¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!
En memoria de Don Joaquín Hernández Galicia
Gerardo Fernández Casanova
Anticipo
una disculpa a quienes se extrañarán y molestarán por lo que hoy
escribo. He sido observador y, en alguna medida, estudioso de la
historia contemporánea. Conocí personas y supe de personajes, de sus
valores y sus aportes, por eso no puedo guardar silencio ante la
andanada de calumnias que se han vertido en torno al recién fallecido
Don Joaquín Hernández Galicia (lo del Don es en señal de mi respeto a su
persona) a quien sus amigos llamaban “La Quina” con cariño y respeto,
igual que sus enemigos lo hacían para mofa. Con su primera muerte, la
política, la historia de México comenzó a escribirse y pensarse en
inglés; el estado pasó de ser garante de la justicia social a simple
velador y valedor del gran capital internacional; PEMEX pasó de ser
baluarte nacionalista a entelequia de enriquecimiento de tecnócratas y
líderes sindicales corruptos (ambos), y la implantación del
neoliberalismo encontró el camino fácil de engañar a los bobos y a los
indiferentes para la destrucción del país.
El encarcelamiento de Don Joaquín no fue más que otra patraña de las
acostumbradas por quien llegó a la Presidencia por el expediente del
fraude electoral, que no vendió al país sino que lo regaló al
extranjero, y que encabezó el sexenio de los homicidios políticos. A
Carlos Salinas le era indispensable hacer a un lado a quien ya se había
pronunciado como acérrimo defensor de PEMEX, en tanto que riqueza
patrimonial de los mexicanos e igual opositor a las medidas de
desmantelamiento intentadas desde el gobierno anterior con Miguel de la
Madrid. El lujo de fuerza conque la detención fue ejecutada, como si de
un ejército enemigo se tratara (con bazucazo a la puerta del domicilio y
demás parafernalia) logró el objetivo de acalambrar al gremio petrolero
y a la población de la región Tampico-Madero en Tamaulipas, deudos por
agradecimiento por los beneficios que les produjo el entonces detenido.
La obra social del Sindicato Petrolero de esas fechas no tiene parangón
en la historia de México: Cooperativas de producción y de consumo para
las familias de los trabajadores, 148 tiendas sindicales que provocaban
la ira de comerciantes voraces; producción y compra directa de cosechas a
los campesinos a buenos precios para vender a la población de la zona
también a buenos precios por la eliminación de intermediarios; escuelas
de artes y oficios para los hijos de los trabajadores de donde
surgieron, entre otros, los mejores soldadores de México y sus
alrededores; respeto a la mujer tanto en familia como en el trabajo,
antes de las leyes que hoy las protegen y una larga lista de obras que
Don Joaquín, con toda razón, llamó revolucionarias y que de inmediato
fueron destruidas en aras de la competencia en el mercado y su libre
ejercicio (muestra, por cierto, de la falsedad de que genera
abaratamiento de las mercancías). Para la oligarquía recién renovada y
fortalecida era inaceptable un sector social productivo y exitoso como
el que representaba el STPRM con todos sus activos; para desmantelarlo
impusieron a Salinas.
Sin duda era un hombre del sistema y era un dirigente poderoso, es más,
para la mayoría de nuestros esmirriados tecnócratas, era un reverendo
cabrón; no de otra forma puede dirigirse con éxito un sindicato de la
envergadura y la historia del petrolero. Y estaba rodeado de toda clase
de alimañas, al estilo de Barragán Camacho, Guzmán Cabrera y Romero
Deschamps, sus sucesores y traidores los dos últimos, pero no se
enriqueció ni mucho menos ostentó al estilo del liderazgo sindical
charro tradicional; los que lo conocieron le respetaron su austeridad.
Era un verdadero patriota y un luchador en defensa de los intereses
legítimos de los trabajadores, de la empresa y de México; su liderazgo
era real y no requirió de la marrullería para ser el dirigente.
Don Joaquín conocía muy bien a Salinas y a sus congéneres formados en el
modo de vida gringo; lo enfrentó cuando era secretario de Programación y
Presupuesto; le jugó a las contras en su intención de ser candidato del
PRI a la Presidencia, entonces le ofreció todo el apoyo a Alfredo del
Mazo; apoyó a Cuauhtémoc Cárdenas (bajo cuerda) y contribuyó de manera
importante a su triunfo electoral. Algunos dicen que su encarcelamiento
obedeció a tal postura. La verdad es mucho más allá de eso; si se opuso
fue por tener claro el afán extranjerizante de Salinas y decidió
impedirlo desde el sindicato, por lo menos en materia del petróleo, y
tenía la capacidad y los arrestos para hacerlo. Hoy que nuevamente los
hijos de Salinas vuelven a insistir en el proyecto de la traición y la
ignominia, se siente aún mayor pena por las muertes de Don Joaquín
Hernández Galicia.
En otro orden y siguiendo con el obituario, me sumo al mundo de personas
que lamentan la muerte de Guillermo Tovar y de Teresa, invaluable
promotor de la mexicanidad cultural.
Dos mundos diferentes pero un Gran México en común.
Correo electrónico: gerdez777@gmail.com
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