¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!
Para
Andrés Manuel López Obrador
Porfirio Muñoz Ledo
Simulación y entrega
Es lástima que una energía vital dedicada por entero al servicio público
se vea temporalmente disminuida por el acoso de la enfermedad. Parece
simbólico que la salud de Andrés Manuel sea afectada justo en el momento
histórico en que comienza a concretarse en el proceso legislativo la
cesión de los derechos nacionales sobre el petróleo. El evento no hace
sino subrayar el drama en que estamos envueltos en defensa del país, su
patrimonio y su futuro.
Algunas de sus tesis centrales se están confirmando. El Pacto por México
no ha sido, como se ofrecía, un ejercicio de consenso –de ahí la
retirada del PRD- ni menos una genuina refundación institucional. Corre
más bien el riesgo de prolongar el antiguo pacto de simulación que fue
durante largo tiempo el sustento del autoritarismo mexicano.
Las expectativas incumplidas por los acuerdos cupulares, que luego se
volvieron un galimatías en el Congreso, en materia de
telecomunicaciones, educativa, hacendaria, financiera y ahora
político-electoral están a la vista de todos. El desorden y
apresuramiento en la discusión de los temas los vació de sentido y los
apartó del debate público, De este fast track resultaron versiones
diluidas o adulteradas de añejas reivindicaciones que no modificaron
substancialmente el estado de cosas que se pretendía superar.
Se extiende una inconformidad generalizada, que en ocasiones redunda en
vigorosas protestas sociales y no satisface siquiera a sus principales
promotores. Representa en muchos sentidos la segunda gran dilapidación
en los últimos doce años del proyecto de reformas que el país necesita.
Una auténtica reforma exigía un reencuentro entre la clase política y la
sociedad para construir acuerdos básicos que modificaran las relaciones
entre los gobernados y el Estado, mediante mecanismos que posibilitaran
el acceso de la ciudadanía a la toma de decisiones públicas y, con
ello, dotar de legitimidad a las instituciones agonizantes del país. La
obsesión de las fuerzas políticas por maquillar un sistema autoritario
sólo conduce a profundizar un presidencialismo obsoleto.
Desde hace varias décadas se ha planteado una reforma política integral
que incluya el tránsito a un sistema semipresidencial con gobiernos de
mayoría con segunda vuelta electoral, flexibilización del ejercicio de
la iniciativa ciudadana y las candidaturas independientes, inclusión de
figuras de democracia directa como el referéndum, plebiscito y
revocación de mandato, así como la participación de la ciudadanía en el
diseño, gestión y evaluación de las políticas públicas.
Por el contrario, esta reforma implica la reelección legislativa sin
cambio de régimen y sin revocación de mandato, un fiscal general
“autónomo” cuya permanencia depende del arbitrio del Ejecutivo Federal,
un Instituto Nacional Electoral que subordina a los órganos electorales
locales con menoscabo del sistema federal mexicano y sin restarles a los
gobernadores su capacidad de intervenir en los procesos, además del
impacto presupuestal que los ajustes generaran y la insatisfacción de
los proponentes originales de dicha institución cuyo concepción era
mucho más clara.
Recordemos además que la consulta popular adoptada en la reforma
política de 2012 resultó contradictoria y amañada. Carece de técnica
jurídica ya que confunde el referéndum -que es la aportación por los
ciudadanos de reformas legales y constitucionales- con el plebiscito
-por el que la sociedad autoriza actos o políticas de la autoridad antes
de autorizarse- esta reforma pudo haber sido el marco por el cual se
diera las precisiones y se instara a la promulgación de su ley
secundaria, con lo que podía otorgarse legitimidad al proceso de reforma
energética. Todavía es tiempo de incluir la reglamentación del
referéndum frente a esa decisión trascendental para el país. También,
para incluir la reforma política del Distrito Federal que ha sido tan
largamente discutida y tan cuidadosamente consensuada.
Insistimos en que los principales problemas son la supremacía de los
poderes fácticos y el adelgazamiento del Estado que se pretenden
potenciar con la reforma petrolera. Tampoco se atacó la crisis de la
democracia representativa, la partidocracia que captura a los órganos
autónomos y la disfuncionalidad del régimen de gobierno. Queda pues un
gran saldo pendiente que sólo podría cubrirse por una nueva
Constitución.
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