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Por Esto!
De juegos palaciegos y del México real
Jorge Canto Alcocer
En
los palacios, los reyes de la simulación continúan ensayando sonrisas,
pronunciando discursos huecos, enunciando cientos de palabras sin
comprometerse a nada, poniendo gestos adustos, locuaces, divertidos o
preocupados, según sea la ocasión. Lo mismo en recepciones diplomáticas
que en reuniones de ornato y ruedas de prensa, los portavoces del poder
siguen el juego de prometer los nuevos tiempos, el parteaguas, la
transición.
Pero el México real se asoma por decenas de intersticios: asesinatos de
activistas en Guerrero, “levantones” en el mismo corazón de la capital
de la república, contundentes informes de organizaciones internacionales
sobre las sistemáticas violaciones a los derechos humanos, pavorosos
datos del colapso económico, decenas de manifestaciones de la galopante y
creciente irritación social…
El colapso del Estado mexicano no es consecuencia, indudablemente, de
los caóticos y fracasados seis meses de Peña, como tampoco lo es –pese a
su inmisericorde gravedad- de los doce años de la tragedia panista. Ni
siquiera de las décadas de la dictadura del partido único. La debacle
del Estado mexicano forma parte de la histórica coyuntura de la crisis
de las democracias capitalistas, que lo mismo ocurre en la desarrollada
Europa, en el todopoderoso Estados Unidos y en el subdesarrollado
México.
La concentración de riqueza y poder en manos de oligarquías
reducidísimas ha llevado en la práctica a la cancelación de muchos
derechos y libertades que se consideraban inherentes a la sociedad
moderna. Los derechos al trabajo, a la salud, a la vivienda digna, a la
sindicalización, y un larguísimo etcétera han quedado inoperantes ante
las condiciones del mercado. La democracia electoral también ha sido
acotada incluso en países con gran tradición en la materia, como Estados
Unidos, donde Busch hijo gobernó fraudulentamente por ocho años con la
complicidad del opositor Partido Demócrata; Grecia, cuna histórica de la
democracia, gobernada hoy por una coalición de partidos neoliberales
que no representa ni a la tercera parte del electorado, pero que
conjunta a la mayoría de los congresistas; España, cuyo gobierno reprime
violentamente las amplísimas manifestaciones antineoliberales, y
tercamente se apega a un programa de gobierno profundamente antipopular.
México vive el colapso del capitalismo democrático prácticamente sin
haber conocido el significado del concepto ni siquiera en el
restringido ámbito electoral. De nuestros presidentes, los únicos
elegidos libre y democráticamente han sido Francisco I. Madero, quien
fuera asesinado unos cuantos meses después de su elección, y Vicente
Fox, quien no bien se acomodó en la silla presidencial y ya había
entrado en conspiraciones y actividades netamente antidemocráticas. En
todos los demás casos permearon el caudillismo, el militarismo o de
plano el fraude electoral descarado para imponer a un defensor de los
privilegios de los grupos más poderosos.
Por eso los políticos mexicanos pactan y negocian con tanta voracidad:
la democracia, la competencia política libre, jamás han formado parte de
nuestras tradiciones. Por eso los Zambrano y los Madero medran en el
pactismo las mejores condiciones personales e institucionales para sus
grupos políticos; por eso el priísmo en el poder se compromete pública y
mentirosamente a blindar elecciones, programas sociales y acciones de
gobierno: de antemano saben que nadie les cree, y efectivamente no
cumplirán con su palabra.
Pero las raterías de los políticos son nimiedades. La lucha real en el
México desangrado, corrompido y pauperizado se da entre el grupo cada
vez más reducido y concentrado de grandes oligarcas financieros y
mediáticos, y el sector popular consciente de la realidad y que lucha
por su transformación. Los políticos mexicanos de todos los partidos
tradicionales únicamente juegan para ganar tiempo y canonjías, buscando
asegurar su situación material personal a costa de lo que sea. En este
sentido, Gordillo y Granier son tan sólo puntas de un iceberg que abarca
casi a todos.
Por lo que podemos observar, la apuesta de las oligarquías es hacia un
Estado militarizado, profundamente segregacionista y ferozmente
represivo. Del lado del pueblo no parece haber surgido aún una
alternativa plena, pero ejemplos como los de Islandia, Venezuela y
Bolivia son aleccionadores. A años luz de estas experiencias, los
mexicanos debemos trabajar con miras al futuro, por encima de las
simples coyunturas electorales. Total, como nos lo demuestran claramente
Mancera y Graco, los políticos corruptos siempre serán iguales, aunque
se vistan de izquierda.
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