La Jornada
Anarquismo, provocación y protesta
Un video de Animal Político captó el pasado 1º de diciembre el momento en que Israel Rodríguez, subdirector de Concertación Política y Atención Ciudadana del Gobierno del DF, lanza un tubo metálico hacia el lugar en el que granaderos y manifestantes se jalonean. El funcionario fue detenido por dos agentes, para a continuación ser liberado por otros granaderos que gritaron:¡Espérense, es compañero!
Ese mismo día Regeneración Radio documentó cómo un personaje obeso vestido de civil patea a un joven al que granaderos de la SSP mantienen sometido en el suelo, al tiempo que le grita: "¡Vete a la verga, güey, hijo de tu puta madre!"
A pesar de la evidente participación de provocadores gubernamentales en hechos violentos durante las protestas, éstos son achacados por las autoridades y algunos medios de comunicación exclusivamente a grupos de anarquistas y de jóvenes encapuchados.
La infiltración y provocación gubernamentales tienen un sentido. Usualmente, la destrucción de algunas tiendas de conveniencia, vidrieras de oficinas de empresas trasnacionales y cajeros automáticos durante una manifestación, y los choques entre manifestantes y policías, reciben más cobertura informativa que los casos de ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas cometidos por militares y policías. La presencia masiva de decenas de miles de ciudadanos en las protestas y las demandas que enarbolan pasan a segundo plano.
Además, después de cada incidente de este tipo se levantan voces que exigen "mano dura" y "cumplimento del estado de derecho". Simultáneamente las autoridades aumentan la presencia de granaderos y policías federales en las movilizaciones.
Sin embargo, achacar toda la violencia a infiltrados gubernamentales es incorrecto. Existen grupos de jóvenes radicalizados que reivindican la acción directa callejera contra los símbolos del Estado y el capital. Otros sostienen la legitimidad de la autodefensa. Su actuación en el país es evidente, al menos, desde febrero de 2001, cuando salieron a las calles de Cancún con motivo del encuentro del Foro Económico Mundial.
Esas fuerzas son parte de un movimiento planetario. Actúan con tácticas parecidas en Chile, Grecia, Brasil o Italia. Quienes en nuestro país participan en sus filas se ven como parte de una fuerza antisistémica, internacionalista, contemporánea y genuina, que les da identidad y sentido. Su existencia es un termómetro que mide la rabia que permea en sectores importantes de la juventud.
Forman un archipiélago de grupos de afinidad, federaciones, organizaciones para la acción e individualidades agrupadas para la acción en el Bloque Negro. Encasillarlos como anarquistas es un error. Algunos, como los insurreccionalistas, lo son; pero otros no. También integran esta constelación agrupaciones marxistas o colectivos ecologistas radicales.
Además, otros núcleos anarquistas no sólo no comparten esas formas de lucha, sino que las rechazan. Formados en el anarquismo histórico proveniente del mundo del trabajo o en el anarcopacifismo, quienes se deslindan del insurreccionalismo optan por otro tipo de intervención política. Dotados de un sentido de solidaridad y cooperación, rechazan la mercantilización de la vida cotidiana y la destrucción del ambiente. Combinan el estudio, la reflexión, el arte y la acción política. Fundan bibliotecas, dan conferencias y se reúnen regularmente. Muchos consideran a la resistencia civil pacífica una forma de lucha importante.
Acusar a los grupos de jóvenes radicalizados de ser infiltrados gubernamentales para deslegitimar la protesta ciudadana es un absurdo y una ofensa. Son lo que son porque así lo decidieron ellos mismos, no por una manipulación estatal. Pero son, también, producto de la precarización generalizada de nuestra sociedad y de la crisis de representación política existente. De hecho, muchos hacen todo aquello que la izquierda partidaria abandonó hace años para dedicarse a organizar elecciones.
Sin embargo, afirmar que no son infiltrados gubernamentales en las luchas no significa justificar su accionar. Desde mi punto de vista, son contraproducentes para el crecimiento, profundización y organización del descontento ciudadano su pretensión de asumirse como vanguardia iluminada al margen de los movimientos sociales; la sustitución que hacen del protagonismo popular por acciones ejemplares minoritarias; el riesgo que sus tácticas de lucha implican para miles de ciudadanos a los que, en lugar de defender, exponen a la represión, y el temor y/o rechazo que sus iniciativas provocan en quienes no comparten sus prácticas políticas en las protestas pacíficas.
Las acciones del Bloque Negro, del archipiélago anarquista y la radicalidad juvenil son realidades políticas inocultables. Más que descalificarlas o ensalzarlas a priori, es hora de analizar y debatir su sentido, significado y propuestas.
Twitter: lhan55
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