¡¡Exijamos lo Imposible!!
“Clasemedieros”
Ricardo Andrade Jardí
Ahora resulta que los mexicanos debemos de dejar de sentirnos pobres, pues somos un país de clasemedieros, aunque en estricto sentido la clase media en realidad no significa nada. Pero el asunto aquí es que quien afirma que México es un país de clasemedieros, o no se ha enterado, o no considera como mexicanos a algo así como 60 millones de personas, las que bajo la lupa inquisitoria de los nuevos amos del mundo, es decir, bajo la lógica de la democracia de mercado, según los “aceptados” estándares de medición del FMI y BM, pobre es aquel que gana menos de 8,000 (ocho mil) pesos mensuales, por no hablar de la pobreza extrema que está por abajo de los 3,000 (tres mil) pesos mensuales. Pero no hay sorpresas, para los candidatos que aspiran a desgobernarnos, los pobres son un negocio y la excepción no lo es el candidato de “la maestra”, quien evidentemente no destaca por ser un analista serio de la realidad mexicana. Lo peligroso aquí es que el personaje que pretende “salvar” al país desde la “educación”, tenga arraigados conceptos como el “clasemedieros”, pues es evidente que de teoría económica y política no tiene la menor idea, la pregunta obligada es si alguno de los otros tres candidatos ¿cree también que la mal llamada clase media es una clase en sí? Si la respuesta fuera afirmativa, podríamos entender mucho de lo que hoy le sucede al país, si la respuesta fuera negativa, tendríamos que suponer entonces que los tres restantes candidatos tienen claro que lo que hoy está en juego es la lucha de clases, la pregunta entonces es saber ¿a qué clase quieren representar o pretenden representar? aunque, escuchando sus amorosos discursos, sus analfabetos balbuceos o sus genéricas reivindicaciones, no hay mucha esperanza para la clase mayoritaria que aún no constituye, gracias a los instrumentos de control enajenante impuestos por la ideología dominante, una clase para sí. No es asunto simple, no por lo menos para un electorado pensante, que ha ido logrando romper las ataduras de control que la ideología dominante impone, no lo es porque la toma de conciencia hace cada día más difícil sentirse representado por quienes no nos representan y, peor aún, porque quienes ahora pelean el poder político rehuyen incluso el debate serio y urgente sobre la lucha de clases y es presumible que incluso crean que evadiendo ese debate, pueden construir un futuro menos siniestro que el que hoy se vislumbra para nuestro agraviado México. Agraviado, entre otras cosa, justamente porque mientras los políticos juegan a ignorar la lucha de clases o suponer que el fin de la historia llegó a su término, la clase dominante sigue haciendo su trabajo para imponer su ideología y favorecer sus bolsillos a las costillas de la explotación de una inmensa mayoría que no atina a reconocerse como clase, que no atina a saberse como los sujetos históricos pertenecientes a una clase determinada y de ahí articular los mecanismos que logren colectivamente transformar la realidad en un devenir más justo para todos.
En fin, las campañas electorales no serán más que el escaparate de la mediocridad de ese sector de la sociedad que se ha apropiado de la política, como un bien propio, siendo que la política es un asunto de toda la polis y no solamente de quienes enarbolan las banderas de la estupidez que promueve un sistema que se revela sin desfachatez cada día más atroz.
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