miércoles, 1 de agosto de 2012

Difícil porvenir espera al espurio copetes

¡¡Exijamos lo Imposible!!  
La de 2012, ¿una elección “Soriana”?
Lorenzo Meyer

 
Elecciones con Adjetivos. Cuando en el pasado las elecciones mexicanas concluían sin problema post electoral era porque carecían de contenido pues el candidato oficial no tenía competidor. Ese fue el caso entre 1958 y 1982, cuando el PRI pudo incluso darse el lujo de recibir el 100% de los votos válidos, como en 1976. Sin embargo, en cuanto surgieron opciones reales y el proceso electoral adquirió sentido, entonces los resultados se volvieron problemáticos. Así, la elección de 1988 fue aquella en que “se cayó el sistema”; la de 1994 fue “la no fraudulenta pero inequitativa” (Zedillo dixit); la del 2000, además de ser la de la alternancia, también se le reconoce como “la del Pemexgate y los Amigos de Fox”; la del 2006 es la del “haiga sido como haiga sido” y la del 2012 bien podrá ser recordada como “la Soriana”.


Posiblemente ni a los naturales de Soria, en España, ni a la empresa de supermercado que lleva el gentilicio, les guste que se les identifique con nuestra última elección presidencial, pero resulta que esa es una manera muy económica de destacar uno de sus rasgos más notables: la compra de votos en zonas populares mediante el reparto de tarjetas de supermercados, telefónicas o de un banco, de despensas, de dinero en efectivo, de exención del pago de algún impuesto, etcétera. Claro que también se le podría identificar como “la elección de la televisión”, tal y como lo señaló desde su nacimiento el movimiento “#Yo Soy 132” o incluso “la elección en que (la mayoría de) los encuestadores tomaron partido”. Sin embargo, quizá el último proceso electoral pasará a la historia como ese que abrió las puertas para que el PRI retornara al poder.
 

La Naturaleza del Problema. Si el tribunal de lo electoral ratifica lo anunciado por la autoridad encargada del conteo de los votos, el PRI recuperará la presidencia cumpliendo con las formas democráticas pero no con su contenido. Dejando de lado al ejército, su sostén será los 21 gobernadores priistas y el apoyo que le den en el congreso a su bancada sus aliados naturales: PVEM, Panal y los “comprables” de otros partidos.
 

El retorno del PRI a “Los Pinos” es un problema muy serio para la democracia mexicana por la naturaleza histórica de ese partido, que es fundamentalmente antidemocrática. Sin embargo, lo es más porque no se trata del regreso de cualquier PRI, sino uno muy particular, uno que se ha aferrado al poder desde 1929: el PRI del Estado de México. Es este un PRI que a lo largo de 83 años aprendió a cohesionarse y a dominar todos los aspectos de la política local para evitar las fracturas que pudieran abrir la posibilidad de inmiscuirse en sus asuntos internos a un poder mayor y geográficamente muy cercano: el de “Los Pinos”. Para que Toluca mantuviera su autonomía relativa frente a una presidencia sin contrapesos y centralizadora, la élite priista mexiquense requirió de una gran unidad que evitara fracturas y conflictos internos que tuvieran que someterse al arbitraje del gran poder que residía en la vecina Ciudad de México, (un estudio sobre la naturaleza de la política mexiquense se encuentra en: Rogelio Hernández, “Los grupos políticos en México: el caso del Estado de México”, tesis doctoral, UNAM, 1996). Se trata, también, del PRI que hizo de un humilde profesor, Carlos Hank González, uno de los hombres más ricos de su época.

Cuando el pluralismo político finalmente se abrió paso en México a raíz de las elecciones de 1997 y, sobre todo, de la del 2000, el PRI mexiquense pudo neutralizarlo mediante la cooptación de los legisladores de la oposición, fuesen de izquierda o derecha. La ola democrática que bañó al grueso de la geografía mexicana respetó varias islas, una de ellas fue el Estado de México. Desde ahí, teniendo el mayor padrón de votantes, un control total sobre el uso del presupuesto, estableciendo alianzas con los poderes fácticos -en particular con la televisión- y dejando que el intento de Roberto Madrazo de ser el líder del PRI concluyera en nada, Enrique Peña Nieto (EPN) inició el proceso de reconquista priista del poder a nivel nacional. Le facilitaron la tarea las divisiones y desgaste de las izquierdas y el fracaso mayúsculo del PAN en la presidencia.


