La Jornada
La semilla de Hugo Chávez
Gilberto López y Rivas
Ha muerto un hombre de
bien, un hombre del pueblo y para el pueblo que luchó por dignificar y
dar poder a los humildes de su querida República Bolivariana de
Venezuela. Fue un hombre de su tiempo y un adelantado que alcanza la
inmortalidad de los predestinados para dejar huella en la historia del
mundo de las resistencias y revoluciones. Soñó, como su mentor Bolívar,
con una América Latina unida y libre de la dominación imperialista. Como
su gran amigo y consejero Fidel, puso en marcha las fuerzas telúricas
de los explotados para dejar de serlo y avanzó a contracorriente de
inercias, telarañas seculares y conspiraciones.
Hugo Chávez deja un enorme vacío político –nacional e internacional– por su estatura como dirigente de los de abajo, por su visión de estadista al servicio de una revolución que contra viento y marea ha logrado cambiar al país hasta sus cimientos; por su calidad humana que concitó el apoyo ciudadano mayoritario en los innumerables procesos electorales en los que participó y que lo llevaron a los varios mandatos de una presidencia golpeada sistemáticamente por una derecha recalcitrante, violenta, racista, aliada del imperio, siempre lista para el boicot empresarial, la subversión, el golpe de Estado, y el magnicidio.
El odio implacable y patológico a Hugo Chávez por parte del gobierno de Estados Unidos, de la oligarquía venezolana, de sus pares en los circuitos de la contrarrevolución y el terrorismo de Estado, en la derecha intelectual de los Varga Llosa, y en los medios de comunicación a su servicio, como el duopolio televisivo en México, o El País, en España, ofrece la medida de lo que el Comandante representa para su pueblo y los pueblos del mundo en esta compleja lucha de clases que tiene lugar en el ámbito planetario, a pesar de los esfuerzos de la dictadura mediática por negarla, ocultarla o trastocarla en su favor.
El Comandante deja un vacío, pero también una legado de incalculable valor: su confianza en el pueblo pobre y explotado para vencer las adversidades y enfrentar la violencia del imperio y la oligarquía; su capacidad para reaccionar avanzando a cada agresión de sus enemigos; su curiosidad intelectual que lo llevó a un permanente desarrollo de sus alcances teóricos sobre el entorno político e ideológico que le tocó vivir; su lealtad y congruencia para estrechar las alianzas duraderas y confiables, como las mantenidas con el pueblo y el gobierno cubanos.
No tengo la menor duda de que el chavismo logrará salir airoso de la prueba de una Venezuela sin Chávez, si permanece unido a ese legado y si radicaliza aún más la revolución bolivariana en la dirección inequívoca de profundizar la construcción del poder popular, de combatir la corrupción y la doble moral entre sus filas, de ocupar todos los espacios de la territorialidad y la política con hombres y mujeres reconocidos por su fidelidad al pensamiento y la práctica del presidente Chávez.
Murió un libertario, un irreverente, un comandante del pobrerío, pero queda la semilla de un futuro más promisorio para la Venezuela bolivariana y para la América Latina entera, para otro mundo posible, que sin la acción de hombres de la estatura del Comandante y de los pueblos como el que lo ha acompañado desde hace más de 15 años, no podríamos alcanzar.
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