Los debates, determinantes
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Las variaciones en las encuestas de
preferencia electoral, en función de los errores de los candidatos
presidenciales (particularmente Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez
Mota), muestran el grado de volatilidad del electorado mexicano, lo cual
eleva la relevancia de las campañas electorales, y más de aquellos
eventos donde los candidatos son más vulnerables.
De octubre de
2011 –unos días después de que Peña Nieto dejó la gubernatura del Estado
de México– a la primera quincena de marzo de este año, el candidato
tricolor perdió alrededor de ocho puntos porcentuales de preferencia
electoral, en buena medida a causa de su incapacidad para responder a
preguntas de los periodistas que evidenciaron su incultura e ignorancia.
Esto
lo aprovechó Josefina Vázquez Mota para repuntar en las preferencias,
posicionarse en el segundo lugar y acercarse al puntero, pero desde el
acto de toma de protesta como candidata presidencial del PAN ella y su
equipo de campaña empezaron a mostrar sus limitaciones, y el electorado,
de inmediato, se los cobró, de modo que hoy Vázquez Mota se disputa el
segundo lugar con Andrés Manuel López Obrador y ha perdido parte de los
puntos que ganó en los cinco meses previos.
López Obrador, a quien
las encuestas mostraban estancado alrededor de los 20 puntos
porcentuales de preferencia electoral, logró cosechar, aunque en mínima
medida, la pérdida de la candidata albiazul y con eso se metió a la
disputa por el segundo lugar, aunque muy lejos del puntero.
En
este escenario se pactó para el domingo 6 de mayo el primer debate entre
los candidatos presidenciales y se acordó, en principio, que el segundo
se realizara en algún escenario fuera del Distrito Federal, aunque
todavía no definen ni fecha ni formato. Más allá del acartonado formato
del primer debate acordado –que data de 1994–, lo cierto es que tales
ejercicios han resultado decisivos para el resultado de las contiendas
electorales.
El 12 de mayo de 1994, en el primer debate entre
candidatos presidenciales en México, participaron únicamente tres de los
nueve contendientes: Diego Fernández de Cevallos, abanderado del PAN;
Ernesto Zedillo, del PRI, y Cuauhtémoc Cárdenas, del PRD. Fernández de
Cevallos tomó abiertamente la ofensiva y atacó a los otros dos
candidatos, pero particularmente a Cárdenas, quien se mantuvo impávido
frente a las críticas de su adversario político y eso lo pagó en las
preferencias electorales, pues a partir de entonces la contienda fue
fundamentalmente de dos: Zedillo y Fernández de Cevallos.
Algunas
encuestas incluso llegaron a mostrar al panista a la cabeza, pero
inexplicablemente éste interrumpió su campaña y dio oportunidad al
priista para recuperarse y, de acuerdo con los resultados oficiales,
obtener 50.1% de las preferencias y superar al segundo lugar con más de
23 puntos de diferencia. En aquel tiempo, por única ocasión, la
elección se celebró el 21 de agosto, lo cual dio un periodo de más de
tres meses entre el debate y la elección, lo que, aunado al encierro del
blanquiazul, permitió a Zedillo recuperar su preferencia electoral.
Para
la siguiente contienda presidencial, en el 2000, hubo dos debates: el
25 de abril, con la participación de los seis candidatos, y el 26 de
mayo, únicamente entre los tres punteros: Vicente Fox, abanderado de la
coalición Alianza por el Cambio; Francisco Labastida, del PRI, y
Cuauhtémoc Cárdenas, de la coalición Alianza por México. Aquella vez
además se verificó un “predebate”, el 23 de mayo, donde los tres
candidatos plantearon sus posiciones y discutieron sobre la fecha y
formato del segundo debate.
Los impactos de los tres eventos
fueron cruciales para el triunfo de Fox el 2 de julio de ese año. En el
primer debate, aunque Fox arremetió contra Labastida y logró restarle
preferencia electoral, el gran triunfador fue el candidato del Partido
Socialdemócrata, Gilberto Rincón Gallardo, quien ganó amplios espacios
en los medios de comunicación y logró mantener a su partido con un
porcentaje de votación suficiente para conservar el registro; sin
embargo, los efectos de dicho encuentro se perdieron por la distancia
entre éste y la fecha de la elección.
El equipo de Fox logró
revertir los efectos negativos del predebate y convertir el “¡hoy, hoy,
hoy!” en el grito de combate, e incluso el candidato lo capitalizó en el
segundo encuentro formal, al justificar su intransigencia por la
urgencia del cambio que el país demandaba. Esto se tradujo en que el
blanquiazul logró más de 43% de los votos válidos, con una diferencia de
6.5 puntos ante Labastida y de casi 20 ante Cárdenas. Aunque los
debates no fueron el único factor que influyó en dicho resultado, nadie
puede negar su impacto.
En el año 2006 también fueron organizados
dos debates. Uno, el 25 de abril, con la presencia de cuatro de los
cinco aspirantes presidenciales, pues López Obrador se excluyó, porque
consideró que no era pertinente participar en el mismo; sin embargo, los
participantes acordaron hacerlo y el Instituto Federal Electoral aceptó
colocar un atril que luciría vacío a lo largo de la transmisión. Y
otro, el 6 de junio, con la participación de todos los candidatos.
Ambos
actos tuvieron importantes impactos en los resultados finales. El
primero fue elemento determinante para que Felipe Calderón apareciera en
algunas encuestas por encima de AMLO, y además marcó definitivamente el
desplome de Roberto Madrazo a un lejano tercer lugar del que ya jamás
pudo recuperarse. El segundo, porque permitió a AMLO recuperar parte del
terreno perdido, al colocar en la opinión pública la duda sobre los
supuestos beneficios extraordinarios que Calderón, como secretario de
Energía, concedió a su cuñado, como proveedor.
La combinación de
ambos eventos fue determinante para que el resultado final de la
elección marcara una diferencia entre Calderón y López Obrador de poco
más de medio punto porcentual y, escasamente, 244 mil votos de
diferencia.
Las debilidades que mostraron Peña Nieto y Vázquez
Mota convierten los debates en el escenario ideal para modificar
sustancialmente la correlación de fuerzas, especialmente por los
antecedentes ya comentados. Serán una oportunidad inmejorable para López
Obrador y Vázquez Mota; al primero le servirán de oportunidad para
posicionarse en el segundo lugar de la contienda y, desde esa posición,
aspirar a captar el voto útil (que seguramente aparecerá nuevamente en
esta elección) y, eventualmente, buscar obtener el liderazgo de la
contienda; a la segunda, para desafiar la amplia ventaja de Peña Nieto y
eventualmente retomar su tendencia ascendente.
Ni Vázquez Mota ni
López Obrador pueden soñar con ganar la contienda sin una muy buena
actuación en los dos debates presidenciales; y Peña Nieto requiere
mostrar un mínimo de capacidad para sortear situaciones adversas,
complejas e inesperadas (que seguramente enfrentará en los debates) para
sostener su ventaja.
Por su parte, Gabriel Quadri tiene todo que
ganar y nada que perder, pero habrá que ver si opta por buscar el
aumento del caudal de votos para su partido y, por lo tanto, se maneja
de forma independiente, o recibe la encomienda de colaborar con Peña
Nieto, en cuyo caso seguramente arremeterá en contra de Vázquez Mota o
López Obrador, en función de quien sea más peligroso en ese momento, y
cobrará (él o su mentora) en la integración del gabinete.
Aun con
el rígido y acartonado formato de los debates presidenciales, hay
suficientes razones para pensar que serán interesantes y determinantes
en el resultado de la contienda.
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