viernes, 19 de abril de 2013

Chávez el gran democrata y la fortaleció

¡¡Exijamos lo Imposible!! 
Proceso
Socialismo y democracia del siglo XXI
Jorge Gómez Barata  



Las imágenes de centros de salud asaltados y médicos acorralados por opositores que parecen maleantes y que creen que destruyendo conquistas populares hacen méritos, recordó La Moneda en llamas: la misma ira y violencia primitiva desatada por algunos a quienes les pareció que las instituciones no funcionaron bien y en lugar de mejorarlas apuestan por destruirlo todo: ¿Para qué? ¿Acaso para volver a comenzar? ¿Será siempre así?

Entre las más funestas consecuencias de la conquista y la ocupación colonial, así como de dos siglos de dominación oligárquica e imperialista figura la debilidad congénita de nuestras instituciones civiles, que causan baja en cuanto aparece algún gorila, caudillo, lidercillo o revoltoso que cree poseer una verdad diferente y mejor que la vigente.

La crisis postelectoral en Venezuela no es la realidad latinoamericana sino un espejo que nos devuelve una imagen teratogénica de nosotros mismos y revela el pecado original del subdesarrollo, que hace de las instituciones civiles de poder y de nuestra cultura política criaturas contrahechas afectadas por defectos de origen.

Afortunadamente, por esta vez, parece que estamos ante un fenómeno que comienza a marcar diferencias. Chávez no creyó que la Revolución debería destruir al Estado y a sus poderes, sino perfeccionarlos y no estimó que la democracia era el problema sino que creyó que era la solución y se empeñó en reforzar la institucionalidad porque con ella fortalecía el poder popular. Apenas ha muerto su obra es puesta a prueba. Las instituciones venezolanas dan la cara y ponen orden; no perecen sino que prevalecen. Por esta vez la fuerza ha estado en la razón y no a la inversa. Autoridad y legitimidad van de la mano.

Al asumir la presidencia Chávez juró “sobre una Constitución moribunda” pero no la eliminó, sino que redactó una mejor, usando su influencia para convertir a los soldados en ciudadanos y al Alto Mando Militar en árbitro y no en parte, garante de la democracia y de las conquistas populares y no partido político. Parte de su obra fue creer en el gobierno electo, en un Poder Electoral que sin ser ajeno ni hostil, es independiente y un sistema judicial que funciona como regulador del sistema y no como una tuerca que una mano ungida afloja o aprieta a discreción.

Todo parece indicar que la Revolución Bolivariana prevalecerá sobre otra revuelta golpista, mediáticamente respaldada y alimentada por la actitud arrogante del imperio que quiere contar en Caracas los votos que no contó en Florida e impugnar la elección de Nicolás Maduro cuando no quiso o no pudo defender la de Al Gore.

Aunque joven el proceso venezolano protagoniza un cambio no sólo en las relaciones de poder de las clases sociales, la distribución de la riqueza social y los mecanismos de participación, sino en las bases políticas y jurídicas que sustentan tales cambios y los hacen definitivos, que son las instituciones cuya entidad no depende de líderes o partidos, sino de la racionalidad que dictó su existencia.

Parte de la obra de las revoluciones es renovar las constituciones que han envejecido, actualizar los mecanismos electorales trascendidos y cambiar las leyes obsoletas por otras modernas, actuales y eficaces. Rosa Luxemburgo recordó que la revolución consistía en sustituir la democracia burguesa por otra mejor, no por ninguna democracia. Tal vez la combinación de lo uno y lo otro sea hoy la esencia de la dialéctica del cambio.

La democracia venezolana ratifica a la revolución y viceversa. Así las cosas: allá nos vemos

No hay comentarios:

Publicar un comentario