¡¡Exijamos lo Imposible!!
La Jornada
La persistente sinrazón
Luis Linares Zapata
Los bríos de la nueva
administración no menguan en perseguir un modelo caduco a pesar de ya
sufrir varios encontronazos con la realidad. Ni bien se apoltronaban los
nuevos funcionarios en sus cómodas oficinas, cuando algunas de las
muchas rebeldías que plagan el país se les cruzaron de frente. Todavía
sonaban en el aire los aplausos, parabienes y augurios de eficiencias
instantáneas, cuando irrumpieron, con disonancias ríspidas, férreas
oposiciones provenientes desde la mera base de la sociedad. Los
soberbios arrestos autoritarios de un inicio se han ido apagando para
bien de la tranquilidad de muchos. Pero la persistencia en la sinrazón
de los dictados del acuerdo de Washington la traen estampada en la
conciencia y los intereses. La cotidiana y verbosa narrativa oficial no
cesa su desgrane en cuanta tribuna tiene a su alcance y que son muchas,
muchísimas. Pero la duda sobre las presumidas capacidades de conducción,
y el trasteo concomitante, surge y se esparce por todos lados.
El discurso del oficialismo va mostrando,
ya sin tapujos que lo
oculte,
lo errado o incompleto del diagnóstico de sustento.
Y,
por
añadidura derivada,
la propuesta lanzada resulta esquemática y corta en
alcances.
La afirmación de propósitos se confunde,
de nueva cuenta,
con
la realidad.
Rescatar el timón de la educación para el Estado se enrosca
y sólo permite dibujar un pleito burocrático con lo que, se pensó,
era
un tigre sindical.
Apaciguar a la corrupta cúpula del Sindicato Nacional
de Trabajadores de la Educación para nada equivale al apoyo del
magisterio,
y mucho menos aún puede reformar el sistema educativo.
Nada
se diga de infundir el aliento necesario para que la educación sirva
como igualador de oportunidades.
La preparación de una reforma
hacendaria venidera se agota en una serie de datos que describen la
caída en productividad.
Y,
a partir de tal hallazgo,
la idea envolvente
del discurso se constriñe a la democratización de esa productividad
futura.
Un lugar,
incierto,
harto discutible y poco demostrativo de una
Presidencia que se piensa o,
al menos,
se predica como transformadora.
El problema nacional no es de productividad,
no al menos como causal
solitaria del raquítico crecimiento y nulo desarrollo.
La caída en
productividad es una resultante de la baja inversión,
pública y privada,
que ya cuenta los decenios.
Es una resultante de la inexistente
creación de ciencia aplicada (
tecnología)
de la escasa capacitación
laboral,
de la poca mejoría en la capacidad de gestión y organizativa de
las empresas.
Pero,
más al inicio aún,
la productividad se incuba y
florece cuando hay un reparto equitativo de la riqueza generada,
por
mínima que esta sea.
La fuga de las utilidades acumuladas hacia la
especulación,
libre de impuestos además,
ha sido monstruosa.
Casi 8
billones de pesos,
48 por ciento del PIB,
en manos de unos 250 mil
cuentahabientes.
Los sucesivos enredos que han proseguido,
en cuanto a los
preparativos para legislar en materia política y procesos electorales en
preciso,
no hacen sino complicar el panorama actual.
Los aires
reformistas se apelmazan,
mientras la economía languidece de manera
acelerada.
Los planteamientos diplomáticos,
por ejemplo,
ocurren sin
concierto y sin la debida discusión interna.
Se quiere retomar el ánimo
latinoamericanista y,
a continuación,
se apoya una alianza con naciones
de claro corte conservador,
como Colombia,
Perú y Chile,
que sufren
serios desgarres a su interior.
Naciones que han ido aislándose del
concierto progresista sudamericano.
Países que tienden a subordinarse
con los intereses hegemónicos estadunidenses y que parecen dirigidos a
dividir y no a balancear,
menos a reforzar independencias.
La adhesión a
la estrategia de Estados Unidos para aislar a China no trabaja en bien
del interés nacional,
como bien lo han mostrado varios analistas
especializados (
Eduardo Navarrete).
En fin,
este semestre bajo el nuevo
PRI ha resultado harto deficiente,
por decir lo menos.
Pero lo que sí preocupa emana de los datos que ha publicado el
Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social
acerca del deterioro acelerado de los ingresos de los mexicanos.
Perder 8
por ciento de poder adquisitivo en escasos tres meses de 2013 no hace
sino confirmar el devastador efecto de las políticas públicas sometidas
al modelo vigente.
Y eso que las consecuencias de la pasada reforma
laboral todavía no impactan de lleno la anunciada precarización de los
trabajadores.
Productividad entonces pasa a significar la continuidad
del sacrificio de enteras generaciones de mexicanos,
pobreza extrema,
aumento en la cabalgante informalidad,
delincuencia o el exilio forzado.
Hacia allá se dirige el conservador y sometido priísmo de nuevo cuño.
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