No ha sido fácil ni terso el progreso democratizante en este país atribulado por la precariedad, la violencia y las cortapisas a libertades y derechos. Se cae, con frecuencia inusitada, en retrocesos sumamente cruentos para los horizontes de individuos, familias y de grupos poblacionales enteros. Las élites y poderes fácticos han mostrado sus feroces arrestos y cínico desprecio por las leyes, las instituciones y la humanidad de las masas. Sus intereses, ambiciones y privilegios han prevalecido por sobre los deseos de esa vida digna que empollan los mexicanos. La crisis económica que se enseñorea por el mundo, especialmente en el desarrollado, ha contribuido a percibir un sistema depredador y en favor de unos cuantos suertudos. Leyes e instituciones han sido diseñadas para favorecer la rampante acumulación y su inevitable correlato: la desigualdad imperante. Al emparejarse tan clara y ahora notoria circunstancia económica con su similar electoral, da como resultado el quiebre que hoy en día se abre sin que nada pueda evitarlo. ¿A dónde llevará este fenómeno disonante entre las aspiraciones colectivas a elegir a sus representantes y los dictados de los poderosos que pugnan por prevalecer? Es, por el momento al menos, un asunto que no puede estimarse con exactitud. Pero en el seno de la sociedad, sobre todo en su parte agraviada, se incuba un sentimiento de hostilidad innegable que tendrá desembocaduras múltiples.
Es motivo de orgullo que, a pesar de que han querido destruirnos, no lo han logrado ni lo lograrán. No sólo porque tenemos autoridad moral, sino porque las mujeres y los hombres que participamos en esta lucha, profesamos un profundo amor por nuestros semejantes y, más allá de alevosías y frente a todo tipo de adversidades, mantenemos la firme convicción de construir una sociedad más justa, más humana y más igualitaria
Es motivo de orgullo que, a pesar de que han querido destruirnos, no lo han logrado ni lo lograrán. No sólo porque tenemos autoridad moral, sino porque las mujeres y los hombres que participamos en esta lucha, profesamos un profundo amor por nuestros semejantes y, más allá de alevosías y frente a todo tipo de adversidades, mantenemos la firme convicción de construir una sociedad más justa, más humana y más igualitaria
miércoles, 22 de agosto de 2012
La elección del todo se vale: ife y tribunal
No ha sido fácil ni terso el progreso democratizante en este país atribulado por la precariedad, la violencia y las cortapisas a libertades y derechos. Se cae, con frecuencia inusitada, en retrocesos sumamente cruentos para los horizontes de individuos, familias y de grupos poblacionales enteros. Las élites y poderes fácticos han mostrado sus feroces arrestos y cínico desprecio por las leyes, las instituciones y la humanidad de las masas. Sus intereses, ambiciones y privilegios han prevalecido por sobre los deseos de esa vida digna que empollan los mexicanos. La crisis económica que se enseñorea por el mundo, especialmente en el desarrollado, ha contribuido a percibir un sistema depredador y en favor de unos cuantos suertudos. Leyes e instituciones han sido diseñadas para favorecer la rampante acumulación y su inevitable correlato: la desigualdad imperante. Al emparejarse tan clara y ahora notoria circunstancia económica con su similar electoral, da como resultado el quiebre que hoy en día se abre sin que nada pueda evitarlo. ¿A dónde llevará este fenómeno disonante entre las aspiraciones colectivas a elegir a sus representantes y los dictados de los poderosos que pugnan por prevalecer? Es, por el momento al menos, un asunto que no puede estimarse con exactitud. Pero en el seno de la sociedad, sobre todo en su parte agraviada, se incuba un sentimiento de hostilidad innegable que tendrá desembocaduras múltiples.
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