Por eso me ha dado por pensar que quizá el Señor Capitalismo, ese ente extraño egocéntrico y envidioso, totalmente individualista e incapaz de ser generoso con sus semejantes (no me imagino compartiendo su pan con el Señor Comunismo), funciona más o menos igual que un maniaco depresivo, quien, por cierto, se desarrolla mucho mejor en ambientes neoliberales que en cualquier otro sistema económico. De esta manera, vemos que el Señor Capitalismo es feliz –qué diga, todo un optimista de la economía- en cuanto se le inyecta dinero a raudales, sea virtual o físico, proveniente de hipotecas y sus derivados, especulaciones en el mercado de valores o bonos y acciones de empresas igualmente inestables. Y cae peor que Ícaro con sus alas chafas cuando el teatrito le sale mal, o cuando sus reservas se le agotan.
Estamos viviendo la etapa en que el Señor Capitalismo va en picada. Lo vemos sucio, viejo, descuidado, desubicado, desconcertado, proclive al suicidio. Y con ello, miles de maniacos depresivos que se le unen en un vuelo cuesta abajo que, al parecer, les ha despertado de su mundito especulativo: ¿verdad que es mejor conducirse con la pauta del deber ser antes que del deber tener?
Aquí lo malo, es que a muchos nos llevan entre las patas. Es una lástima que les hayamos permitido llegar hasta estos límites. Creer que el capitalismo y las acciones neoliberales nos darían ese paraíso prometido lleno de banalidades costosas que suplantan las lagunas del ser, ha sido el peor error de la humanidad de los últimos tiempos.
Y la pregunta de los $64, 000 es: ¿quién podrá defendernos? No. No es el chapulín colorado. Se aceptan sugerencias.
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