¡¡Exijamos lo Imposible!!
Periodos definitorios
Luis Linares Zapata
La campaña electoral en
curso ha entrado en su periodo definitorio. Lo que se juega no es el
arribo al Ejecutivo federal de un prospecto cualquiera, de entre tres
posibilidades efectivas que hoy presentan los partidos políticos. Es
bastante más que eso: la pretendida continuidad de un estado de cosas
(insostenible aun en el mediano plazo), o las expectativas fundadas de
un cambio de actores, rumbo, voces y acciones emparejadas con la
transformación del sistema completo entrevista como urgente. Bien puede
decirse que la apuesta es grande y su resultado incierto. Sin embargo,
los sostenes al alcance de los ciudadanos para tomar tan elevado riesgo
son, hasta ahora al menos, por demás precarios.
Y son precarios porque uno de los aspirantes,
el señor Peña Nieto,
ha
decidido plegarse,
con notable rigor y mansedumbre,
a un estricto plan:
circular por el país bajo resguardo de un denso escudo publicitario y
una agenda informativa a nivel de recetario.
El mexiquense no es,
por
ahora al menos,
un candidato del montón.
Es,
al parecer,
y aunque se
discuta la legitimidad con que destaca,
el más adelantado en las
simpatías encuestadas.
Es,
también,
el que usa,
y desusa,
el mayor
aparato mediatizador de inquietudes y enigmas,
disparando los costos de
su operación hasta el derroche.
El escrutinio ciudadano de su persona,
pensamiento,
ideario o propuestas de acción es tarea de titanes.
Primero,
porque se requiere remontar la bien aceitada maquinaria
propagandística que impele a la compulsión por una imagen ya bien
acicalada.
Segundo,
porque se impide,
por innumerables medios,
penetrar
en las varias y variadas interrogantes ocultas tras un rostro opaco.
Ciertamente,
Peña Nieto no es,
bajo ningún escenario factible,
invencible,
tal y como lo vienen presentando con enorme despliegue,
no
carente de cínica manipulación,
casas encuestadoras,
medios de
comunicación,
opinólogos de renombre escénico y asesores de conocida
laya.
La competencia que lo atosiga,
quiérase o no,
es real,
y no dejará
de golpear la coraza con que se ha decidido protegerlo del interés
público.
Una rala camada de especialistas y personas preocupadas anda a
la búsqueda,
hasta con encomiable ahínco,
de datos duros,
aspectos
íntimos de su pensar o de algunas visiones que enmarquen su aspiración
presidencial.
Desean encuentros serios,
directos,
que les permitan
superar las barreras interpuestas por su cerrado y vasto equipo de
colaboradores.
Y,
en esa ruta se va logrando avanzar,
aunque los
estrategas y promotores de su campaña no lo quieran admitir.
Mientras
más tiempo pase y se mantenga en la lejanía y los algodones,
peor será
para él y para sus pretensiones de alzarse con el triunfo.
Hasta hoy en día poco es lo que se conoce de los personajes
que lo rodean e influyen.
Uno en particular destaca entre el montón de
cuidadores:
el señor Videgaray.
Y poco servicio puede prestarle tanto al
curioso como al inquieto este funcionario de fugaz y pretenciosa
carrera.
Sabemos que rozó,
siendo funcionario y diputado,
cuestiones
administrativas,
hacendarias o presupuestales y no mucho más que eso.
Pero,
al situarlo junto a otros actores,
ya bien conocidos por pasadas
experiencias,
como Santiago Levy,
Córdoba Montoya o Pedro Aspe,
entonces
la vista se precisa,
el panorama se aclara y los perfiles,
además de
unificar posturas,
retraen un pesado fardo de reminiscencias.
La trágica
época salinista desempolva sus trastes, remoja ambiciones y,
con bríos
sacados de su derrota,
se apresta a volver por fueros e influencias en
el próximo sexenio que ya siente suyo.
El desfile áulico así dibujado ante Peña Nieto colisiona con los
publicitados arrestos de cambio que el priísta utiliza como tarjeta de
presentación.
Nada hay en esos tecnócratas,
de similar desplante,
que
lleve a enmendar entuertos.
Menos aún que hayan desertado de sus
arraigadas creencias neoliberales que portan bien dentro de sus
humanidades.
Cuando tuvieron la oportunidad de mejorar la vida en común
de los mexicanos de entonces fracasaron de manera rotunda en el intento.
Dedicados,
dos de ellos al menos,
a los negocios a la vera del sector
público,
sus pulsiones de poder se entrelazan,
íntimamente,
con un
entreguismo bajo astuta capa modernizante.
Levy insiste en trasmitir,
esta vez desde su perifollo como funcionario internacionalizado,
su
reformista visión de una seguridad social universal que Peña Nieto ya
pregona como posible.
Córdova,
de torvo accionar cerca del trono,
insiste en la concentración de mando y poder.
Sus consejos revelan,
de
nueva cuenta,
el frágil filo del autoritarismo como sinónimo de la
eficacia y que tanto empolla en su seno el señor Peña.
Aspe volverá,
qué
duda cabe,
al desarrollismo privatizador.
A ese tipo de crecimiento
fincado en los grandes grupos empresariales como plataforma de despegue
hacia la prosperidad,
pero engordados por la generosidad de la hacienda
pública.
Como se puede intuir al examinar pasadas historias detrás de
tales personajes,
con inoculadas agendas subordinadas a la globalidad
impuesta,
poco se podrá salvar de un futuro naufragio pronosticado.
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