sábado, 1 de marzo de 2008

NO CLAUDIQUES ...¡¡INTENTALO!!

LYDIA CACHO, Periodísta
¡¡Exijamos lo Imposible!!

Respuesta a la desolación

Marzo 1, 2008
Lydia Cacho

Me escriben hombres y mujeres de todas las edades, comparten su cariño y sus buenos deseos, pero también comparten su rabia, su impotencia. Algunos jóvenes me escriben asegurando que esta patria suya está podrida, que no hay salida, por eso no hay razón sostenible para arriesgar la vida, o el poco bienestar que se tenga para salvarla. O simplemente que no quieren hacer nada de nada, porque el futuro es desolador.

Durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) el pasado jueves 29 de noviembre de 2007, durante la presentación de mi libro Memorias de una infamia, un joven de unos 18 años nos escuchaba de pie, observándolo todo con interés. En el momento de charlar con el público él tomó el micrófono y con una honestidad bañada de angustia existencial preguntó “¿Para que seguir, Lydia, si ya perdiste en la Suprema Corte? Si ya ganó, otra vez la corrupción, yo ya no creo en nada ¿Cómo creer en México?”. Su pregunta rebotó en todo mi cuerpo, hacía apenas unas horas había escuchado el veredicto de seis jueces y juezas de la Suprema Corte favoreciendo al “Gober precioso” y a Kamel Nacif, el protector y socio del pederasta. Las lágrimas estaban agolpadas en mi garganta, pero me rehusaba a llorar, al menos en ese momento, porque yo, al igual que el resto de millones de mexicanas y mexicanos indignados ante la resolución, quería comprender, pensar en el siguiente paso, no desmoronarme y caer en los brazos de la tristeza y la incertidumbre.

Mirándole a los ojos le dije que cuando yo tenía su edad me pregunté lo mismo, y que ahora –veintisiete años después- sabía que valía la pena seguir intentándolo. No hubo tiempo para más.

Ahora que ustedes me escriben, que Mariana de 15 años pregunta lo mismo, no puedo sino recordar que cuando yo era niña y mi madre iba a la Universidad –que se pagaba con grandes esfuerzos- ella era una mujer entre cada 50 o 60 hombres. Yo tenía cinco años cuando la matanza de Tlatelolco, y luego vinieron las desapariciones forzadas y recuerdo la ebullición de mis tíos maternos, estudiantes entonces y los diálogos de miedo de las amistades de mi madre. Y yo sólo miraba y escuchaba.

En secundaria, cuando decidí elegir el taller de carpintería en lugar de costura, y luego el de electricidad, en lugar de repostería, sólo encontré una compañera a mi lado y la burla y el desprecio de los adolescentes que aseguraban que eso no era “cosa de mujeres” que “seguro era lesbiana”. Cuando tenía 18 años comprendí que unos cuantos periodistas en todo el país se salvaban de vivir bajo el yugo de un gobierno aplastante, pocos, muy pocos se negaban a aceptar dinero a cambio de mandar mensajes en sus notas y columnas; escasos editores resistían la tentación de un obsequio caro de un político, y muchos menos se atrevían a no asistir a una cita ante el Secretario de Gobernación cuando cubrían un tema “inconveniente” para el gobierno mexicano. Cuando ya tenía veinte años y trabajé como Asistente de Producción en los Estudios Churubusco, entendí como funcionaba la censura de RTC para temas trascendentes, pero cómo aceptaban sin miramientos la promoción de la violencia y la explotación sexual de las mujeres en el cine y los medios.

Entendí que el doble discurso tenía rostro de patriarca, y que quienes querían pertenecer al sistema y pasarla sin problemas se prostituían al someterse a sus designios. Cuando pedí trabajo por primera vez, el jefe de personal –como si fuera natural- me hizo insinuaciones sexuales para que recibiera un sueldo digno; supe que el machismo y el sexismo son más que una canción de José Alfredo Jiménez.

