Es motivo de orgullo que, a pesar de que han querido destruirnos, no lo han logrado ni lo lograrán. No sólo porque tenemos autoridad moral, sino porque las mujeres y los hombres que participamos en esta lucha, profesamos un profundo amor por nuestros semejantes y, más allá de alevosías y frente a todo tipo de adversidades, mantenemos la firme convicción de construir una sociedad más justa, más humana y más igualitaria
Es motivo de orgullo que, a pesar de que han querido destruirnos, no lo han logrado ni lo lograrán. No sólo porque tenemos autoridad moral, sino porque las mujeres y los hombres que participamos en esta lucha, profesamos un profundo amor por nuestros semejantes y, más allá de alevosías y frente a todo tipo de adversidades, mantenemos la firme convicción de construir una sociedad más justa, más humana y más igualitaria
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Se siente ya presidente pero es estúpido
Por Juan José Morales
Enrique Peña Nieto, el escribidor
En la novela de Vargas Llosa La tía Julia y el escribidor, este último es un pintoresco personaje llamado Pedro Camacho, boliviano, prolífico autor de guiones para radionovelas en Lima, quien decía no leer libros a fin de evitar que el estilo de otros autores pudiera corromper el suyo.
Enrique Peña Nieto pudo muy bien haberse valido de tal pretexto para justificar su ignorancia en cuestiones literarias, pese a que se ostenta como escritor. Como se sabe, acudió a la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, invitado para ser ponente principal en el Encuentro Internacional sobre Cultura Democrática —cosa que muchos consideraron un acto de adulación por parte de los organizadores— y en calidad de autor, para presentar México, la gran esperanza, libro que dice haber escrito. El acto pretendió ser aprovechado con fines electoreros, para lo cual no pudieron faltar los acarreados que lo vitoreaban, con mariachi al frente. Pero a la hora de la verdad, ante las preguntas de los reporteros, no pudo nombrar correctamente un solo libro que hubiera leído, salvo la Biblia, cuya mención es el manido recurso de quienes la conocen sólo de nombre y tienen una idea más o menos vaga de su contenido.
Pero EPN no se valió de tal excusa ni le pasó siquiera por la mente echar mano de ella, porque —obviamente— tampoco ha leído a Vargas Llosa.
No debe extrañar, sin embargo, que diera tantos traspiés y cometido tantas pifias en materia literaria. Los terrenos de la cultura resultan demasiado desconocidos y resbaladizos para este individuo, que —a diferencia del escribidor de Vargas Llosa— es tan sólo un personaje inflado por la publicidad televisiva, publicidad —por lo demás— realizada a costa de los habitantes del Estado de México, que con sus impuestos pagaron a las cadenas televisoras, los diarios, las estaciones de radio y las revistas, los miles de millones de pesos derrochados en difundir su imagen. Su sola imagen, pues pensamiento, ideas o algo que se le parezca, no se los conoce nadie. Tan es así que recientemente, cuando AMLO preguntó a un grupo de empresarios en Torreón quién de ellos recordaba alguna frase de Peña Nieto, no hubo uno solo que levantara la mano. Sencillamente, nunca se le ha oído expresar una idea coherente o una propuesta sensata. Todo son frases huecas, meros clichés para complementar su manejo de imagen al más puro estilo mercadotécnico.
Pero más que el desconocimiento —o ignorancia, si así se prefiere decir— de Peña Nieto en cuestiones literarias, vale la pena comentar la mentalidad clasista de su hija, Paulina Peña Pretelín, que ante el aluvión de burlas y críticas que merecidamente se ganó su padre, ni tarda ni perezosa hizo circular por twiter el ahora famoso y pésimamente redactado mensaje de su novio, José Luis Torre: “...un saludo a toda la bola de pendejos, que forman parte de la prole y solo critican a quien envidia!...”.
Evidentemente, si así piensa la hija, es porque así la enseñó a pensar el padre, y es de suponer por tanto que también Peña Nieto mira desdeñosamente a quienes no pertenecen a su clase social, o sea la inmensa mayoría de los mexicanos, a quienes la hija aplica con intención despectiva el término prole, en el sentido de proletariado.
Porque —hay que recordarlo— proletariado proviene de prole, conjunto de hijos, y deriva de proletarii, un término acuñado en la antigua Roma para designar a los ciudadanos de la clase más baja, sólo por encima de los esclavos, aquellos que no poseían propiedad alguna y servían únicamente para engendrar hijos.
Por lo visto, a los ojos de la familia del hombre que quiere ser —ya se siente— presidente de la República, el grueso de los mexicanos somos sólo eso, la clase más baja, los proletarii, una bola de pendejos que no sabemos reconocer su grandeza.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
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