sábado, 14 de abril de 2012

La realidad supera a ese spot empresarial

¡¡Exijamos lo Imposible!! 
Los “niños incómodos” y la negación de los niños del dolor
María Teresa Priego

Un niño verdaderamente “incómodo” extiende la manita y ruega una limosna. No sabemos ni para dónde mirar con tal de no verlo

Un niño verdaderamente “incómodo” se acuesta sobre vidrios y recoge unas monedas. O nada. Un niño verdaderamente “incómodo” se cae de chemo en una banqueta, con los ojitos perdidos. Sucede en cualquier esquina. México es así. Hoy. Niños que han tenido hambre toda su vida, niños golpeados, violados, niños migrantes. Niños amarrados a las patas de las sillas, mientras los adultos salen a trabajar. Niños en situación de calle. Niños sin acceso a la salud, a la escolaridad. Niños maltratados hasta la destrucción. Una sociedad en la que hemos ido creando cada vez más seres desprotegidos, desamados, abandonados, heridos. Seres sin derechos. Marcados por la humillación. Ante la realidad nacional, “incómodo” es, por supuesto, un eufemismo peligroso y traidor.

Viven un mundo feroz los niños del dolor. No actúan la desgracia y la injusticia social, en ellas amanecen y en ellas se van a dormir. Una niña con su carita maquillada y zapatillas de tacón está en oferta. Hay adultos que la venden y adultos que la compran. Nadie podría escenificar su papel. La realidad tras la puesta en escena nos golpearía en toda su violencia. Un spot que la incluyera sería un atentado contra la integridad emocional de la pequeña actriz, pero también sería intolerable, porque estaríamos obligados a reconocer que esas niñas existen. Nada de elucubración futurista. La trata existe. Una niña escenificando el papel de otra niña embarazada a los 12 años por violación incestuosa. Junto a ella adultos explicándole que es bueno ser la madre del hijo de su padre. El spot no duraría medio segundo al aire, con toda la razón. Demasiado brutal que los niños actores escenificaran la vida brutal de los niños del dolor. La vida de sus pares.

No sabemos en qué adultos se van a convertir los “olvidados”. La resiliencia existe y nadie puede tomarse el derecho de marcarle destino a un ser humano. Pero sabemos que millones de niños mexicanos viven atrapados en el engranaje de la destrucción. Y hacemos lo posible para que no nos importe demasiado. Incluso, “conmocionarnos” en calculados decibeles por un spot (de cuya buena intención no dudo) que nos “violenta” desde su trasfondo Hello Kitty.

¿Necesitamos niños actuando de secuestradores adultos cuando todo México escuchó la entrevista al niño sicario? Entrenado para matar. Hoy. ¿Acaso la realidad no es bastante más horrible? Abundan. Porque los fuerzan, o porque lo “eligen”. Sabedores de que su vida será cortísima, con billetes en la mano, existir aunque sea de la peor manera, ser mirados a los ojos, aunque sea la tarde en la que se les regresa la crueldad que dispararon.

Un niño que imita a un adulto camina por la calle y tropieza con un tragafuegos. ¿No es del diario? Sólo que en este spot el tragafuegos no sería un niño en la realidad, dado que todos escenifican a adultos. Y eso que quiere parecer devastador, resulta goody goody. Un chamaco jugando a ser oscuramente mayor en La ciudad de los niños, o en un festival del Día de la Madre, con toquecito hard. Un niño actor esconde a un niño del dolor. Eso es lo grave.

Toda proporción guardada, el spot me recordó esa insoportable película La vida es bella. El padre soñado omnipotente que hace la felicidad de su hijo en un campo de concentración. Nada que ver, y sí. La falsedad de una supuesta denuncia (almibarada) del horror, que termina negando el horror. La escenificación futurista encubre. Tapa. Sirve a fines sicológicos ajenos a los que supondríamos sería su intención. Apela al mecanismo de la negación. Justo la probadita de buena conciencia que corre el riesgo de anestesiar. La que a nadie le quita el sueño.

¿Hacia dónde mira una infancia a la que nadie mira? ¿Sólo existirán cuando sean adultos y sólo en el caso de que asalten, secuestren, despojen? ¿Nos vamos a preocupar por ellos hasta que aparezcan junto al letrerito de la PGR? ¿Nos vamos a preocupar por ellos, porque nos representan una amenaza potencial? ¿O porque albergarlos es la más elemental de nuestras obligaciones como sociedad, y ser albergados es el más elemental de sus derechos?

En la escena final unos niños, de ese fenotipo al que en México se le llama de “güeritos”, se reúnen y piden cuentas. ¿Qué opinarían los niños del dolor ante el spot? ¿Les daría risa, tristeza, rabia o todo junto? Ese mensaje de catástrofe para después, borra sus catástrofes de hoy. ¿Hacia dónde mira una infancia a la que nadie mira?

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