Las posibilidades de
triunfo de la democracia en México son reales. Pero depende de que los
mexicanos nos manifestemos mediante una insurgencia electoral. Me
explico: si los mexicanos hoy salimos a votar masivamente, la democracia
ganará. Si dos de tres ciudadanos nos manifestamos en las urnas, por
muchos votos que compren no alcanzarán para revertir el triunfo de la
democracia. Según los expertos, si la votación rebasa 62 por ciento del
padrón electoral, ganará la democracia. Si no alcanza 50 por ciento,
perderemos. Ha habido gran rechazo a las encuestas: más de 50 por ciento
y crece. El índice de indecisos, lejos de disminuir, en la mayoría de
las elecciones aumenta.
Un voto oculto enorme no se ha definido.
Su ejercicio podría
significar un cambio dramático.
Aquí aparece una cuestión de
responsabilidad:
quienes han trabajado seis años por un cambio genuino y
profundo han cumplido con auténtica entrega y devoción.
Nada han dejado
de hacer.
La oposición progresista es la más grande organización cívica
en la historia de México.
Pero sus esfuerzos no son suficientes,
se
requiere una insurgencia electoral.
Es decir,
que el pueblo,
masivamente,
reafirme su convicción en la democracia electoral como un
camino para la renovación de la sociedad.
Por insurgencia electoral
entiendo que todos debemos asumir la responsabilidad que nos toca en
esta circunstancia.
No es retórica.
La gente debe estar más allá de la
manipulación de la televisión y de la guerra sucia.
Si no
seguirá en el vasallaje.
En México la condición de súbditos ha estado
arraigada,
de ahí el peligro de la restauración autoritaria.
De ahí que
los grupos de interés determinen quién gobernará y con qué estrategia.
Esto sólo se puede romper por un impulso de emancipación.
La hazaña del
cambio no será de algunos pioneros,
sino de una parte sustancial del
cuerpo social.
Hoy,
al borde del desenlace,
me he preguntado por qué estoy en
esta causa.
Meses,
años enteros construyendo una organización política.
No busco ni dinero ni influencia ni poder,
en ningún caso:
soy un
hedonista.
Podría pensar que lo hago por indignación,
como una respuesta
a la brutalidad sórdida de la política mexicana.
También me indigna la
desigualdad no sólo por mi visión cristiana de la vida,
sino por el
inmenso desperdicio de millones cuyas vidas se van a extinguir sin
provecho para una patria que tanto los necesita.
Estoy en esto por
gusto;
cada vez que entro en contacto con el despertar de los grupos y
comunidades salgo rejuvenecido y revitalizado.
Además,
el ejercicio del
pionerismo es una práctica maravillosa.
Estamos abriendo una brecha que
se convertirá en un camino para millones. (
Este texto fue hecho a mano,
al alimón,
con César Cravioto.)
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