Por Federico Arreola
26 de Enero, 2009
El Zócalo, esta vez, lució naranja y rojo, respectivamente los colores de Convergencia y del Partido del Trabajo. Las fotos no mienten ni los testimonios ni las imágenes. Lo que vimos en la Plaza de la Constitución es contundente: el PRD calderonista, el de Ortega, no estuvo presente. No podía estarlo, desde luego, sin faltar a sus compromisos con Calderón. Participó, sí, el PRD decente, el demócrata. En efecto, el de Barrales, el de Alejandro Encinas, el de Ricardo Monreal (quien, por cierto, afortunamente hará triunfar en las elecciones de gobernador de Zacatecas al candidato del PT), el de Alejandro Rojas Díaz Durán y los otros funcionarios del gabinete de Marcelo Ebrard que se dieron tiempo para asistir al mitin. Pero abajo del templete, entre la gente común y corriente, la mayoría de las banderas eran, insisto, de colores naranja y rojo.
Ante esa demostración de fuerza de AMLO, del PT y de Convergencia (y en cierta medida también del PRD que se opone a los chuchos), el mismo domingo, rápidamente, acobardado, convenenciero, oportunista, cínico, exactamente fiel a su naturaleza poco dada a la ética, Jesús Ortega salió a decir que ya no hay problemas entre su grupo y Andrés Manuel López Obrador. Miente, desde luego. Lo que Ortega quiere es utilizar en su beneficio el hecho de que Andrés Manuel, en 2009, no dejará desamparados a los perredistas que se oponen a la actual dirigencia de su partido. Pero Jesús Ortega no se saldrá con la suya. Lo que Ortega y los otros chuchos ignoran es que la gente sabrá diferenciar su voto: apoyará preferentemente a los candidatos del PT y de Convergencia, y sólo después de eso volteará a ver a los pocos perredistas democráticos que resulten candidatos. Pero de ninguna manera los ciudadanos libres y conscientes darán su sufragio a los políticos identificados con Nueva Izquierda. Ya habrá tiempo de hacer las listas, las biografías, los perfiles. Y sobrará internet para difundir los nombres de unos y otros.
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