ahora sícasi póstumo después de un sexenio de exterminio de peces muy menores y de una procuración facciosa para sacar fotos de peces medianos tras unas rejas endebles y sumamente provisionales, es decir, escenográficas. Y no se trata únicamente del infame michoacanazo ni de la faramalla contra Hank Rhon, sino de decenas de miles de
presentados–la mayoría– que ni siquiera tuvieron que esperar una sentencia absolutoria.
Sería reconfortante la certeza de que este celo de invierno sexenal es el último estertor de
la estrategia, fallida si es que partió de la buena fe, o muy perversa, si surgió de otra clase de cálculo: a fin de cuentas, la delincuencia aquí sigue, más violenta que nunca, más poderosa, omnipotente, insolente y enraizada que hace seis años. Pero faltan cinco semanas de aquí a la elección presidencial, y después de ella el calderonato tendrá un margen de cinco meses para superarse a sí mismo: dos trayectos delicados que reclaman una conducción del Estado responsable y serena que no puede esperarse de Felipe Calderón y de sus colaboradores.
Ciertamente, la ley debe estar vigente 24 horas y 365 días del año y la administración pública tiene la obligación de aplicarla desde que empieza hasta que termina, pero eso es justamente lo que no ha hecho la actual. En esa circunstancia, los súbitos mandobles de Calderón incrementan su descrédito, ahondan su falta de legitimidad y parecen intentos de entablar una negociación a golpes (de efecto), sabrá Dios con quién, orientada a pactar impunidades, protección y retención de cuotas. Para su desgracia, el país está, por ahora, en otra cosa.
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