¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!
La fecha que no se olvida
Juan José Morales
Escrutinio
Para
el que esto escribe, la conocida frase “Dos de octubre no se olvida”,
es mucho más que un lema de protesta. Tiene un significado muy especial,
porque aunque han transcurrido ya 44 años desde aquellos sucesos, nunca
podré olvidar cómo pasé en el edificio Chihuahua de la Unidad
Tlatelolco esa noche del 2 de octubre de 1968, que pudo ser la última de
mi vida de no ser por una vecina que nos brindó refugio en su
departamento y nos salvó también de ir a la cárcel gracias a su
valentía.
Nunca olvidaré tampoco ciertos detalles que se me quedaron
indeleblemente grabados en la memoria, como los estampidos de disparos
de todos calibres, o el grito angustioso del joven que nos advirtió “¡no
bajen, no bajen, vienen disparando hacia arriba por las escaleras!”.
Para siempre recordaré el olor a cera del piso de duela sobre el cual
nos mantuvimos tendidos cerca de los muros interiores del departamento
por temor a que una bala atravesara las frágiles paredes exteriores. O
el atisbo por la ventana, tras la segunda balacera, de la imagen de un
hombre herido que llegó tambaleándose hasta un grupo de soldados para
desplomarse agonizante junto a ellos sin merecer más que miradas
indiferentes de su parte. O los grupos de detenidos subidos a empellones
y culatazos a los camiones militares. O los charcos de sangre y los
cartuchos de escopeta en la escalera del edificio a la mañana siguiente,
cuando por fin pudimos retirarnos.
Pasé aquella noche del 2 de octubre, como decía, refugiado en un
departamento del ala Norte del edificio Chihuahua, en cuya ala Sur se
encontraba el presídium del mitin atacado por el Ejército y la Policía.
En pleno tiroteo, atrapados en el cubo de la escalera entre dos pisos,
una vecina que intentaba llegar a su vivienda nos albergó en ella, y
durante la noche se mantuvo firme en su decisión de no abrir la puerta
pese a los golpes y culatazos y las amenazas policiacas de derribarla si
no lo hacía. Gracias a ella me salvé quizá, junto con la media docena
de estudiantes que compartieron conmigo el refugio, de haber sido uno de
los muertos en la matanza de Tlatelolco, o de haber ido a dar por quién
sabe cuánto tiempo al campo militar número uno, donde se concentró a
los detenidos.
Todo esto puede parecer simples remembranzas personales, pero —con
variantes y características diferentes— es lo que vivieron muchos miles
de personas aquella noche que ciertamente se ha vuelto inolvidable. No
sólo para quienes estuvimos en el lugar, sino para todos los millones de
mexicanos que no queremos que se repitan hechos similares. Pero debemos
estar especialmente alertas para evitarlo, pues ciertos hechos ominosos
hacen temer que ocurra. En primer lugar, la vuelta al poder del partido
que gobernaba en aquella ocasión y que se caracterizó por su política
opresiva y represiva. En segundo lugar, el hecho de que está a punto de
ascender a la presidencia un hombre, Peña Nieto, que —como hace poco
señalamos en esta misma columna— ha revelado su talante represivo al
decir que admira y tiene como guía a Adolfo López Mateos, cuyo gobierno
se caracterizó por llenar las cárceles con presos políticos y por los
asesinatos de líderes sociales como el dirigente campesino Rubén
Jaramillo. Y para que no quede duda de cuál es su otra fuente de
inspiración política, debe recordarse que Peña Nieto justificó la
sangrienta represión en Atenco cuando fue gobernador del Estado de
México, prácticamente con las mismas palabras que usó Díaz Ordaz para
justificar la matanza de Tlatelolco.
Por eso el 2 de octubre debe seguir como hasta ahora, vivo en la memoria de los mexicanos, para evitar que algo así se repita.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
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