¡¡Exijamos lo Imposible!!
La Jornada
La reforma al 24 constitucional, una vergüenza
Bernardo Barranco V.
En forma y fondo la
reforma al artículo 24 constitucional sobre libertad religiosa ha sido
de bochorno. La Comisión Permanente del Congreso de la Unión formuló, el
pasado 19 de junio, la declaratoria de la reforma al artículo 24
constitucional, referido a libertad religiosa. Recordemos la presión que
ha ejercido la jerarquía de la Iglesia católica desde que Carlos Aguiar
Retes asumió la presidencia de la CEM en 2006 hasta la visita del papa
Benedicto XVI, marzo de 2011, en la que el secretario de Estado Tarsicio
Bertone remachó el tema en una gran cena ante la clase política de
Felipe Calderón y altos prelados católicos. El Poder Legislativo ha
construido una reforma cuyo proceso ha estado salpicado de suspicacias y
desconfianzas. La Cámara de Diputados, con una prisa sospechosa,
aprueba el 15 de diciembre de 2011 las reformas al 24. Para ello,
implementó en su aprobación y modificación un procedimiento que no
respetó el dictamen de la Comisión de Puntos Constitucionales ni en el
pleno de la Cámara, violando el principio jurídico de exhaustividad y de
legitimidad. La discusión de los diputados fue pobrísima entre
reproches procedimentales, tomas de la tribuna y negociaciones
apuradas de última hora; poco o nada se afrontaron temas sustanciales de
las libertades. La jerarquía católica y la derecha no quedaron
conformes con el resultado final, no tanto porque se incorporaron
libertades no religiosas como las éticas y de conciencia, sino porque se
frustra la intención de introducir de manera directa la educación
religiosa en escuelas públicas, vía los padres de familia, como se
apuntaba en el proyecto original. La reforma es una vacilada
,
exclamó entonces con trágico humor José Luis Soberanes. Al pasar la
reforma al Senado, se opera un mercadeo pues se saca del congelador la
reforma al artículo 40, sobre el carácter laico del Estado mexicano, y
ambos se someten a subasta. Resultado: ambas reformas, el 40 y el 24 van
de la mano. Tampoco hubo debate de fondo y los foros convocados por el
Senado fueron pura simulación.
La reforma considerada no prioritaria en la agenda del país se
politiza.
El proceso es viciado de origen y queda claro que la reforma
al artículo 24 constitucional es consecuencia de un acuerdo político
cupular que articula los intereses de la jerarquía con el pragmatismo de
corto plazo de la clase política.
Los actores de la operación son
principalmente de la fracción mexiquense del PRI,
por lo que la
paternidad de la reforma se le atribuye a pactos del entonces
precandidato Enrique Peña Nieto con el obispo presidente de la CEM,
entonces Carlos Aguiar Retes,
contando con el aval de Felipe Calderón y
sus huestes panistas.
Si la reforma fue aprobada con apresuramiento en la Cámara de
Diputados y en el Senado tuvo que pasar un año y dos meses para ser
aprobada por los congresos estatales y lograr así el cincuenta por
ciento más
uno de las legislaturas locales,
requeridos para su
promulgación definitiva.
El proceso fue accidentado,
sufrido e inédito.
Las principales reticencias para aprobarlas en las diferentes entidades
emanaron del propio PRI,
de sus corrientes liberales y masónicas que
siguen siendo fuertes en muchas entidades del país.
También se generaron
potentes movilizaciones sociales,
conducidas por Foro Cívico México
Laico que aglutinó diversas organizaciones sociales.
De manera relevante
se generó la reacción en contra de numerosas iglesias evangélicas y de
manera decisiva destaca la Iglesia La luz del mundo,
que mostró músculo
y capacidad de convocatoria en gran parte de las entidades mexicanas
que por momentos llegaron a inquietar a las legislaturas locales y los
obispos.
En diversas entidades los congresos locales tuvieron que
encarar la presión y movilización social de repudio a una reforma
socialmente objetada.
Sin embargo,
la disciplina se impuso,
la manija
estaba en el PRI pues cuenta con la preponderancia de la mayoría de los
congresos:
numerosos legisladores con amargura relatan la presión que
estableció Peña Nieto a las legislaturas estatales rebeldes,
argumentando el cumplimiento de los compromisos contraídos.
Hubo seis
estados en que la reforma fue rechazada:
Morelos,
Michoacán,
Baja
California,
Oaxaca,
Quintana Roo y Zacatecas.
En los demás hubo
jaloneos,
presiones y hasta traiciones.
Por ejemplo,
en Coahuila,
el
Congreso da una dramática reversa frente a la presión del PRI de México,
según consta en la voz de los propios diputados,
aprobando la reforma
que días antes había rechazado en un dictamen.
Algo parecido pasó en
Veracruz,
estado con una fuerte presencia de masones liberales,
en la
que el propio gobernador tuvo que desdecirse.
En esa ruta fueron Puebla y
Jalisco.
Si bien laicidad y libertad religiosa van de la mano,
muchos
juristas temen que esta reforma podría minar el carácter laico del
Estado en materia educativa.
Ya hubo amagos en Puebla,
donde
legisladores panistas,
invocando la libertad religiosa de los padres,
querían establecer catecismo en las escuelas públicas.
La iniciativa no
prosperó,
pero queda como inquietante precedente.
Estas querellas
podrían concluir en los tribunales de la Suprema Corte de Justicia con
las reservas que todos tenemos.
Hay que reconocer,
asimismo,
que la
promulgación del artículo 24 se opera en una atmósfera enrarecida en
términos de la política y la religión.
Muchos políticos y funcionarios
públicos han salido del clóset y de manera retadora han invocado signos
religiosos para ejercer su mandato.
El temor radica en que la Iglesia
católica utilice dicho recurso para imponer su agenda.
Afortunadamente,
México es una sociedad más abierta y plural,
todas las libertades son
bienvenidas.
El Estado laico,
por tanto,
es un instrumento de
convivencia pacífica y armónica en una sociedad diversa.
La laicidad
garantiza la democracia de un país que debe proteger sobre todo a sus
minorías y hace respetar los derechos humanos de los ciudadanos sin
distingo alguno de credo ni de condición.
La laicidad,
más que un
concepto o fotografía conceptual,
es un proceso histórico y dinámico,
por lo que tiene que debatirse,
trabajarse y dotarse de contenidos que
expresen la práctica y los anhelos de la sociedad.
Por ello,
la
contienda por dimensionar la libertad religiosa en el contexto de un
Estado laico,
en México apenas empieza.
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