¡¡Exijamos lo Imposible!!
La Jornada
Reformas y legitimidad
Luis Linares Zapata
Para embarcarse en
reformas de fondo se requiere, qué duda, de la consiguiente legitimidad
política que soporte tales pretensiones. Hacer o proponer cambios a la
estructura en cualquier país no es una cuestión que se agote en mayorías
legislativas, ni siquiera entre esas otras, más pesadas aún, de
naturaleza partidaria. Hacen falta variadas concordancias para formar la
masa crítica ciudadana suficiente y contar con el liderazgo requerido
para orientar tal empuje. Las mismas circunstancias juegan en estos
complejos menesteres un rol estelar. La actual es una administración
federal cuya base de legitimidad ha sido cuestionada por sendos partidos
ahora opositores. Incluso los panistas, siempre cercanos y obsecuentes
con el poder en turno desde hace varios quinquenios, afirman que la
misma Presidencia fue adquirida a billetazos (G. Madero).
La recién aprobada reforma educativa es claro indicio de los serios
límites con los que el priísmo (
¿de nuevo cuño?)
se ha topado para
enfrentar y llevar a feliz término,
su cacareada legislación renovadora.
Una cosa es acordar objetivos y mecanismos,
dentro de un pacto
señaladamente cupular y otra,
muy distinta,
es sumar la participación de
mayorías.
Llevar a la práctica el contenido y las acciones de una
reforma educativa de calado,
y sus muchas derivadas,
es un creativo
asunto de amasar la conciencia colectiva y de hábil penetración
interclases.
La emergencia de sendos agrupamientos opositores de base
(
UPG)
de creciente belicosidad y desparramados en distintos territorios
inestables donde se hayan bien implantados,
no fue una variable a
considerar por la soberbia élite partidista.
Tampoco el mismo
accionariado gubernamental previno tan enraizada militancia popular que
se le situó enfrente.
Cuando la tuvo a la vista,
primero decidió
apabullarla echando encima todo el peso de la autoridad que acompaña al
entramado institucional.
Se pensó que,
con un enérgico desplante desde
las meras alturas,
el asunto quedaría zanjado de inmediato.
No fue así.
Afortunadamente,
ante el masivo clamor de la calle,
se dio una pausa al
proceso impositivo.
Se bajaron,
con un asomo de cordura,
los ánimos
represivos.
Ánimos,
por cierto,
bastante insuflados por el despliegue
irresponsable y desmesurado del aparato de convencimiento en pleno.
Al parecer la lección no ha sido procesada debidamente.
La pausa que
exigen las adecuaciones a las leyes secundarias da la impresión de haber
acallado,
al menos en parte,
la fiera movilización magisterial.
Pero
recientes acontecimientos,
tanto internos (
charrazo en
Chiapas)
como externos (
protestas brasileñas),
fuerzan a reconsiderar
las pretensiones del oficialismo.
Seguir la ruta originalmente trazada
para la reforma educativa,
pese a los nubarrones ya formados,
obliga a
poner a buen recaudo las terminantes consejas de algunos organismos
multilaterales (
OCDE).
Toca ahora el turno a las otras reformas ya encaminadas de acuerdo a
la agenda del famoso pacto:
la energética y la fiscal.
Ambas de
trascendencia innegable.
Ambas con aspiraciones de insertar en el cuerpo
institucional modificaciones profundas que bien pueden ocasionar
rupturas con el orden establecido.
Ambas,
necesitadas de legitimidad a
prueba de incertidumbres,
desaseos o debilidades argumentativas,
por
parte de sus proponentes.
Actores éstos que,
de cierto,
lejos están de
portar tal fuerza popular y la consistencia técnica en sus alforjas.
Poco importarán para estos menesteres los resultados de las elecciones
en puerta,
aun en el supuesto que éstos puedan reforzar las posiciones
priístas.
El suelo político y social que se pisará en los próximos meses
es movedizo,
plagado de pequeños o serios conflictos de muy distintos
calibres.
Sobre ellos se despertarán adicionales ánimos ya bien
caldeados:
conflictos mineros,
pleitos poselectorales,
reacomodos
sindicales (
CNTE,
SNTE)
intenso deterioro salarial bien documentado (
8
por ciento en sólo tres meses)
violencia continuada del crimen,
ríspidas
disputas por el agua,
ralo crecimiento económico en curso con poco
empleo,
multitud de ayuntamientos fallidos,
regiones enteras del país
sustraídas al imperio de la ley,
parálisis de amplios núcleos de la
gestión pública,
son sólo algunas de las condicionantes.
Lugar aparte
merecen los reclamos y exigencias en curso de mejor organicidad por sus
familiares desaparecidos.
El número de éstos no sólo ha rebasado la
capacidad del gobierno para darles respuesta adecuada,
sino que
constituye un problema de enormes dimensiones humanitarias que todavía
no se ha dimensionado con justicia.
Tampoco se aprecia con la hondura y
proyección debida el denso,
rijoso,
ánimo popular provocado por la
corrupción y su concomitante impunidad.
Todos estos asuntos deben
mensurarse antes de irse sobre la siguiente etapa de pretendida agenda
renovadora.
Los asuntos petroleros y eléctricos,
calan muy hondo en el ser
colectivo mexicano.
No son,
ni de cerca,
mitos a desterrar,
concepciones
atrasadas,
refugios interesados de populistas,
lugares comunes
desfasados o retrogradas posturas de provocadores ignorantes.
Son parte
de la identidad nacional,
quiérase o no,
y de ello se han dado pruebas
por demás consistentes ante las tentativas del oficialismo por
ningunearlas.
Los resortes anímicos y de identidad que se mueven en ese
sustrato nacional no es una cuestión de fanáticos o engañabobos.
Es un
hálito,
ya bien cimentado,
que impregna casi todos los demás ámbitos de
la vida en común.
La base conceptual que hasta ahora ha esgrimido el gobierno y sus
aliados de dentro y fuera es por demás corta,
tramposa y sesgada.
Alegar
carencia de recursos para invertir,
aún en el monto de los 150 mmdp,
es
un dato endeble y un torpe argumento.
Ya en los tiempos del panismo
calderónico se desplegaron cifras y razonamientos similares que,
finalmente,
se contrastaron en el Senado.
Todos ellos fueron derrotados
de manera contundente por las posturas, denuncias y propuestas lanzadas
desde la izquierda.
Sin duda,
de insistir,
volverán a estrellarse de
nueva cuenta.
No contarán con los apoyos masivos indispensables para una
aventura privatizante como la que persiguen,
hayan presentado o no su
propuesta final de reforma.
Bien se saben y se conocen,
hasta el
cansancio,
los intereses y las pretensiones que se mueven detrás.
Se les
volverá a vencer aunque cuenten con los consejos y prestigios de los
famosos mercados globalizados.
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