La de 2012, ¿una elección “Soriana”?
Lorenzo Meyer
Elecciones con Adjetivos. Cuando en el pasado las elecciones mexicanas
concluían sin problema post electoral era porque carecían de contenido
pues el candidato oficial no tenía competidor. Ese fue el caso entre
1958 y 1982, cuando el PRI pudo incluso darse el lujo de recibir el 100%
de los votos válidos, como en 1976. Sin embargo, en cuanto surgieron
opciones reales y el proceso electoral adquirió sentido, entonces los
resultados se volvieron problemáticos. Así, la elección de 1988 fue
aquella en que “se cayó el sistema”; la de 1994 fue “la no fraudulenta
pero inequitativa” (Zedillo dixit); la del 2000, además de ser la de la
alternancia, también se le reconoce como “la del Pemexgate y los
Amigos de Fox”; la del 2006 es la del “haiga sido como haiga sido” y la
del 2012 bien podrá ser recordada como “la Soriana”.
Posiblemente ni a los naturales de Soria, en España, ni a la empresa de
supermercado que lleva el gentilicio, les guste que se les identifique
con nuestra última elección presidencial, pero resulta que esa es una
manera muy económica de destacar uno de sus rasgos más notables: la
compra de votos en zonas populares mediante el reparto de tarjetas de
supermercados, telefónicas o de un banco, de despensas, de dinero en
efectivo, de exención del pago de algún impuesto, etcétera. Claro que
también se le podría identificar como “la elección de la televisión”,
tal y como lo señaló desde su nacimiento el movimiento “#Yo Soy 132” o
incluso “la elección en que (la mayoría de) los encuestadores tomaron
partido”. Sin embargo, quizá el último proceso electoral pasará a la
historia como ese que abrió las puertas para que el PRI retornara al
poder.
La Naturaleza del Problema. Si el tribunal de lo electoral ratifica lo
anunciado por la autoridad encargada del conteo de los votos, el PRI
recuperará la presidencia cumpliendo con las formas democráticas pero no
con su contenido. Dejando de lado al ejército, su sostén será los 21
gobernadores priistas y el apoyo que le den en el congreso a su bancada
sus aliados naturales: PVEM, Panal y los “comprables” de otros partidos.
El retorno del PRI a “Los Pinos” es un problema muy serio para la
democracia mexicana por la naturaleza histórica de ese partido, que es
fundamentalmente antidemocrática. Sin embargo, lo es más porque no se
trata del regreso de cualquier PRI, sino uno muy particular, uno que se
ha aferrado al poder desde 1929: el PRI del Estado de México. Es este un
PRI que a lo largo de 83 años aprendió a cohesionarse y a dominar todos
los aspectos de la política local para evitar las fracturas que
pudieran abrir la posibilidad de inmiscuirse en sus asuntos internos a
un poder mayor y geográficamente muy cercano: el de “Los Pinos”. Para
que Toluca mantuviera su autonomía relativa frente a una presidencia sin
contrapesos y centralizadora, la élite priista mexiquense requirió de
una gran unidad que evitara fracturas y conflictos internos que tuvieran
que someterse al arbitraje del gran poder que residía en la vecina
Ciudad de México, (un estudio sobre la naturaleza de la política
mexiquense se encuentra en: Rogelio Hernández, “Los grupos políticos en
México: el caso del Estado de México”, tesis doctoral, UNAM, 1996). Se
trata, también, del PRI que hizo de un humilde profesor, Carlos Hank
González, uno de los hombres más ricos de su época.
Cuando el pluralismo político finalmente se abrió paso en México a raíz
de las elecciones de 1997 y, sobre todo, de la del 2000, el PRI
mexiquense pudo neutralizarlo mediante la cooptación de los legisladores
de la oposición, fuesen de izquierda o derecha. La ola democrática que
bañó al grueso de la geografía mexicana respetó varias islas, una de
ellas fue el Estado de México. Desde ahí, teniendo el mayor padrón de
votantes, un control total sobre el uso del presupuesto, estableciendo
alianzas con los poderes fácticos -en particular con la televisión- y
dejando que el intento de Roberto Madrazo de ser el líder del PRI
concluyera en nada, Enrique Peña Nieto (EPN) inició el proceso de
reconquista priista del poder a nivel nacional. Le facilitaron la tarea
las divisiones y desgaste de las izquierdas y el fracaso mayúsculo del
PAN en la presidencia.
