lunes, 19 de marzo de 2012

Digno representante del Siglo de las Luces

¡¡Exijamos lo Imposible!!
El hombre que retó a dos Papas 

El ex legionario José Barba ha encabezado durante los últimos quince años una batalla para que las autoridades vaticanas admitan los abusos sexuales cometidos por Marcial Maciel / A propósito de la visita de Benedicto XVI a México, Barba tienen listo un libro basado en el expediente secreto al que tuvo acceso el propio Ratzinger, un archivo que documenta que la Iglesia católica encubrió al líder de la Legión desde 1954

MEXICO, DF, 18 de marzo.- La noche del martes 25 de enero de 2005 conocí a José Barba en el Sanborn’s de San Ángel, en la Ciudad de México, en donde tomaba café con Saúl Barrales Arellano, ambos del grupo de ex legionarios que habían denunciado los delitos de Marcial Maciel. Para ellos, los acontecimientos se habían precipitado en las últimas semanas después de ocho años de estancamiento.

Apenas un par de meses atrás el papa Juan Pablo II había ofrecido la más reciente prueba de respaldo incondicional a Maciel: el 26 de noviembre de 2004, en una faraónica misa por sus sesenta años como sacerdote, el Papa llamó querido a Maciel, a quien describió como “colmado de los dones del Espíritu Santo”. La muestra de respaldo papal fue nuevamente devastadora para los denunciantes.

No era, tampoco, la primera vez que recibían de Juan Pablo II y del cardenal Joseph Ratzinger la denegación del acceso a la justicia. El grupo de ocho ex legionarios, conformado por José Barba, Arturo Jurado, Alejandro Espinosa, Juan José Vaca, Saúl Barrales, Fernando Pérez Olvera, José Antonio Pérez Olvera y Félix Alarcón, había hecho pública su denuncia desde el 23 de febrero de 1997, a través del periódico de Connecticut Hartford Courant.

El 17 de octubre de 1998, Barba y Jurado habían presentado ante la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, a cargo de Ratzinger, una denuncia canónica que basaba su argumentación legal no en los crímenes de abuso sexual, pues éstos prescribían a los cinco años en el derecho de la Iglesia católica. El caso se basaba en la “absolución del cómplice”: el delito que perpetra el sacerdote al absolver a las víctimas o cómplices con los que ha cometido algún pecado, delito hasta entonces imprescriptible y que ameritaba la excomunión ipso-facto. Los ex legionarios relataban en sus testimonios que Maciel los absolvía del pecado carnal después de haber tenido relaciones sexuales con ellos.

Durante años sólo les habían respondido con silencio y desdén. Cuando mucho, les mandaban decir que pro-nunc (por ahora) el caso estaba detenido y que no debían acudir a la prensa.

Una rendija se había abierto unas semanas antes de que me encontrara con Barba y Barrales en el Sanborn’s. El 2 de diciembre de 2004, su abogada ante el Vaticano, la canonista austriaca Martha Wegan, les había dirigido una carta con una sola pregunta: ¿Están dispuestos a seguir con el caso? Barba y Jurado, los comandatarios legales del grupo, respondieron que . A los pocos días se enterarían de que Ratzinger había nombrado un fiscal ad-hoc para investigar el caso Maciel, al cura maltés Charles Scicluna. La señal definitiva llegó el 8 de diciembre. La abogada Wegan acudió a la reunión de la comunidad de habla alemana en Roma, en donde se encontró con Ratzinger.

Ahora sí, doctora Wegan, vamos a ir a fondo con el caso del padre Macielle dijo el cardenal Ratzinger.

Unas semanas después, el domingo 23 de enero de 2005 los Legionarios de Cristo informaban que Maciel dejaba el cargo de superior general vitalicio de su congregación, y en su lugar nombraban al joven mexicano Álvaro Corcuera.

