Los mexicanos somos
desconcertantes. Somos uno de los pueblos más originales de la Tierra,
pero nos desesperamos por imitar lo extranjero. Entramos a la OCDE para
que nos confundieran con un país desarrollado. Lo que refleja nuestro
profundo sentimiento de inferioridad. Ahora resulta en sus encuestas que
entre los miembros somos el país con más bajos niveles de seguridad,
empleo, salud. Pero ¡estamos entre las 10 naciones más felices del
mundo!
He leído comentarios y escuchado muchas opiniones de sobremesa en ese
sentido:
la única explicación es que somos básicamente ignorantes de
nuestra situación y el atolondramiento,
como se ha dicho muchas veces,
es precondición para la felicidad.
Tengo otra hipótesis,
que se ha
reforzado por el trabajo político de varios años en barrios y pueblos de
Puebla.
En México los estratos sociales son duros y no es fácil para
los capitalinos que vivimos en el medio profesional fraternizar con la
gente común.
Tuve oportunidad de ser recibido en las casas,
organizar y
asistir a innumerables reuniones y comidas,
conversar sobre política y
asombrarme con la claridad con que se ven las cosas.
Eso confirma mi
opinión de que la satisfacción con la existencia de nuestro pueblo se
deriva que nos orientamos hacia cosas que en países industrializados no
son tan importantes:
compadrazgo,
mitotes bastante alcoholizados,
fiestas,
padres viejos,
abuelos,
cumplimiento de tradiciones,
gusto por
la tierra original,
ceremonias religiosas,
comidas y música.
Existe otro factor.
La gente ha aprendido a resistir por siglos
circunstancias difíciles,
adaptarse plásticamente y sacar el mejor
partido posible.
Un líder mexicano estadunidense,
que tuvo éxito en la
política de EU,
me explicó en Chicago:
Mientras aquí sufrimos con
este maldito clima y tenemos que renovar el coche, pagar la hipoteca y
otras cosas, los mexicanos trabajan para disfrutar de inmediato, no en
el futuro. Son muy trabajadores, pero se dan sus momentos para compartir
con los cuates
.
Sin embargo hay incógnitas:
¿Por qué no existe indignación
ante el deterioro constante de la vida y de las oportunidades en las
últimas tres décadas? La situación es tal que si hoy estallara en México
una rebelión –
lo que sería indeseable–
dentro de 20 o 30 años los
historiadores se preguntarían cómo era posible que no nos hubiéramos
dado cuenta de lo que se venía encima.
Pero la vida fluye.
Nos
impresiona lo que sucede en Brasil.
Una impugnación generalizada,
juvenil y multitudinaria contra un gobierno legítimo y exitoso.
Se
impugna la desigualdad y la corrupción.
Hace poco nadie hubiera pensado
en este brote.
En México la incertidumbre es mayor.
¿Cómo saber lo que
pasará cuando se diluya la frágil ilusión que despertó Peña? ¿Cómo
reaccionarán los jóvenes que ya dieron muestras de poder organizarse
para la inconformidad cuando volvamos a constatar que el camino que se
le ha impuesto al país no lleva a ninguna parte?
Twitter: @ortizpinchetti
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