En su ceremonia de
pretendida restitución del poder imperial de la Presidencia, Enrique
Peña Nieto dijo, rodeado de intocables, que ya no hay intocables. Por
ejemplo: las operaciones con recursos de procedencia ilícita, delito que
sirvió de pretexto para destruir a Elba Esther Gordillo, fueron
documentadas por la Coalición Movimiento Progresista en el caso de la
adquisición de tarjetas Monex por el PRI durante el pasado proceso
electoral; eso que popularmente se conoce como lavado de dinero
fue precisamente lo que hizo el equipo de campaña de Peña al recurrir a
las empresas fantasma Alkino, Atama, Inizzio, Efra, Koleos y Tiguan,
para aceitar con un dineral las estructuras clientelares priístas. Pero
hoy Gordillo languidece en la cárcel y Luis Videgaray, jefe de campaña
de Peña Nieto, despacha en la Secretaría de Hacienda. Pueden apostar lo
que quieran a que el antiguo secretario de Finanzas del Estado de México
no emprenderá, desde esa posición, ninguna pesquisa contra sí mismo.
Allí estuvo también,
arropando al nuevo tlatoani,
Jesús Murillo
Karam,
hoy procurador,
y hace 13 años integrante del equipo de campaña
de Francisco Labastida,
cuya candidatura se vio afeada por el Pemexgate
–
mil 500 millones de pesos fueron desviados de la paraestatal
petrolera,
a través del sindicato,
para financiar al PRI–,
un escándalo
que tuvo por protagonista al actual senador Carlos Romero Deschamps.
Por
ejemplo.
Y la lista de intocables se ha ampliado con la exoneración de
los ex gobernadores tamaulipecos Manuel Cavazos Lerma y Eugenio
Hernández Flores.
Por ejemplo.
No descarten que a algún redactor priísta
se le ocurra aclarar,
en uno de esos retruécanos característicos de la
época de oro del partidazo,
que esos no son intocables sino más bien
intangibles.
De modo que la admonición peñista sobre la inexistencia de
intocables no tiene nada que ver con la justicia sino,
en todo caso,
con
la disciplina:
el régimen tocará a todo aquel que se insubordine ante
la proyectada restructuración de las leyes para dar paso a la siguiente
etapa del proyecto neoliberal,
el cual pasa por la privatización formal
de Pemex (informalmente ya ha sido privatizado)
y por la transferencia
de los gastos que ello genere a la mayoría de la población,
vía reforma
fiscal e incremento del IVA.
Fuera de eso,
el sistema político requiere,
para seguir funcionando,
de operadores dispuestos a delinquir,
y ello a
su vez requiere de la expedición regular de patentes de corso para sus
integrantes.
Es decir,
igual que en el salinato,
que en el zedillato,
que en el gobierno foxista y que en el calderonato.
En suma,
y como pudo verse en el ritual priísta del domingo pasado,
el régimen no ha cambiado;
simplemente,
intenta cubrir su patente
desnudez con ropa vieja sacada del armario de los sexenios.
La que ha
cambiado,
más allá de toda duda,
es la sociedad.
Está por verse si esta
sociedad evolucionada –
por más que algunos de sus segmentos permanezcan
anclados a,
o reciclados por,
las formas tradicionales de la simulación,
el fraude y el autoritarismo–
aceptará beber el vino viejo en odres aun
más viejos que ahora se le ofrece.
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