¡¡Exijamos lo Imposible!!
El cuento de las reformas estructuralesJorge Canto Alcocer
Me recuerdan al lema de “Sufragio efectivo, no reelección” que usaran hasta hace poco los gobiernos priístas expertos en la manipulación electoral. O aquel “Libertad y Constitución”, propio de un porfirismo que se cansó de violar la Constitución de 1857 y de confiscar las libertades ciudadanas. También me recuerdan al “Ministerio de la Paz” –encargado por supuesto de administrar la guerra- y al “Ministerio del Amor” –responsable de la represión- en el premonitorio “1984” de Orwell. Así funciona ahora esa insoportable cantaleta de las “reformas estructurales”, que repiten sin cesar las oligarquías mundiales como única salida posible a la situación del mundo actual.
No nos engañemos. El concepto de “reformas estructurales” se puede expresar muy claramente de la siguiente manera: “todo para nosotros, nada para ustedes”, donde el “nosotros” representa, obviamente, a esa minúscula parcialidad de la población –mucho menos del uno por ciento- que domina los mercados financieros, en tanto que en el “ustedes” estamos el resto de la humanidad.
Dos son las reformas fundamentales presentadas en todo el orbe como la panacea que resolverá –como si de un “producto milagro” se tratara- todo el contradictorio intríngulis de la economía actual: la reforma laboral y la reforma energética. Analicémoslas a continuación.
Por “reforma laboral” los oligarcas entienden la pérdida de todos los derechos conquistados por el factor trabajo a lo largo de siglo y medio de luchas políticas y sociales. Disminución –en algunos casos incluso desaparición- de la presencia sindical, eliminación de las leyes de salarios mínimos y de las regulaciones horarias a la jornada laboral, reducción de las indemnizaciones por despidos y accidentes, supresión de los derechos por antigüedad, cancelación en la práctica del seguro del desempleo –claro, en los pocos países en los que existe este derecho-, son sólo algunos de los parámetros de la famosa reforma. Los resultados evidentes en todos los países en los que se ha aplicado son catastróficos: precarización del empleo, aumentos en los niveles de desempleo y subempleo y, por ende, pauperización del mercado interno. En otras palabras, más fracaso económico.
En cuanto a la reforma energética, ésta significa privatización de todas las fuentes de energía actuales y futuras, y su entrega precisamente a esa ínfima oligarquía que todo pretende monopolizar. La cuestión es extraordinariamente delicada, pues todos los análisis serios nos indican que viviremos en las próximas décadas una agudísima crisis energética que puede provocar el colapso de sociedades enteras, el abandono de infinidad de tecnologías y la devastación de buena parte del planeta. Ya las primeras evidencias de la catástrofe las podemos observar en las crisis alimentarias del centro de África, a las que las orgullosas y muy “humanitarias” potencias capitalistas lanzan la “aspirina” de unas cuantas despensas y algunas cancioncitas cursis y ridículas.
Por el control de la energía petrolera los Estados Unidos invadieron Irak y asesinaron impunemente a decenas de miles de personas durante las dos “guerras del Golfo”; por el control de la energía petrolera los mismos yanquis impulsaron la bárbara persecución y salvaje magnicidio de Muammar Gaddafi; por el control de las energías petrolera y nuclear ahora mismo se amenaza con el lenguaje propio de los fanáticos al gobierno de Irán. Entonces, ¿es prioritario el tema energético en la agenda de los gobiernos? ¿Se puede dejar al arbitrio de unos cuantos oligarcas particulares? ¿Es eso lo que nos conviene a los pueblos?
Como hemos visto, las “reformas estructurales” ni son reformas -porque no producen cambios, sino fortalecen el statu quo, el dominio oligárquico- ni son estructurales –la perversa estructura del capitalismo se solidifica con ellas-. Son un vil cuento “chino”, como el “sufragio efectivo” de los priístas, la “libertad” de los porfiristas y el guerrero “Ministerio de la Paz” orwelliano. Ya Vázquez Mota, Peña Nieto y hasta el ridículo de Quadri dieron su aval a la mentira, en tanto que, con la claridad y contundencia que lo caracteriza, Andrés Manuel la rechazó justo en las narices de los financieros mexicanos. Por eso, y por muchas otras cosas, votaré por él.
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