Los “niños incómodos” y la negación de los niños del dolor
María Teresa Priego
Un niño verdaderamente “incómodo” extiende la manita y ruega una limosna. No sabemos ni para dónde mirar con tal de no verlo.
Un
niño verdaderamente “incómodo” se acuesta sobre vidrios y recoge unas
monedas. O nada. Un niño verdaderamente “incómodo” se cae de chemo en
una banqueta, con los ojitos perdidos. Sucede en cualquier esquina.
México es así. Hoy. Niños que han tenido hambre toda su vida, niños
golpeados, violados, niños migrantes. Niños amarrados a las patas de las
sillas, mientras los adultos salen a trabajar. Niños en situación de
calle. Niños sin acceso a la salud, a la escolaridad. Niños maltratados
hasta la destrucción. Una sociedad en la que hemos ido creando cada vez
más seres desprotegidos, desamados, abandonados, heridos. Seres sin
derechos. Marcados por la humillación. Ante la realidad nacional,
“incómodo” es, por supuesto, un eufemismo peligroso y traidor.
Viven un mundo feroz los niños del dolor. No actúan la desgracia y la
injusticia social, en ellas amanecen y en ellas se van a dormir. Una
niña con su carita maquillada y zapatillas de tacón está en oferta. Hay
adultos que la venden y adultos que la compran. Nadie podría escenificar
su papel. La realidad tras la puesta en escena nos golpearía en toda su
violencia. Un spot que la incluyera sería un atentado contra la
integridad emocional de la pequeña actriz, pero también sería
intolerable, porque estaríamos obligados a reconocer que esas niñas
existen. Nada de elucubración futurista. La trata existe. Una niña
escenificando el papel de otra niña embarazada a los 12 años por
violación incestuosa. Junto a ella adultos explicándole que es bueno ser
la madre del hijo de su padre. El spot no duraría medio segundo al
aire, con toda la razón. Demasiado brutal que los niños actores
escenificaran la vida brutal de los niños del dolor. La vida de sus
pares.
No sabemos en qué adultos se van a convertir los “olvidados”. La
resiliencia existe y nadie puede tomarse el derecho de marcarle destino a
un ser humano. Pero sí sabemos que millones de niños mexicanos viven
atrapados en el engranaje de la destrucción. Y hacemos lo posible para
que no nos importe demasiado. Incluso, “conmocionarnos” en calculados
decibeles por un spot (de cuya buena intención no dudo) que nos
“violenta” desde su trasfondo Hello Kitty.
¿Necesitamos niños actuando de secuestradores adultos cuando todo México
escuchó la entrevista al niño sicario? Entrenado para matar. Hoy.
¿Acaso la realidad no es bastante más horrible? Abundan. Porque los
fuerzan, o porque lo “eligen”. Sabedores de que su vida será cortísima,
con billetes en la mano, existir aunque sea de la peor manera, ser
mirados a los ojos, aunque sea la tarde en la que se les regresa la
crueldad que dispararon.
Un niño que imita a un adulto camina por la calle y tropieza con un
tragafuegos. ¿No es del diario? Sólo que en este spot el tragafuegos no
sería un niño en la realidad, dado que todos escenifican a adultos. Y
eso que quiere parecer devastador, resulta goody goody. Un chamaco
jugando a ser oscuramente mayor en La ciudad de los niños, o en un
festival del Día de la Madre, con toquecito hard. Un niño actor esconde a
un niño del dolor. Eso es lo grave.
Toda proporción guardada, el spot me recordó esa insoportable película
La vida es bella. El padre soñado omnipotente que hace la felicidad de
su hijo en un campo de concentración. Nada que ver, y sí. La falsedad de
una supuesta denuncia (almibarada) del horror, que termina negando el
horror. La escenificación futurista encubre. Tapa. Sirve a fines
sicológicos ajenos a los que supondríamos sería su intención. Apela al
mecanismo de la negación. Justo la probadita de buena conciencia que
corre el riesgo de anestesiar. La que a nadie le quita el sueño.
¿Hacia dónde mira una infancia a la que nadie mira? ¿Sólo existirán
cuando sean adultos y sólo en el caso de que asalten, secuestren,
despojen? ¿Nos vamos a preocupar por ellos hasta que aparezcan junto al
letrerito de la PGR? ¿Nos vamos a preocupar por ellos, porque nos
representan una amenaza potencial? ¿O porque albergarlos es la más
elemental de nuestras obligaciones como sociedad, y ser albergados es el
más elemental de sus derechos?
En la escena final unos niños, de ese fenotipo al que en México se le
llama de “güeritos”, se reúnen y piden cuentas. ¿Qué opinarían los niños
del dolor ante el spot? ¿Les daría risa, tristeza, rabia o todo junto?
Ese mensaje de catástrofe para después, borra sus catástrofes de hoy.
¿Hacia dónde mira una infancia a la que nadie mira?
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