Plan B
Lydia Cacho
Lydia Cacho
Encarcelar a María Magdalena
13 abril 2009
El sexo es el mejor negocio del mundo. Quien vende sexo debe alimentar la ilusión de las grandes pasiones, de hombres potentes y mujeres hermosas; de inagotables sesiones cuyo límite está en la imaginación de la clientela. Y como el sexo es una ilusión, quien la ofrece recurre a cuanto argumento mercadológico hay. La fantasía puede incluir todas las formas de violencia que nutren el deseo de hombres y mujeres aparentemente aburridos con la noción tradicional del sexo, romántico y limitado a las caricias, la cama y una veintena de posiciones de rutina.
La naturaleza nos hizo seres sexuados que se reproducen. El cine, la literatura y los medios han nutrido la noción cultural de la sexualidad como la gran puerta al descubrimiento de la vida y su goce más profundo, como una fuerza vitalmente creativa. La religión aportó la noción de la sexualidad como el gran pecado universal y a las mujeres como Eva o María Magdalena, las grandes provocadoras sexuales. Las paradojas culturales contaminan de tal forma la discusión sobre prostitución, que dificultan que la sociedad y el Estado comprendan el daño que la esclavitud sexual produce en la sociedad.
Esto conviene a quienes manejan la industria del sexo y a los gobiernos que la alientan y protegen. Sólo la industria de la pornografía produce 19 mil millones de dólares al año; ese dinero se reparte entre productores, vendedores, protectores y dueños de sistemas de cable o Sky, así como en jugosos impuestos para los gobiernos.
Cada segundo 28 mil 258 personas ven pornografía por internet y gastan 3 mil 365 mil dólares por ver actos sexuales de adultos y menores. Sólo en EU cada 39 minutos se produce un nuevo video pornográfico. El abaratamiento de la pornografía adulta ha elevado el costo y demanda de la pornografía con adolescentes y menores. En EU los clubes desnudistas producen 2 mil 500 mdd anuales. De ese dinero un alto porcentaje es para la policía, los agentes de migración, los tratantes de mujeres y los padrotes.
El corazón mismo de la industria del sexo se nutre gracias a los delitos más aberrantes. Engaño, inducción, secuestro, violación y explotación laboral, fomento de las adicciones y compraventa normalizada de seres humanos. Esta industria fomenta riqueza y fortalece la economía de países enteros, como en Tailandia. Ahí es un pecado que la gente se toque el cuerpo en la calle, pero el gobierno favorece la apertura de prostíbulos especializados para japoneses, coreanos, americanos y europeos. Se ofrecen desde animales hasta niñas y niños para turistas pederastas. La Merced en México no es distinta a los barrios de Tailandia o Camboya. Cancún, Nueva York y Tokio ofrecen los mismos servicios, más discreta y especializadamente.
La trata de mujeres e infantes es parte de una industria. Tal vez sea por ello que las policías de todo el mundo siguen tratando a las víctimas como criminales, como María Magdalena, y a los clientes y a los tratantes como empresarios intocables que han sabido vender la esclavitud sexual como una profesión.
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