“No habría fe si las madres la perdieran, ni esperanza en lo futuro si las madres la negaran a sus hijos”, escribió hace tiempo Constancio C. Vigil, el ilustre uruguayo que amaba a los niños. ¡Cuánta razón! ¡Vaya si lo sabemos las madres de los desaparecidos! La fe que tuvimos en ellos, en su dignidad, en su valor, en sus convicciones, en sus ideales, es la que alimenta la esperanza que late acompasada al ritmo de nuestros corazones y llena de luz nuestro pensamiento.
Es motivo de orgullo que, a pesar de que han querido destruirnos, no lo han logrado ni lo lograrán. No sólo porque tenemos autoridad moral, sino porque las mujeres y los hombres que participamos en esta lucha, profesamos un profundo amor por nuestros semejantes y, más allá de alevosías y frente a todo tipo de adversidades, mantenemos la firme convicción de construir una sociedad más justa, más humana y más igualitaria
Es motivo de orgullo que, a pesar de que han querido destruirnos, no lo han logrado ni lo lograrán. No sólo porque tenemos autoridad moral, sino porque las mujeres y los hombres que participamos en esta lucha, profesamos un profundo amor por nuestros semejantes y, más allá de alevosías y frente a todo tipo de adversidades, mantenemos la firme convicción de construir una sociedad más justa, más humana y más igualitaria
jueves, 22 de enero de 2009
Seguimos y seguiremos LUCHANDO
“No habría fe si las madres la perdieran, ni esperanza en lo futuro si las madres la negaran a sus hijos”, escribió hace tiempo Constancio C. Vigil, el ilustre uruguayo que amaba a los niños. ¡Cuánta razón! ¡Vaya si lo sabemos las madres de los desaparecidos! La fe que tuvimos en ellos, en su dignidad, en su valor, en sus convicciones, en sus ideales, es la que alimenta la esperanza que late acompasada al ritmo de nuestros corazones y llena de luz nuestro pensamiento.
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