Es motivo de orgullo que, a pesar de que han querido destruirnos, no lo han logrado ni lo lograrán. No sólo porque tenemos autoridad moral, sino porque las mujeres y los hombres que participamos en esta lucha, profesamos un profundo amor por nuestros semejantes y, más allá de alevosías y frente a todo tipo de adversidades, mantenemos la firme convicción de construir una sociedad más justa, más humana y más igualitaria
Es motivo de orgullo que, a pesar de que han querido destruirnos, no lo han logrado ni lo lograrán. No sólo porque tenemos autoridad moral, sino porque las mujeres y los hombres que participamos en esta lucha, profesamos un profundo amor por nuestros semejantes y, más allá de alevosías y frente a todo tipo de adversidades, mantenemos la firme convicción de construir una sociedad más justa, más humana y más igualitaria
martes, 2 de octubre de 2012
En mi memoria está escrito el 2deOctubre
Por Esto!
La fecha que no se olvida
Juan José Morales
Escrutinio
Para el que esto escribe, la conocida frase “Dos de octubre no se olvida”, es mucho más que un lema de protesta. Tiene un significado muy especial, porque aunque han transcurrido ya 44 años desde aquellos sucesos, nunca podré olvidar cómo pasé en el edificio Chihuahua de la Unidad Tlatelolco esa noche del 2 de octubre de 1968, que pudo ser la última de mi vida de no ser por una vecina que nos brindó refugio en su departamento y nos salvó también de ir a la cárcel gracias a su valentía.
Nunca olvidaré tampoco ciertos detalles que se me quedaron indeleblemente grabados en la memoria, como los estampidos de disparos de todos calibres, o el grito angustioso del joven que nos advirtió “¡no bajen, no bajen, vienen disparando hacia arriba por las escaleras!”. Para siempre recordaré el olor a cera del piso de duela sobre el cual nos mantuvimos tendidos cerca de los muros interiores del departamento por temor a que una bala atravesara las frágiles paredes exteriores. O el atisbo por la ventana, tras la segunda balacera, de la imagen de un hombre herido que llegó tambaleándose hasta un grupo de soldados para desplomarse agonizante junto a ellos sin merecer más que miradas indiferentes de su parte. O los grupos de detenidos subidos a empellones y culatazos a los camiones militares. O los charcos de sangre y los cartuchos de escopeta en la escalera del edificio a la mañana siguiente, cuando por fin pudimos retirarnos.
Pasé aquella noche del 2 de octubre, como decía, refugiado en un departamento del ala Norte del edificio Chihuahua, en cuya ala Sur se encontraba el presídium del mitin atacado por el Ejército y la Policía. En pleno tiroteo, atrapados en el cubo de la escalera entre dos pisos, una vecina que intentaba llegar a su vivienda nos albergó en ella, y durante la noche se mantuvo firme en su decisión de no abrir la puerta pese a los golpes y culatazos y las amenazas policiacas de derribarla si no lo hacía. Gracias a ella me salvé quizá, junto con la media docena de estudiantes que compartieron conmigo el refugio, de haber sido uno de los muertos en la matanza de Tlatelolco, o de haber ido a dar por quién sabe cuánto tiempo al campo militar número uno, donde se concentró a los detenidos.
Todo esto puede parecer simples remembranzas personales, pero —con variantes y características diferentes— es lo que vivieron muchos miles de personas aquella noche que ciertamente se ha vuelto inolvidable. No sólo para quienes estuvimos en el lugar, sino para todos los millones de mexicanos que no queremos que se repitan hechos similares. Pero debemos estar especialmente alertas para evitarlo, pues ciertos hechos ominosos hacen temer que ocurra. En primer lugar, la vuelta al poder del partido que gobernaba en aquella ocasión y que se caracterizó por su política opresiva y represiva. En segundo lugar, el hecho de que está a punto de ascender a la presidencia un hombre, Peña Nieto, que —como hace poco señalamos en esta misma columna— ha revelado su talante represivo al decir que admira y tiene como guía a Adolfo López Mateos, cuyo gobierno se caracterizó por llenar las cárceles con presos políticos y por los asesinatos de líderes sociales como el dirigente campesino Rubén Jaramillo. Y para que no quede duda de cuál es su otra fuente de inspiración política, debe recordarse que Peña Nieto justificó la sangrienta represión en Atenco cuando fue gobernador del Estado de México, prácticamente con las mismas palabras que usó Díaz Ordaz para justificar la matanza de Tlatelolco.
Por eso el 2 de octubre debe seguir como hasta ahora, vivo en la memoria de los mexicanos, para evitar que algo así se repita.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
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