El miércoles 2 de noviembre fue asesinado el alcalde de La Piedad, Ricardo Guzmán Romero, de extracción panista, frente a varios jóvenes que participaban en una acción de volanteo en favor del candidato a sucederlo en el gobierno municipal. Ese hecho ominoso cae como un balde de agua helada en un ambiente electoral no precisamente civilizado en términos de exigencia democrática, por tantas acciones de unos y otros candidatos al gobierno del estado de Michoacán: Fausto Vallejo, Luisa María Calderón y Silvano Aureoles, por el PRI, PAN y PRD, respectivamente: acciones que se inscriben en la intencionalidad de compra y coacción del voto, acciones que dejan ver desigualdad en el manejo de recursos económicos y político-administrativos, que van haciendo del proceso electoral michoacano un caldo de cultivo para que los resultados de la jornada electoral afloren marcados por la inequidad y ausencia de justicia electoral.
Es un juego perverso cometer acciones fuera de la legalidad a lo largo de un proceso comicial y pretender que los resultados de la jornada electoral sean limpios y dignos de un canto de victoria. En ese contexto de rijosidad tuvo lugar el crimen político de La Piedad, que pone un alerta a los actores políticos y a la sociedad para que entre todos se evite la ingobernabilidad en el curso de un proceso electoral ya en su etapa final. Ojalá que las autoridades competentes puedan dar con los responsables del crimen y esclarezcan sus motivaciones, sin que se empañe el proceso electoral en marcha.
Parte de esa rijosidad política lo ha creado la guerra de encuestas, mediante las cuales se pretende avasallar a la sociedad en sus segmentos más desprotegidos de cultura política, vendiéndole productos chatarra, que son resultados de sondeos hechos a modo, manipulados para extraer el resultado deseado. Narro a continuación cómo está elaborando el panismo sus encuestas electorales con la o las casas encuestadoras de cabecera (una de ellas Gabinete de Comunicación Estratégica).
Tres personas conocidas me narraron por separado, en total coincidencia, el método utilizado para entrevistarlas por teléfono en una especie de consulta ciudadana. Primero les preguntaron si estaban dispuestos a contestar unas preguntas para una encuesta. Al contestar afirmativamente, les pidieron que dieran una opinión sobre las siguientes personas: Luisa María Calderón, del PAN; Fausto Vallejo, del PRI; y Silvano Aureoles, del PRD. La opinión se debía expresar de acuerdo con los siguientes parámetros: muy buena, buena, regular, mala.
Mis informantes coincidieron en haber contestado de manera positiva para Silvano Aureoles. Ante esa respuesta, la consultora o consultor preguntó si sabían que unos días antes en Pátzcuaro y otros lugares había tenido lugar un enfrentamiento de fuerzas armadas con narcotraficantes, en el que hubo más de diez muertos; si sabían que los hijos del candidato Fausto Vallejo andaban implicados en el narcotráfico y que incluso uno de ellos había salido al extranjero para evadir la Justicia; que qué les parecía que un candidato a gobernador fuera sospechoso de tener nexos con el crimen organizado, etcétera, refiriendo siempre hechos violentos recientes o críticos de la realidad michoacana; que qué les parecía que Luisa María Calderón estaba prometiendo poner orden en Michoacán, etcétera.
Tras la anterior información, el o la consultora les dijo: te voy a repetir otra vez la pregunta: ¿qué opinión tienes de Luisa María Calderón, de Fausto Vallejo, de Silvano Aureoles, igual, en los términos de muy buena, buena, regular o mala? Al confirmar los encuestados lo que habían respondido a la pregunta inicial, el o la encuestadora, reconociendo que se habían topado con casos perdidos, al menos tuvieron la decencia de dar las gracias y colgaron.
Sin duda habrá gente encuestada que ante la información aportada por el o la encuestadora, cambie su opinión en favor de otro de los personajes involucrados, el que se quiera favorecer con la encuesta. Todo hace suponer que ese es el método del que se nutren los resultados que presume el equipo de campaña de la candidata Luisa María Calderón y ella misma, como una estrategia electoral.
¿Qué tanta credibilidad pueden tener esos resultados? Muy poca, pero puede que sirvan para los efectos buscados: influir en la percepción de una población escasamente informada, que por desgracia es la mayoría. Invéntate una mentira y echa a andar una estrategia de medios para difundirla, y ya la hiciste. Así, de mentira en mentira, puede que se consiga crear una falsa atmósfera de triunfo electoral en apariencia inevitable. Le ha resultado al PRI, con Enrique Peña Nieto, por qué no le iba a funcionar al PAN, con la Cocoa. Hay que reconocer que la estrategia de medios para difundir los supuestos avances milagrosos en la preferencia electoral es consistente, como ha de ser costosa, impensable para quien no tenga de su lado una cartera sin límites, como al parecer es el caso de la candidata panista.
Tal vez para la mayoría de la población los procesos electorales, a esta altura de la desigualdad social, llevada por la política calderonista a extremos nunca vistos, se conviertan en una feria de oportunidades para hacerse de pequeños regalos, objetos de uso práctico que sus necesidades de sobrevivencia les impedirían comprar; la presencia de varios candidatos multiplica esas oportunidades, que ojalá sean aprovechadas con sentido práctico pero dejando a salvo su libertad de elegir.
En el caso de los ciudadanos que medianamente tenemos una información más crítica de la realidad michoacana, vemos con preocupación que las acciones de compra y coacción del voto van siendo una práctica peligrosamente extendida, que en mucho empobrece a nuestra democracia, pues más que atender qué ofrecen los candidatos como oferta de política de gobierno, la gente se va acostumbrando a conformarse con lo que le den a cambio de su voto.
Y en ese caso, la oferta política imposible de cumplir de los candidatos puede ser expresada sin rubor, pues no hay entre una masa de gente acarriada con el señuelo de regalos y servicios varios, quién la ponga en entredicho. En esas condiciones puede venir la Cocoa a prometer que va a poner orden en Michoacán, sin que nadie le pida una explicación al respecto: orden en qué aspectos, orden con qué experiencia previa para saber llevarlo a cabo; orden, ¿como el que ha conseguido su hermano Felipe Calderón en el País, con todo el poder del mundo a su mando, con todos los recursos a su disposición? ¿Cuál orden ha logrado imponer el presidente Felipe Calderón, para que su hermana lo tome como su oferta principal de campaña?
Con poco que se observe de las ofertas políticas de la candidata Luisa María Calderón, fuera de la pretensión de imponer orden, lo demás es una copia de la política social de los gobiernos perredistas, de aquí y de la Ciudad de México, con el riesgo de que llegue alguien y la descalifique por populista.
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