¡¡Exijamos lo Imposible!!
La Jornada
IFE: opacidad emblemática
En días recientes el
contralor interno del Instituto Federal Electoral (IFE), Gregorio
Guerrero, ha venido denunciando un supuesto daño patrimonial al
organismo por 124 millones de pesos, en el marco de la compra de un
edificio en el sur de la ciudad de México a un precio muy por encima de
su valor. El señalamiento ha derivado en una abierta confrontación entre
el titular del órgano fiscalizador del IFE y los consejeros
electorales, quienes rechazaron el dictamen en el que se proponía
sancionar al ex director de Administración del organismo, Fernando
Santos. Guerrero, por su parte, ha acusado a los consejeros de esconder la mugre bajo del tapete
y ha anunciado que presentará una denuncia ante la Procuraduría General de la República por estos hechos.
Con independencia de las investigaciones y posibles sanciones a que
dé lugar tal denuncia,
no es ésta la primera vez que el órgano electoral
es señalado por malos manejos de sus recursos:
otro caso es la
decisión, adoptada por los consejeros electorales en 2011,
de conservar
casi 350 millones de pesos no ejercidos de su presupuesto para 2010 por
considerarlos un ahorro
–
cuando tales recursos tendrían que haber
sido devueltos a la Tesorería de la Federación–,
lo que dio pie a un
choque declarativo con el Poder Legislativo.
En noviembre del año pasado
la propia contraloría interna del IFE documentó diversas
irregularidades en el manejo de los recursos del organismo,
entre las
que destacaban excedentes de plazas laborales,
gastos excesivos y no
comprobados en combustible,
pagos duplicados de telefonía celular,
erogaciones no autorizadas para la renta de inmuebles y automóviles de
funcionarios.
La referida cadena de irregularidades pone en perspectiva un patrón
de conducta –
opaco y presumiblemente ilegal–
en el manejo de los
recursos ejercidos por el instituto,
que resulta doblemente inadmisible
si se coteja con el cuestionable desempeño del IFE en su responsabilidad
fundamental de organizar procesos electorales equitativos,
transparentes y confiables,
particularmente durante los dos recientes
comicios presidenciales:
2006 y 2012.
Por lo demás,
las irregularidades referidas en el IFE son
ejemplos de la opacidad y la discrecionalidad con que se manejan los
recursos públicos a escala nacional,
y se suman a las detectadas
recientemente por la Auditoría Superior de la Federación en la cuenta
pública de 2011 y a los casos de dispendio injustificado y presumible
corrupción que se han documentado en diversas entidades y municipios del
país.
Para colmo,
las denuncias del contralor del IFE ponen en
perspectiva la situación de privilegio en que operan los órganos
constitucionales autónomos,
cuyos integrantes,
ante la insuficiencia de
controles externos de fiscalización y en uso distorsionado de sus
potestades,
generan entornos propicios para el manejo poco transparente
de los presupuestos que reciben.
A la luz del conjunto de anomalías documentadas por la contraloría
general del IFE,
lo menos que cabría esperar es una investigación
exhaustiva por las autoridades correspondientes y,
en caso de que tales
pesquisas lleguen a las mismas conclusiones que la instancia
fiscalizadora de la institución electoral,
ésta tendría que ser sometida
a una profunda transformación en sus prácticas y composición.
Por lo
pronto,
los consejeros del órgano electoral,
al igual que el resto de
los integrantes de la clase política en el país,
no tienen motivo alguno
para sorprenderse del desprestigio generalizado que arrastran de cara
al conjunto de la sociedad.
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