La Jornada
dirección y conducción de la guerra o de las guerras. No hay soberanía nacional sin estrategia y sin recursos que la sustenten y, a su vez, sean protegidos por esa estrategia. Entregar la propiedad y el control de esos recursos al país vecino –es decir, a sus necesidades estratégicas, o sea bélicas– no es una simple decisión económica ligada a la soberanía. Es rendir una parte de la soberanía territorial (y la soberanía es territorial o no es) a las necesidades de una potencia y de sus múltiples e interminables guerras: la de Irak, la de Afganistán, la de Libia, la inminente de Siria. Es además una gran potencia colocada en este siglo a la defensiva ante un mundo cuyo control va escapando de sus manos, aunque por ahora nadie equivalente ocupe ese lugar perdido.
La utilización en México de las fuerzas armadas de la nación –ejército, marina, aviación, cuerpos auxiliares– para tareas de policía interna, acentuada más y más por los gobiernos recientes, es una operación que, como es sabido desde siempre, destruye la moral y la razón de ser de un ejército. América Latina está plagada de casos de esta corrosión progresiva, desde Guatemala y el golpe contra Jacobo Arbenz en 1954, patrocinado por John Foster Dulles, hasta el caso extremo de Argentina bajo Videla y Galtieri, generales que en la guerra interior contra su pueblo prepararon la derrota en las islas Malvinas de un ejército con la moral destrozada.
La traición de Zedillo en la negociaciones con el EZLN y la matanza de Acteal fueron abriendo el camino para la larga empresa de desgaste de la moral de la fuerza armada de la nación, como ha sido y sigue siendo su empleo en tareas policiales que la enfrentan con la floreciente industria multinacional del narco y, peor todavía, con los movimientos indígenas y campesinos, es decir, con el México más antiguo y más profundo, según el sabio decir de Guillermo Bonfil.
Cuando las poblaciones desprotegidas –cada día más– se organizan en autodefensa contra los grupos armados del crimen, los gobiernos lanzan sus ejércitos y sus policías a desarmar a esos compatriotas a quienes ellos no protegen.
derecho de piso; denegación de justicia de la cual el caso Patishtán es hoy símbolo y emblema nacional; despojo de los derechos de organización sindical vía destrucción (SME) o vía corrupción y charros (Pemex, SNTE, la lista es larga); disolución por inseguridad reinante del derecho a circular libremente por las carreteras del propio país; destrucción del sistema ferroviario de la nación y de parte de su flota aérea; entrega de la banca al capital extranjero y sus socios nacionales; libertad plena a Wal-Mart, Dragon Mart, Soriana y sus similares para establecer monopolios de hecho sobre sectores enteros del comercio: este es el proceso de desorganización nacional que ahora se pretende culminar con la entrega del subsuelo y de la renta petrolera al capital multinacional y a las necesidades propias de la gran potencia vecina.
la renta petrolera, según lo registra con asombro Javier Jiménez Espriú ayer en La Jornada.)
Innecesario agregar que esta entrega abrirá de par en par las compuertas para la penetración sin barreras y con violencia de esos mismos intereses privados en las tierras y las vidas de los pueblos indígenas y sus recursos naturales; y para la destrucción de esos pueblos y de sus mundos de la vida mediante las represas y los canales y las minas a cielo abierto, como sucede hoy en Sonora, en Chihuahua, en Guerrero, en Durango.
En esta vorágine de despojo están amagando y preparando también el asalto en Chiapas contra el EZLN, las Juntas de Buen Gobierno, las comunidades zapatistas y el autogobierno en funciones de los pueblos indígenas de la región. Si aún no lo han lanzado, es porque esos pueblos están organizados y alerta y el
mal gobierno, como ellos lo llaman, tiene cuestiones más urgentes y teme una reacción en cadena como ya antes la hubo. Pero la amenaza sigue planeando sobre aquellas tierras.
La principal responsabilidad del Estado mexicano es velar por la seguridad e integridad de las personas que transitan por su territorio, independientemente de su estatus migratorio, pero salta a la vista que sigue haciendo un trabajo de contención, de muralla. Los descarrilamientos forman parte de eso, junto con los secuestros, las extorsiones y las redadas.
¿Pero acaso no nos pertenece a nosotros nuestro México?, preguntaba en 1988 un campesino de Jalisco en una de las incontables cartas a Cuauhtémoc Cárdenas durante aquella campaña electoral.
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