¡¡Exijamos lo Imposible!! La Jornada
Tampoco hay razón para confiar en la precisión de los resultados en los comicios presidenciales siguientes: tras el de 1994 el propio Ernesto Zedillo reconoció que las campañas se habían realizado con reglas inequitativas; en 2000 los sufragios por el PRI fueron ilícitamente inflados mediante inyecciones de dinero público (el Pemexgate, la más célebre); en cuanto al de 2006, el fraude en favor de Calderón fue tan descarado como el de 1988 a favor de Salinas, o más, y está mejor documentado. Aun así, la izquierda electoral, agrupada en la coalición Por el Bien de Todos, obtuvo el mejor resultado electoral de su historia, tanto en votos totales como en porcentaje.
El año pasado se repitió la historia. La campaña priísta, caracterizada por la manipulación y la mentira mediáticas, culminó con una inversión de miles de millones de pesos para inducir votos e inflar el caudal de sufragios en favor de Peña Nieto hasta fabricarle un margen de 8 por ciento sobre López Obrador... Y en las cifras oficiales la izquierda volvió a batir su propio récord: casi 16 millones de votos.
En resumen: en tres décadas (y según las muy distorsionadas cifras oficiales) la izquierda electoral ha pasado de 6.9 a 31.59 por ciento en las preferencias electorales y de un millón 580 mil votos a 15 millones 897 mil. Si se descuenta el crecimiento del padrón electoral, eso representa un crecimiento de 500 por ciento. Si en México existiera una democracia real, habría razones para el optimismo y para seguir apostando todo a la vía electoral, en la confianza de que más temprano que tarde la izquierda habría de lograr una victoria sobre el PRIAN. Pero no: en tres elecciones presidenciales, una de cada dos, el régimen oligárquico le ha arrebatado el triunfo a la mala. Así la verdadera oposición llegara a obtener la mayoría absoluta de los votos reales, el aparato político del régimen seguiría haciendo trampa.
Descontadas las vías violentas, que hoy tienen menos margen que nunca por la paramilitarización creciente en muchas regiones del país, no parece quedar más alternativa que impulsar la organización social desde abajo, mantener la independencia ante el régimen (por ejemplo, absteniéndose de firmar pactos por México) y seguir participando en procesos electorales para ganarlos y defender los triunfos mediante movilizaciones pacíficas, sí, pero realmente masivas, organizadas y generalizadas.
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