Es motivo de orgullo que, a pesar de que han querido destruirnos, no lo han logrado ni lo lograrán. No sólo porque tenemos autoridad moral, sino porque las mujeres y los hombres que participamos en esta lucha, profesamos un profundo amor por nuestros semejantes y, más allá de alevosías y frente a todo tipo de adversidades, mantenemos la firme convicción de construir una sociedad más justa, más humana y más igualitaria
Es motivo de orgullo que, a pesar de que han querido destruirnos, no lo han logrado ni lo lograrán. No sólo porque tenemos autoridad moral, sino porque las mujeres y los hombres que participamos en esta lucha, profesamos un profundo amor por nuestros semejantes y, más allá de alevosías y frente a todo tipo de adversidades, mantenemos la firme convicción de construir una sociedad más justa, más humana y más igualitaria
viernes, 18 de septiembre de 2009
No se puede justificar la muerte de ningún ser
EDITORIAL
Algo bueno entre tanto malo.
El que las Autoridades de Chihuahua hayan de alguna manera justificado la reciente matanza ocurrida en un centro de rehabilitación para adictos (el segundo en una semana, 10 en esta ocasión y 12 en la anterior) aduciendo que “las matanzas son entre delincuentes”.
Hace ver la indolencia de quienes nos gobiernan. Pues delincuentes o no, aún aceptando que los drogadictos lo sean (que no lo son) antes que nada son mexicanos y se supone que el Gobierno es para todos, no nada más para los que se portan bien.
Y eso, independientemente de que la existencia de drogadictos, en cierta y significativa medida es responsabilidad del Gobierno.
Que mucho habrá encerrado a miles de delincuentes y mucho habrá incautado sus bienes y confiscado sus mercancías, pero lo cierto es que las drogas siguen en las calles.
Lo que implícitamente quiere decir que el combate ha fracasado; y estrepitosamente.
Aunque por otro lado, será sin duda positivo que se ponga atención a esos lugares llamados centros de rehabilitación (grandes negocios que han proliferado en fechas recientes) en los que, primeramente, se puede decir que son muy pocos, pero muy pocos, los que verdaderamente se llegan a rehabilitar.
El porcentaje de reincidentes es altísimo, más del 93 %.
Sin omitir que los infelices adictos son tratados como en las cárceles, en donde sus Derechos Humanos son violentados por frustrados individuos que no calificaron ni para ser custodios en los centros de readaptación.
Y en consecuencia tratan a los internos (que en este caso son pacientes, no delincuentes, se insiste) de la manera más violenta e inadecuada que se pueda pensar.
Llegando a protagonizar casos inauditos de violencia (contra hombres, mujeres y aún menores de edad) a los que, supuestamente velando por su bienestar, humillan y retienen en contra de su voluntad.
Si las ejecuciones de los jóvenes adictos que fueron masacrados, sirve cuando menos para que se cierren ese tipo de cárceles privadas en las que, se repite, se violan todos los Derechos Humanos, cuando menos podrá decirse que sus prematuras y violentas muertes, no fueron totalmente en vano.
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