De confirmarse la victoria presidencial priista, el estilo personal de
gobernar en los años por venir que dominará en “Los Pinos” será el
propio del priismo mexiquense: control de todo lo políticamente
controlable, sea al modo “Soriana”-cooptando- o al modo Atenco
-reprimiendo- y siempre con una buena dosis de mercadotecnia, pues el
manejo de la imagen es parte fundamental del estilo. El objetivo último
de ese poder será mantener a México en el mismo camino económico y
social que, a querer que no, se le ha obligado a seguir desde mediados
de los 1980.
La compra misma del voto que ha carcterizado esta elección, muestra que
el PRI no ha cambiado y que maneja a la perfección uno de los aspectos
más antiguos del sistema político mexicano: el clientelismo. Como bien
observa Rodolfo Stavenhagen, esta relación de siglos se basa en la
reciprocidad: el patrón da algo -dinero, despensas o cancelación de
impuestos- y el cliente queda moralmente obligado a un gesto
equivalente, en este caso, comprometiendo su voto.
La Resistencia. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es el primer gran
obstáculo con el que se va a topar el proyecto restaurador peñista. AMLO
es un virtuoso de la resistencia política y si finalmente no logra que
se eche para atrás en los tribunales la victoria de EPN, si va camino a
lograr lo que logró en 2006: restarle autenticidad al triunfo priista,
mellarle su legitimidad.
En toda elección hay algo que el ganador no puede hacer: avalar
completamente su propio triunfo. Parte de eso le corresponde al
perdedor. La aceptación de este último de su derrota es un elemento
central de la legitimidad y no conseguirlo deja roto el filo de la victoria, como bien lo sabe Felipe Calderón. Y esto es particularmente
cierto cuando el ganador no lo es por mayoría absoluta, cuando
justamente la mayoría la conforma el conjunto de quienes votaron por las
otras opciones.
La Intensidad del Rechazo. La peculiaridad del voto es que vale lo mismo
el de aquel que lo intercambió por una despensa o que simplemente
acudió a la urna sin entusiasmo y sin ideas claras sobre lo que estaba
en juego, que el de quien llega a la urna llena de pasión e ideas en
torno al tema. Sin embargo, en el proceso político posterior, esa
igualdad propia de la elección deja de operar. Tras sufragar, el
desinteresado o el que cambió voto por una dádiva, generalmente vuelve
sin problema a su rutina, a instalarse en la pasividad. En contraste, el
politizado, sobre todo si se siente defraudado, puede volcarse hacia la
movilización.
Si bien en la votación deciden los números, en la política postelectoral
es la calidad de esa votación y, sobre todo, la intensidad del
compromiso y de la pasión de quien disiente, lo que marca la naturaleza
del proceso político. Hoy quienes cuestionan a quien ya se asume como la
nueva cabeza del gobierno federal no son sólo AMLO y la parte de la
izquierda que le apoya, sino también ese otro actor que acaba de
aparecer y al que el viejo priismo no sabe cómo tratar: el movimiento
“#Yo Soy 132”.
La insatisfacción de los jóvenes movilizados es de fondo. Ellos han
mostrado tener una idea muy certera de cuál es la naturaleza del poder
real en México -donde reside, como se ejerce y conque consecuencias- y
una buena imaginación para denunciar la esencia nociva del tipo de poder
encarnado por EPN. Por su peculiaridad y estructura, el movimiento no
es fácil de cooptar o reprimir al estilo de 1968, pues el costo de esto
último sería muy alto. Además, la zona de acción natural de los
estudiantes son las ciudades y la mayor, la Ciudad de México, no está
bajo el control del PRI.
En Resumen. Si finalmente el PRI se afianza en el poder, la tensión y
las contradicciones que están caracterizando el principio de su retorno,
serán frecuentes y marcaran lo que vendrá pues a la incertidumbre
democrática de la campaña electoral no le siguió la indispensable
certidumbre en los resultados, y por tanto, como señaló René Delgado,
“la supuesta fiesta democrática adquiere los tintes de un presunto
funeral”, (Reforma, 7 de julio). En tales condiciones y para que la
opción abierta tras la derrota del PRI hace doce años no termine
efectivamente en el funeral de la democracia, la parte de la sociedad
mexicana que no acepta rebajas en la calidad de la vida cívica, en los
años por venir va a tener que invertir su energía en impedir su
“sorianización”.
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