¡¡Exijamos lo Imposible!!
Proceso
Socialismo y democracia del siglo XXI
Jorge Gómez Barata
Las
imágenes de centros de salud asaltados y médicos acorralados por
opositores que parecen maleantes y que creen que destruyendo conquistas
populares hacen méritos, recordó La Moneda en llamas: la misma ira y
violencia primitiva desatada por algunos a quienes les pareció que las
instituciones no funcionaron bien y en lugar de mejorarlas apuestan por
destruirlo todo: ¿Para qué? ¿Acaso para volver a comenzar? ¿Será siempre
así?
Entre las más funestas consecuencias de la conquista y la ocupación
colonial, así como de dos siglos de dominación oligárquica e
imperialista figura la debilidad congénita de nuestras instituciones
civiles, que causan baja en cuanto aparece algún gorila, caudillo,
lidercillo o revoltoso que cree poseer una verdad diferente y mejor que
la vigente.
La crisis postelectoral en Venezuela no es la realidad latinoamericana
sino un espejo que nos devuelve una imagen teratogénica de nosotros
mismos y revela el pecado original del subdesarrollo, que hace de las
instituciones civiles de poder y de nuestra cultura política criaturas
contrahechas afectadas por defectos de origen.
Afortunadamente, por esta vez, parece que estamos ante un fenómeno que
comienza a marcar diferencias. Chávez no creyó que la Revolución
debería destruir al Estado y a sus poderes, sino perfeccionarlos y no
estimó que la democracia era el problema sino que creyó que era la
solución y se empeñó en reforzar la institucionalidad porque con ella
fortalecía el poder popular. Apenas ha muerto su obra es puesta a
prueba. Las instituciones venezolanas dan la cara y ponen orden; no
perecen sino que prevalecen. Por esta vez la fuerza ha estado en la
razón y no a la inversa. Autoridad y legitimidad van de la mano.
Al asumir la presidencia Chávez juró “sobre una Constitución moribunda”
pero no la eliminó, sino que redactó una mejor, usando su influencia
para convertir a los soldados en ciudadanos y al Alto Mando Militar en
árbitro y no en parte, garante de la democracia y de las conquistas
populares y no partido político. Parte de su obra fue creer en el
gobierno electo, en un Poder Electoral que sin ser ajeno ni hostil, es
independiente y un sistema judicial que funciona como regulador del
sistema y no como una tuerca que una mano ungida afloja o aprieta a
discreción.
Todo parece indicar que la Revolución Bolivariana prevalecerá sobre otra
revuelta golpista, mediáticamente respaldada y alimentada por la
actitud arrogante del imperio que quiere contar en Caracas los votos que
no contó en Florida e impugnar la elección de Nicolás Maduro cuando no
quiso o no pudo defender la de Al Gore.
Aunque joven el proceso venezolano protagoniza un cambio no sólo en las
relaciones de poder de las clases sociales, la distribución de la
riqueza social y los mecanismos de participación, sino en las bases
políticas y jurídicas que sustentan tales cambios y los hacen
definitivos, que son las instituciones cuya entidad no depende de
líderes o partidos, sino de la racionalidad que dictó su existencia.
Parte de la obra de las revoluciones es renovar las constituciones que
han envejecido, actualizar los mecanismos electorales trascendidos y
cambiar las leyes obsoletas por otras modernas, actuales y eficaces.
Rosa Luxemburgo recordó que la revolución consistía en sustituir la
democracia burguesa por otra mejor, no por ninguna democracia. Tal vez
la combinación de lo uno y lo otro sea hoy la esencia de la dialéctica
del cambio.
La democracia venezolana ratifica a la revolución y viceversa. Así las cosas: allá nos vemos.
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