De confirmarse la victoria presidencial priista, el estilo personal de gobernar en los años por venir que dominará en “Los Pinos” será el propio del priismo mexiquense: control de todo lo políticamente controlable, sea al modo “Soriana”-cooptando- o al modo Atenco -reprimiendo- y siempre con una buena dosis de mercadotecnia, pues el manejo de la imagen es parte fundamental del estilo. El objetivo último de ese poder será mantener a México en el mismo camino económico y social que, a querer que no, se le ha obligado a seguir desde mediados de los 1980.


La compra misma del voto que ha carcterizado esta elección, muestra que el PRI no ha cambiado y que maneja a la perfección uno de los aspectos más antiguos del sistema político mexicano: el clientelismo. Como bien observa Rodolfo Stavenhagen, esta relación de siglos se basa en la reciprocidad: el patrón da algo -dinero, despensas o cancelación de impuestos- y el cliente queda moralmente obligado a un gesto equivalente, en este caso, comprometiendo su voto


La Resistencia. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es el primer gran obstáculo con el que se va a topar el proyecto restaurador peñista. AMLO es un virtuoso de la resistencia política y si finalmente no logra que se eche para atrás en los tribunales la victoria de EPN, si va camino a lograr lo que logró en 2006: restarle autenticidad al triunfo priista, mellarle su legitimidad.


En toda elección hay algo que el ganador no puede hacer: avalar completamente su propio triunfo. Parte de eso le corresponde al perdedor. La aceptación de este último de su derrota es un elemento central de la legitimidad y no
conseguirlo deja roto el filo de la victoria, como bien lo sabe Felipe Calderón. Y esto es particularmente cierto cuando el ganador no lo es por mayoría absoluta, cuando justamente la mayoría la conforma el conjunto de quienes votaron por las otras opciones.

La Intensidad del Rechazo. La peculiaridad del voto es que vale lo mismo el de aquel que lo intercambió por una despensa o que simplemente acudió a la urna sin entusiasmo y sin ideas claras sobre lo que estaba en juego, que el de quien llega a la urna llena de pasión e ideas en torno al tema. Sin embargo, en el proceso político posterior, esa igualdad propia de la elección deja de operar. Tras sufragar, el desinteresado o el que cambió voto por una dádiva, generalmente vuelve sin problema a su rutina, a instalarse en la pasividad. En contraste, el politizado, sobre todo si se siente defraudado, puede volcarse hacia la movilización.


Si bien en la votación deciden los números, en la política postelectoral es la calidad de esa votación y, sobre todo, la intensidad del compromiso y de la pasión de quien disiente, lo que marca la naturaleza del proceso político. Hoy quienes cuestionan a quien ya se asume como la nueva cabeza del gobierno federal no son sólo AMLO y la parte de la izquierda que le apoya, sino también ese otro actor que acaba de aparecer y al que el viejo priismo no sabe cómo tratar: el movimiento “#Yo Soy 132”


La insatisfacción de los jóvenes movilizados es de fondo. Ellos han mostrado tener una idea muy certera de cuál es la naturaleza del poder real en México -donde reside, como se ejerce y conque consecuencias- y una buena imaginación para denunciar la esencia nociva del tipo de poder encarnado por EPN. Por su peculiaridad y estructura, el movimiento no es fácil de cooptar o reprimir al estilo de 1968, pues el costo de esto último sería muy alto. Además, la zona de acción natural de los estudiantes son las ciudades y la mayor, la Ciudad de México, no está bajo el control del PRI.


En Resumen. Si finalmente el PRI se afianza en el poder, la tensión y las contradicciones que están caracterizando el principio de su retorno, serán frecuentes y marcaran lo que vendrá pues a la incertidumbre democrática de la campaña electoral no le siguió la indispensable certidumbre en los resultados, y por tanto, como señaló René Delgado, “la supuesta fiesta democrática adquiere los tintes de un presunto funeral”, (Reforma, 7 de julio). En tales condiciones y para que la opción abierta tras la derrota del PRI hace doce años no termine efectivamente en el funeral de la democracia, la parte de la sociedad mexicana que no acepta rebajas en la calidad de la vida cívica, en los años por venir va a tener que invertir su energía en impedir su “sorianización”.

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