Cuando era niña las mujeres solteras no tenían acceso a préstamos, y las madres solteras eran tres veces más discriminadas socialmente de lo que son ahora. Cuando tenía veinte años todo el mundo decía que la violencia contra las mujeres y el machismo eran “algo normal”.Cuando cumplí 22 años una amiga mía se hizo un aborto clandestino en el DF y me llamó a media noche desangrándose, aterrada, la llevé al hospital donde su padre que era médico; la atendió a escondidas para salvarle la vida y evitar que fuera detenida. Entonces pensamos que algún día sería legal el aborto y no morirían tantas mujeres.

La primera vez que dije frente a un director de medios que me gustaría ser periodista y hablar de los derechos de las mujeres, el sujeto me dijo: “lo harías muy bien en sociales, eres muy guapa, eso de los derechos no es noticia”.

Antes de cumplir treinta años no existía la palabra feminicidio, ni la categoría de análisis denominada “Perspectiva de Género”. Cuando mi madre daba conferencias y yo era adolescente, ella decía que algún día las universidades de este país tendrían tantas mujeres como hombres estudiando en ellas, y así es. No existían los Refugios para Mujeres maltratadas, y nadie hablaba de pederastia en voz alta.

Cuando yo tenía 9 años mi madre escuchaba a una mujer llamada Alaíde Foppa en Radio Universidad de México, en un programa que sería la ventana al mundo –a nuestro mundo- para millones de niñas y mujeres de mi generación. Cuando hice mi primer programa de Radio en Cancún se lo dediqué a Foppa. Alaíde me hizo conocer a Susan Sontag, a Kate Millett y a las Marías de las Nuevas Cartas Portuguesas, entonces las jóvenes mexicanas supimos que millones compartíamos una visión distinta del mundo. Que había una conspiración de libertad para crear un mundo donde tendríamos voto, y voz, y derechos humanos.

Los militares guatemaltecos secuestraron a Alaíde en 1980 y nunca jamás apareció su cuerpo. ¡Pero vaya que transformó a toda una generación de mexicanas!.

Mi madre murió hace unos años y cada vez que la extraño, que pienso en ella y en las maestras como Alaíde, como Esperanza Brito de la revista FEM, en las vivas como Cecilia Loría, Marta Lamas, Marcela Lagarde o Blanche Petrich, comprendo que la vida es muy breve, que la vida adquiere sentido en la medida en que nos responsabilizamos por dejar el mundo mejor que como lo encontramos al llegar.

México sí ha cambiado, ha cambiado enormidades y otro tanto le falta por cambiar…por eso la esperanza. Por eso no me gana la rabia y el enojo sino la alegría de las pequeñas batallas ganadas como triunfos morales y éticos, aunque no jurídicos. Seguir porque cada vez que alguien me grita en la calle o en un evento ¡Lydia, no estás sola! Sonrío y me acuerdo del poema de Jorge Luis Borges que dice : “..Seguro de mi vida y de mi muerte, miro a los ambiciosos y quisiera entenderlos./ Su día es ávido como el lazo en el aire./Su noche es tregua de la ira en el hierro pronto en acometer./Hablan de humanidad. Mi humanidad está en sentir que somos voces de la misma penuria./Hablan de patria./Mi patria es un latido de guitarra, unos retratos y una vieja espada ,la oración evidente de un sauzal en los atardeceres./El tiempo está viviéndome (..)/ Mi nombre es alguien y es cualquiera./ Paso con lentitud, como quien viene de tan lejos que no espera llegar.Tal vez como dice el poeta, a mi, Lydia Cacho, como a millones, no llegue la justicia a tiempo, pero vale la pena intentarlo y arrojar luz sobre los escombros de esa patria que queremos cambiar.

Si me preguntan, yo les digo que las mujeres y hombres jóvenes no deberían claudicar antes de intentarlo, si no por otra cosa, porque seguirán con vida en esta patria, que es de quienes hablan, de quienes la construyen y la reclaman. Porque al final si no se revelan serán aplastados, aplastadas, por aquello que les indigna y que les mueve a escribir a este Blog, a seguir preguntando.

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