¡¡Exijamos lo Imposible!!
La Jornada
Prisas vs. eficiencia
Luis Linares Zapata
Las prisas y su derivada, el famoso prontismo
de la política mexicana, nunca han trabajado en favor de las mejores
causas nacionales. Este prontismo, con regularidad notable, involucra,
por imponderable implícito, menesteres bastante alejados del bienestar
colectivo. Conseguir favores especiales para individuos y grupos
específicos ha sido, bajo tales circunstancias, experiencia común.
También se empata con los negocios cobijados al amparo del poder; para
trepar escalones burocráticos o con la acostumbrada palanca para
impulsar la carrera de algún político con ambiciones incontrolables.
Actuar con prisa en medio de emergencias o, simplemente, para diseñar
soluciones de variada profundidad no es, ni de cerca, la ruta más
efectiva para obtener resultados duraderos.
La congruencia entre las políticas públicas y los objetivos
planteados como deseables –
para los cuales se diseñan éstas–
no siempre
corren por los carriles adecuados,
menos aún son concordantes o
congruentes con lo perseguido.
Lo común es que,
bajo la presión del
momento,
las acciones se queden cortas,
sean insuficientes o,
como
sucede en múltiples ocasiones,
caigan en flagrantes contradicciones
entre sí.
La planeación adecuada,
esa que parte de diagnósticos basados en
datos recogidos con paciencia y método,
es un ave exótica y rara en el
mundo de las decisiones abarcantes:
esas que afectan la vida organizada y
el destino de vidas y haciendas.
Hasta las tareas que pueden ser
catalogadas de menor calado exigen partir de un diseño cuidadoso y lo
más pormenorizado posible.
Una planeación que reúna y analice la mayor
cantidad posible de requisitos siempre es deseable y no necesariamente
será las más tardada o la más onerosa.
Se requiere para ello considerar
desde un inicio las fases temporales involucradas en el proceso.
El
concurso de aquellos que deben participar en el desarrollo de los
programas es,
quizá,
la parte medular,
esa que puede asegurar el feliz
término de lo propuesto.
Sin duda,
los recursos que sustentarán la ruta
hacia lo deseado nunca pueden escatimarse,
tampoco ser achicados o
retardados,
so pena de quedarse cortos,
a medio camino o,
de plano,
abandonarse por imprevisión.
Estos y otros elementos integrantes de los
debidos planes,
como puede verse,
generalmente se acortan o están,
francamente,
ausentes del quehacer público a la mexicana.
Lo común,
en la práctica cotidiana,
es desatar el movimiento de los
aparatos administrativos con los mínimos considerandos.
Las reformas
llegan ante las cámaras ya condicionadas por la prisa.
Se piensa que,
los cambios,
hay que hacerlos en fila,
temprano,
cuando se tiene fresco
el mandato y a la mano el capital político indispensable.
Darles
cadencia,
agrupar energías,
movilizar recursos,
preparar el terreno y
alistar conciencias,
son componentes,
se piensa con frecuencia
inusitada,
que pueden compactarse según la urgencia.
Las prisas de la presente administración federal por
introducir los que juzgan urgentes cambios para la transformación del
país han pecado de varias fallas:
la falta de cadencia en la ejecución
es una de ellas.
La pluralidad de los contenidos y de los actores es
otra.
La llamada reforma educativa porque erró en el diagnóstico:
cargó
el énfasis en el control burocrático de los maestros,
pues los juzgó
parte culpable del atraso y la mediocridad imperante.
Se soslayó incluir
a los mentores en el proceso de diseño y operación.
La insuficiente y
deteriorada infraestructura nunca fue tomada en cuenta,
menos aún el
método y los ingredientes de la calidad esperada.
En la de
telecomunicaciones,
porque se inclinó la balanza hacia un grupo de
presión:
el duopolio televisivo,
en perjuicio de la pluralidad y el
ansiado desarrollo social.
La misma reforma,
presumida como hacendaria,
pecó en cortedad y no se empató con el contexto económico dominante.
Continúa favoreciendo a uno de los factores de la producción (
el
capital)
y subordinando las necesidades populares a la continuidad de
los privilegios.
Ciertamente incluyó leves castigos fiscales para los
intocables de antaño (
2 por ciento a las ganancias en bolsa,
7.5 por
ciento a las mineras y 10 por ciento a los dividendos),
pero estos
fueron tímidos y provocan reacciones desmesuradas que trabarán los
resultados previstos.
La energética,
la joya de las propuestas
transformadoras del oficialismo,
en realidad incidirá en aumentar los
enclaves del capital trasnacional y comprometerá el desarrollo de la
fábrica nacional por muchos años en el futuro.
Esta reforma está pensada
para obtener recursos que,
se piensa sin el debido sustento,
sustituirán los escasos que el gobierno tiene en la actualidad.
El alud
de inversiones esperado no se materializará,
al menos de inmediato,
y
dejará,
eso sí y esparcida por todo el territorio,
una seria irritación
que irá aflorando con el tiempo y los avatares de los siguientes años.
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