jueves, 18 de abril de 2013

Hoy Capriles tiene y carga ocho asesinatos

¡¡Exijamos lo Imposible!! 
Por Esto!
Ganar y perder en democracia 
Por Jorge Gómez Barata
 
Los conservadores y con más razón la socialdemocracia europea, habituados a ganar y perder elecciones frente a los socialistas desde finales del siglo XIX y éstos a asumir derrotas con altura, deben estar perplejos ante la reacción de la derecha venezolana. Los muertos que en 15 años no pudieron achacarse a la gestión del presidente Chávez, los ha cosechado la oposición. En 48 horas ocurrieron en Venezuela más muertos que durante la reversión del socialismo en la Unión Soviética y Europa Oriental.

Probablemente Henrique Capriles equivocó la estrategia cuando irresponsablemente, casi de modo histérico, lanzó a sus partidarios a las calles y adoptó un curso confrontacional que puede hacerle perder el capital político ganado electoralmente. Al identificar su gestión con un tipo de violencia irracional y vandálica, de líder opositor puede convertirse en cabecilla contrarrevolucionario, a punto de colocarse fuera de la ley y autoexcluirse del proceso democrático que le confiere legitimidad y oportunidades.

Al margen de que la legislación venezolana incluye salvaguardas para impugnaciones y reclamaciones de carácter electoral, la forma primitiva y violenta escogida por el liderazgo opositor para manifestar su descontento y los blancos seleccionados para ejercerlo: centros de salud, domicilios particulares y dependencias comunales, descalifican sus opciones.

Aunque sin haber logrado la presidencia, una opción maximalista que no siempre la oposición consigue, Henrique Capriles obtuvo resultados electorales que lo instalan en el proceso político local como principal fuerza opositora, posición desde la cual cualquier político medianamente inteligente, podía haberse construido un liderazgo eficaz.

Por el contrario el liderazgo bolivariano, desenvolviéndose con serenidad y altura, se aplicó al trabajo, poniendo todos los asuntos en debate en manos de las instituciones competentes: el Consejo Nacional Electoral, la Fiscalía y las instancias judiciales, incluyendo al Tribunal Supremo, desplegaron con prontitud su actividad y cumplieron la función social asignada. Otra vez el Estado venezolano construido por Chávez se mostró solvente.

Entre tanto, el presidente electo, Nicolás Maduro ratificado por una victoria no por cerrada menos legítima, sin perder la compostura, se estrenaba realizando insistentes llamados a la cordura, la paz, la tolerancia, incluso al amor, invocando la Constitución y a Dios y apelando al buen juicio ciudadano, obteniendo resultados inmediatos. Sin ceder a la tentación de acudir a la represión, la crispación disminuye, regresa el orden y la gobernabilidad se estabiliza.

Mediante originales e imaginativos proyectos la nueva izquierda latinoamericana y las fuerzas políticas que optan por el centro, impulsan proyectos de reformas conducentes al establecimiento de la justicia social, el rescate de los recursos naturales y la recuperación de la soberanía política. Lo nuevo en esos empeños es su realización en democracia.

La democracia tradicional supone la competencia política que se realiza mediante elecciones; necesita la oposición como la oposición necesita del poder y la sociedad de la legitimidad de ambos. La descalificación de cualesquiera de estos elementos altera un ejercicio que la izquierda moderna prefiere perfeccionar antes que suprimir.

De momento, en Venezuela, es la oposición y no la Revolución quien promovió la crispación y la violencia y tiene la culpa sobre sus conciencias. El pueblo sabrá juzgar. Allá nos vemos

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