Escrutinio
Por Juan José Morales
Enrique Peña Nieto, el escribidor
En la novela de Vargas Llosa La tía Julia y el escribidor, este último
es un pintoresco personaje llamado Pedro Camacho, boliviano, prolífico
autor de guiones para radionovelas en Lima, quien decía no leer libros a
fin de evitar que el estilo de otros autores pudiera corromper el suyo.
Enrique Peña Nieto pudo muy bien haberse valido de tal pretexto para
justificar su ignorancia en cuestiones literarias, pese a que se ostenta
como escritor. Como se sabe, acudió a la Feria Internacional del Libro
en Guadalajara, invitado para ser ponente principal en el Encuentro
Internacional sobre Cultura Democrática —cosa que muchos consideraron un
acto de adulación por parte de los organizadores— y en calidad de
autor, para presentar México, la gran esperanza, libro que dice haber
escrito. El acto pretendió ser aprovechado con fines electoreros, para
lo cual no pudieron faltar los acarreados que lo vitoreaban, con
mariachi al frente. Pero a la hora de la verdad, ante las preguntas de
los reporteros, no pudo nombrar correctamente un solo libro que hubiera
leído, salvo la Biblia, cuya mención es el manido recurso de quienes la
conocen sólo de nombre y tienen una idea más o menos vaga de su
contenido.
Pero EPN no se valió de tal excusa ni le pasó siquiera por la mente
echar mano de ella, porque —obviamente— tampoco ha leído a Vargas Llosa.
No debe extrañar, sin embargo, que diera tantos traspiés y cometido
tantas pifias en materia literaria. Los terrenos de la cultura resultan
demasiado desconocidos y resbaladizos para este individuo, que —a
diferencia del escribidor de Vargas Llosa— es tan sólo un personaje
inflado por la publicidad televisiva, publicidad —por lo demás—
realizada a costa de los habitantes del Estado de México, que con sus
impuestos pagaron a las cadenas televisoras, los diarios, las estaciones
de radio y las revistas, los miles de millones de pesos derrochados en
difundir su imagen. Su sola imagen, pues pensamiento, ideas o algo que
se le parezca, no se los conoce nadie. Tan es así que recientemente,
cuando AMLO preguntó a un grupo de empresarios en Torreón quién de ellos
recordaba alguna frase de Peña Nieto, no hubo uno solo que levantara la
mano. Sencillamente, nunca se le ha oído expresar una idea coherente o
una propuesta sensata. Todo son frases huecas, meros clichés para
complementar su manejo de imagen al más puro estilo mercadotécnico.
Pero más que el desconocimiento —o ignorancia, si así se prefiere decir—
de Peña Nieto en cuestiones literarias, vale la pena comentar la
mentalidad clasista de su hija, Paulina Peña Pretelín, que ante el
aluvión de burlas y críticas que merecidamente se ganó su padre, ni
tarda ni perezosa hizo circular por twiter el ahora famoso y pésimamente
redactado mensaje de su novio, José Luis Torre: “...un saludo a toda la
bola de pendejos, que forman parte de la prole y solo critican a quien
envidia!...”.
Evidentemente, si así piensa la hija, es porque así la enseñó a pensar
el padre, y es de suponer por tanto que también Peña Nieto mira
desdeñosamente a quienes no pertenecen a su clase social, o sea la
inmensa mayoría de los mexicanos, a quienes la hija aplica con intención
despectiva el término prole, en el sentido de proletariado.
Porque —hay que recordarlo— proletariado proviene de prole, conjunto de
hijos, y deriva de proletarii, un término acuñado en la antigua Roma
para designar a los ciudadanos de la clase más baja, sólo por encima de
los esclavos, aquellos que no poseían propiedad alguna y servían
únicamente para engendrar hijos.
Por lo visto, a los ojos de la familia del hombre que quiere ser —ya se
siente— presidente de la República, el grueso de los mexicanos somos
sólo eso, la clase más baja, los proletarii, una bola de pendejos que no
sabemos reconocer su grandeza.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
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