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Homozapping
Elba Esther y Romero Deschamps, fin de ciclo
Jenaro Villamil
Un singular paralelismo existe entre el
inicio de la administración de Enrique Peña Nieto y la de Carlos Salinas
de Gortari:
ambos necesitan enfrentar no sólo a las disidencias reales
que se articularon en contra de su llegada a la presidencia sino a los
poderes corporativos más importantes que obstaculizan proyectos y
negocios más ambiciosos en su sexenio.
El poder de Salinas se inauguró con el quinazo que
destronó a Joaquín Hernández Galicia al frente del Sindicato de
Trabajadores Petroleros de la República Mexicana. El quinismo se
convirtió en una profesión de fe y en una extensa y compleja red de
intereses y negocios al interior de la principal paraestatal en México.
Fueron adversarios durante toda la campaña de 1988, tanto, que la
impresión y distribución del libelo Un Asesino en la Presidencia se le atribuyó a La Quina.
La Quina se fue, su poder se desmanteló y lo encarcelaron, pero
no se democratizó el sindicato. Por el contrario, el autoritarismo de
la élite sindical se agudizó. Llegó Sebastián Guzmán Cabrera, un líder
de papel, dócil al proyecto modernizador de Pemex que aplicó el
salinismo. Y en 1996, en pleno sexenio zedillista, se encumbró Carlos
Romero Deschamps, que en 16 años acumuló poder, dinero y fuero: tres
veces diputado federal, dos veces senador, dueño de una fortuna
incalculable.
En paralelo al quinazo, Salinas
también decidió dar un “golpe espectacular” en el SNTE, el sindicato más
numeroso, influyente y priista en ese momento. El poder de Carlos
Jonguitud Barrios fue desmantelado, en medio de una disidencia sindical
creciente. La traición operó en el más puro estilo del manual de
Maquiavelo. Elba Esther Gordillo, aliada de Jonguitud, ascendió de la
mano de Manuel Camacho y de Carlos Salinas, desde entonces. En el mismo
periodo, el elbismo no sólo acrecentó sino superó con creces el poder
del jonguitudismo.
Sin ser las mismas circunstancias, pero
sí necesidades políticas similares, el gobierno de Peña Nieto ha
emprendido una operación para sustituir o relevar a ambos liderazgos.
De hecho, la historia en ambos casos se
comenzó a escribir en octubre de 2012, dos meses antes de que Peña Nieto
tomara el poder.
El 19 de octubre de ese año, con el
apoyo del 71 por ciento de los delegados sindicales reunidos en la
Cámara de Comercio de la Ciudad de México, los petroleros reunidos
eligieron a Jorge Hernández Lira como su candidato único a secretario
general del STPRM.
La noticia pasó prácticamente
desapercibida. Pero el golpe sí fue registrado por Romero Deschamps. En
perfecta sincronía con Elba Esther Gordillo, ambos dieron un “sabadazo”
sindical el 22 de octubre de ese mismo año. Romero aceleró su reelección
hasta el 2018 en la 25 Convención Ordinaria del STPRM, donde se
reunieron 108 delegados de 36 secciones sindicales. El mismo día, Elba
Esther se eternizó en el SNTE y los 3 mil 25 delegados del sindicato
eligieron a Juan Díaz Torre como secretario general “tutelado” por el
gordillismo.
Para esas fechas, Peña Nieto realizaba
su primera gira por Europa, ofreciendo rescatar a España y abriendo las
compuertas del próximo negocio energético en México.
El proceso se aceleró en los dos
primeros meses de su gobierno. Lo que iba a ser un relevo o una
transición tersa en ambos sindicatos adquirió tintes de tragedia y de
“epitafios” mediáticos.
Los escándalos de Romero Deschamps han
revivido. La prensa tabasqueña y columnistas del Distrito Federal han
vuelto a documentar los excesos de sus hijos. Ya no se trata de las
fotos en Facebook de su hija Paulina Romero sino la adquisición de dos
lujosos departamentos en Miami de su hijo Carlos Romero Durán, con un
valor de 7.5 millones de dólares. La información pronto llegará a las
pantallas televisivas, como ocurrió con el golpe mortal contra Arturo
Montiel en 2005.
Romero Deschamps estuvo ausente en las
labores de rescate y de control de la información sobre la tragedia en
la Torre de Pemex. Las sospechas que vinculan lo sucedido con el
coletazo de Romero crecen y se mencionan en algunos medios
Reporte Indigo publicó esta
semana que el relevo en STPRM dependerá de la “toma de nota” que haga la
Secretaría del Trabajo, encabezada por Alfonso Navarrete Prida. El
rotativo publicó que el 2 de enero de este año una carta dirigida al
secretario de Gobernación, Miguel Angel Osorio Chong, que acredita la
elección de Jorge Hernández Lira como nuevo líder del sindicato
petrolero.
Como contexto, el principal apoyo de
Hernández Lira fue Sergio Gutiérrez Rojas, líder de la Sección
Metropolitana número 34 que, casual o trágicamente, tiene su sede en el
edificio colapsado el 31 de enero pasado de Pemex.
La ausencia de Romero Deschamps en el
acto de homenaje a las víctimas de Pemex, encabezado por Peña Nieto y
la plana mayor del gabinete, no fue una casualidad. El astuto dirigente
sindical ya “aclaró” en algunas columnas periodísticas que no pudo
asistir por razones de salud, pero ahí estuvo Ricardo Aldana, uno de sus
hombres de confianza.
En paralelo, Elba Esther Gordillo hizo
saber de manera pública y notoria, que su interlocutor con Peña Nieto
será el gobernador del Estado de México, Eruviel Avila –a quien, en
buena medida ella impulsó para ser el candidato priista en 2011-, y que
no está de acuerdo en una reforma educativa “que tiene espíritu de
mercado con intenciones privatizadoras”.
Lo mismo podría decir Romero Deschamps
si quiere envolverse en la bandera de la defensa del petróleo para
salvar su enorme coto de poder. No lo ha hecho porque detrás de la pugna
sindical está la peor tragedia reciente de Pemex y un largo expediente
de corrupción en su contra.
El “salinismo terso” que quería aplicar
Peña Nieto tal vez se modifique frente a estos desafíos al poder
presidencial, desde adentro de la coalición que lo llevó a Los Pinos.
Lo que aún nadie puede pronosticar es de
qué dimensiones será la reacción en ambos cacicazgos que aprendieron a
hacer negocio en la alternancia y ahora no dirán, como en 1989: “sí,
señor presidente”.
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