
La Jornada
No especulen, insiste el régimen, mientras su propia conducta mina la credibilidad que pudiera quedarle y alienta la especulación y el escepticismo justificado: cuatro días son demasiado tiempo para que los aparatos de seguridad sigan sin saber si lo que causó la tragedia fue una estufa defectuosa o un artefacto explosivo colocado por manos criminales.
La ausencia de explicaciones verosímiles, por lo demás, coloca a la sociedad ante una disyuntiva irremediable: si las autoridades no han podido establecer la causa del estallido, su ineptitud es galáctica; si ya lo hicieron y no lo difunden es porque han decidido, por el cálculo que sea, encubrir a los autores de un atentado, toda vez que la estufa no ameritaría encubrimiento alguno y hasta le habría dado a Peña las condiciones propicias para que siguiera asoleando su frivolidad en Punta Mita.
El grupo en el poder está acostumbrado a mentir, a despreciar a la opinión pública y a ocultar sus enjuagues bajo una pila de declaraciones y fintas investigadoras –
llegaremos al pleno esclarecimiento de los hechos, y bla, bla bla– o a extraviar la procuración y la impartición de justicia en plazos inciertos y en vericuetos legaloides. Al final, Salinas se pasea bajo al luz del Sol aunque todo mundo sepa que se robó la partida secreta y los responsables de la tragedia en la guardería ABC permanecen impunes porque eran, o siguen siendo, de los picudos del régimen.
El poder no ha cambiado. El PRI sigue siendo el mismo de siempre, el PAN heredó sus mañas y ahora el tricolor pretende retomar las maneras burdas desplegadas por el blanquiazul en el ejercicio de gobierno. Pero la sociedad y el mundo sí que han evolucionado, y queda poco margen para que el grupo en el poder vuelva a salir con sus prestidigitaciones, sus silencios y sus ruedas de molino. Que informe ya, para empezar: ¿qué pasó en la torre B2 de Pemex?
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