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¿Azar? ¿Casualidad? ¿Justicia?
Por María Teresa Jardí
Divina, la justicia, en todo caso. Porque la terrena, ya se sabe, que en México también ha sido ejecutada. Porque así tocaba, quizá. Una denuncia pública, hecha a un noticiero radial, y su retiro en el mismo espacio, el que Carmen Aristegui conduce por las mañanas, abre la puerta a los grupos sociales interesados en el combate a la represión, para darle seguimiento al pago que la represión, como robo a la nación, lleva implícito.
La denuncia evidencia el costo que la represión tiene para la nación en su conjunto. Amén de que quizá permita que Luis Echeverría Álvarez sea juzgado. O al menos que no se olvide la memoria de sus crímenes canallas que son el principio de lo que hoy es México.
Como pasó con Al Capone. De darle seguimiento a su fortuna inaudita, se pueden obtener dos resultados que avanzar nos hagan a la construcción de un Estado de Derecho. Aunque por la edad del personaje es difícil, que no imposible, que la cárcel pise. Se puede lograr sin duda que la sociedad entienda que la represión trae consigo otros caros pagos para la nación en su conjunto. El que los sectores más reacios a ver se enteren de una vez que la represión tiene consecuencias para todos. Podría convertirse en el logro que, quizá, abra el camino de la esperanza de cambio en México.
Uno de los abogados de Luis Echeverría Álvarez, para presionar al ex presidente, en un noticiero radial —- al menos, quizá en varios —- denunciaba hace unas cuantas semanas que no se le habían pagado sus honorarios. El recibo firmado estaba por la cantidad de 4 millones de dólares, cuya entrega, la fortuna inmensa del ex presidente, respaldaba, nos hacía saber a los que la denuncia escuchábamos. Cuatro millones, de dólares, sí, de los que a él la mitad le correspondían y el resto al otro abogado del impresentable autor intelectual del crimen cometido en la Plaza de las Tres Culturas un 2 de octubre de hace 42 años.
Aunque, aclaraba que en principio Velázquez no quería recibir ningún pago. Dejando entrever que porque con él se habían arreglado en privado por un monto aún más exagerado. Enumeraba algunas de las propiedades, tan solo en Cuernavaca, que el genocida tiene. Y amenazaba con señalar las otras.
Decía también —- lo que lleva a pensar que todo en esta vida acaba por pagarse —- que las hijas le mantienen secuestradas las cuentas a Echeverría y que no le dejan decidir nada de nada. Esclavo de su familia. Despreciado por el pueblo que tan mal gobernó y al que tanto le robó, para acabar, en el mejor de los casos, de la misma manera tan indigna, como la que, públicamente también fuera exhibida, se dio al final de los días de José López Portillo, el frívolo que nos dejó, Echeverría, como gobernante, para que la comparación no pudiera, del todo, serle más adversa.
No es el único crimen de Luis Echeverría, quien, también lleva sobre su conciencia —- aunque haya renunciado a tenerla —- el haber dado la orden, que el imperio le mandaba, de bajarle a la educación escolarizada que hoy alcanza niveles de vergüenza entre los países más analfabetas del planeta.
Que Luis Echeverría era un ladrón, ya se sabía, desde que, con su mujer disfrazada de Adelita, se fueron “mudando” de sitio los muebles de época y las obras de arte de Palacio Nacional y que en Los Pinos se tenían como propiedad de la nación. En aras de “mexicanizar”, como con lo del agua de chía, que en las reuniones servían, nos decían. Pero incluso desde entonces se filtraba que a vestir palacios en Paris que con el dinero del erario robado se compraban los Echeverría estaban destinados los bienes que al pueblo mexicano pertenecían.
No se pudo cazar a Luis Echeverría por el genocidio por él cometido. Pero quizá si se le da seguimiento a la denuncia pública, y parcial apenas, del abogado, al que como se ve que ya le pagaron, se da por satisfecha y ya no le interesa lo dicho semanas antes “sobre el derecho a que la sociedad conociera sobre la fortuna inexplicable e inmensa de Luis Echeverría” el impresentable ex presidente, responsable, no sólo del crimen cometido el dos de octubre contra jóvenes que se expresaban haciendo uso del derecho que la Constitución nos otorga a manifestarnos, sino del crimen cometido el Jueves de Corpus, que como consecuencia trajo el que jóvenes a los que se cerraban todas las salidas iniciaran un movimiento guerrillero urbano, combatido de manera ilegal también, a cambio, también, de generosos pagos, que tanta sangre de hijos, padres, camaradas y amigos derramara tan impunemente por ahora. Quizá aún no es tarde para cazar a Echeverría como se hiciera con Al Capone.
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