Al día siguiente, el lunes 24 de enero, acudí como reportero de la fuente religiosa a un acto en la Universidad Pontificia de México, en donde el presidente del Episcopado mexicano, Guadalupe Martín Rábago, y el obispo Onésimo Cepeda se apresuraron a elogiar al fundador legionario y a reivindicar su legado. Esa tarde llamé por primera vez al teléfono celular de José Barba. “Han querido adelantarse para suavizar el impacto de la noticia de la sujeción de Maciel a un juicio en el Vaticano”, me dijo y me invitó al otro día a tomar café.

A partir de entonces aproveché cualquier pretexto para reunirme con Barba. A veces le caía de sorpresa en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), donde era profesor, para saludarlo y, de ser posible, comer con él.

Desayunábamos en la Plaza Loreto, en donde las charlas se prolongaban hasta el mediodía. Nunca lo tuve como profesor en un aula, pero lo compensé con conversaciones largas sobre literatura, filosofía, historia del cristianismo y la Iglesia católica mexicana, que era mi tema de trabajo periodístico. Tras el desayuno, tomábamos un taxi a las librerías de la avenida Miguel Ángel de Quevedo, en donde continuaban las charlas y recomendaciones de libros. En una ocasión nos topamos un clásico de Félix Lope de Vega.

Eso es lo que nosotros queremos: Castigo sin venganzame dijo, señalando el título del ejemplar.
Barba no sólo ejercía una poderosa atracción intelectual. Me impresionaba la serenidad y el sentido del humor con el que encaraba su batalla. A pesar de sus gruesos lentes, sus ojos azules nunca perdían la vivacidad del filósofo. De baja estatura y nariz de D’artagnan, Barba mantuvo siempre una elegancia sobria: corbatas de cashmir, abrigos largos, una boina para cubrir la calvicie. La suya era una tenacidad alegre, de un hombre que a los sesenta años ha elegido una lucha para el resto de su vida.

La noche del 30 de enero de 2008 lo llamé para darle una noticia: Marcial Maciel había muerto. Le entristeció saber que su victimario se marchaba sin ser sujeto a proceso. Un par de meses después lo busqué para contarle que dejaba el periodismo diario y que recobraría mi vida de estudiante de literatura. Él me recomendó leer La vida intelectual, del padre Sertillanges, un libro que le recomendaba al intelectual en ciernes que nunca perdiera de vista que el pensamiento se desarrollaba mejor en comunidad que en solitario.

Cuando le dije que escribiría un amplio perfil sobre su combativa vida me envió más de 150 cuartillas de textos suyos en inglés y en español sobre el caso Maciel, desde ponencias ante la Organización de las Naciones Unidas hasta prólogos de libros, conferencias, artículos y reseñas. Nos encontramos la tarde del martes 23 de enero de 2012, en un café en el perímetro de la Universidad Nacional Autónoma de México. A su figura elegante añadía un bastón: una dolencia había invadido su pierna derecha y el malestar le exprimía la carne. A pesar de los analgésicos, nos tomamos un café de tres horas.

Me habló de un “espíritu de continuidad" que había guiado su vida desde joven, ya como joven legionario que consignaba sus vivencias en cuadernos, ya como investigador de la vida literaria hispanoamericana, ya como profesor. “Esta conversación es parte de esa continuidad. Y no sabemos a dónde vaya a parar esto”, dijo.

Estilos divergentes

Vestido de sotana negra, José Barba participó del culto a Marcial Maciel durante trece años. Fue su víctima y su cómplice y en su favor cometió perjurio, en la inmejorable oportunidad que en 1957 le dio el Vaticano para denunciar al hombre que era, al mismo tiempo, el abusador de su cuerpo y el modelo de su alma.

Habrían de transcurrir cuatro décadas para que Barba se decidiera a incriminarlo y 53 años para que su acusación se admitiera como la verdad histórica. Pero acaso la confrontación era inevitable porque difícilmente dos personalidades han sido tan divergentes: Maciel fue el maestro y amo de las sombras, mientras que José Barba ha sido, en nuestros días, un digno representante del Siglo de las Luces.
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