibió el presidente Barack Obama el Premio Nobel de la Paz el año pasado, se refirió a ella como una acción justificada para evitar intervenciones más dolorosas y costosas. En ese momento nadie dijo nada. Hoy hay una protesta colectiva contra Washington.

La doctrina de la intervención humanitaria fue tolerada por el mundo en Los Balcanes porque los europeos no sabían cómo salirse del conflicto y que otros les hicieran el trabajo sucio. A nadie le gustaba mucho, pero todos callaron. Naciones con menos peso militar ni siquiera dijeron nada. Estados Unidos está en esa lógica, y no ha tenido reparos en controlar el aeropuerto, enviar a sus tropas de combate a las calles de Puerto Príncipe y empezar a desplegar unidades de rescate, médicas y policías militares para frenar a las pandillas que desde la marginación de la cartolandia que es Cite Solei, han venido operando desde hace bastante tiempo.

Lo que estamos viendo, pese al ruido retórico, es una intervención abierta de Estados Unidos sobre Haití. Frente a todos y pese a todos. Los Cascos Azules de las Naciones Unidas no han podido integrarse en los niveles que tenían hasta antes del terremoto, donde perdieron a su jefe de misión y a decenas de elementos, y tampoco se ha podido restablecer una autoridad administrativa local. Probablemente no se restablecerá en el futuro mediato, y la Organización de las Naciones Unidas, que ya asumió ese papel, continúe realizándolo con el apoyo de los organismos multilaterales que ya hicieron de Santo Domingo, en la vecina República Dominicana, su base de operaciones.

Qué tragedia la de Haití a 206 años de una independencia que no les sirvió para nada. Regresaron en el ciclo histórico de la manera más violenta, que dejó expuesta la fragilidad de una nación de la cual todos se aprovecharon, todos chuparon, y no ayudaron a construir. Qué tragedia la de Haití, pero también, para otros muchos, qué lección sobre la importancia de consolidar instituciones que, al final, son las que ayudan a levantarse de las desgracias.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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