De la consulta ciudadana
Epigmenio Ibarra
01 agosto 2008
Vivimos, este domingo 27, hay que decirlo con todas sus letras y aun a sabiendas de la retahíla de descalificaciones e insultos que desde la derecha habrán de caerme encima por sostenerlo, una verdadera victoria ciudadana. Una más en la lucha por evitar la privatización encubierta de Pemex que, con su reforma y ya sin muchas posibilidades de éxito, intentan Felipe Calderón y los suyos.
Más de 800 mil personas sólo en la Ciudad de México. Un millón setecientos y algo más en el resto de los nueve estados donde se realizó la consulta acudieron a las urnas. Que tantos ciudadanos se hayan decidido a votar, a contrapelo de la multimillonaria propaganda oficial y las campañas de descalificación en contra de quienes convocaron, es ya, de por sí, una gran victoria.
Muy claros deben de estar de esto los mercadólogos oficiales y tanto que han decidido intensificar, aún más y hasta el escándalo, la publicidad oficial, pagada, claro, con dineros públicos que se gastan sin control alguno. Estaban seguros de que la consulta fracasaría. Hoy los esfuerzos, tan patéticos como el de “la prima de la primera dama”, por desacreditarla no son más que un indicativo de lo fallido de sus pronósticos.
Más allá, sin embargo, de que la abrumadora mayoría de los que acudieron al llamado dijo “NO” a Calderón y su reforma está el hecho de que, con esta consulta y el intenso debate que se produjo en torno de ella, ha ganado entre los ciudadanos espacio la idea de construir, de luchar, con instrumentos como éste, por una democracia realmente participativa.
No caben ya en este país autos de fe colectivos en torno a la pureza de nuestra democracia. Menos todavía después del turbio e irregular proceso electoral de 2006. Es preciso, si queremos que la democracia tenga futuro y existan condiciones reales de gobernabilidad, pasar del concepto de “democracia representativa” al de “democracia participativa”.
Sólo en algunas entidades establece la ley a consultas, plebiscitos o referendos como un derecho ciudadano, pero es claro que, pese a todos los esfuerzos por impedirlo, caminamos ya en esa dirección. La gente hoy sabe que puede así —pese a no tener aún la consulta ciudadana carácter vinculatorio— poner coto al poder y no va a renunciar fácilmente a ese derecho.
La consulta de este domingo, pese al proceso de negación de sus resultados, ha establecido pues un valioso precedente que será difícil de ignorar. Allá Calderón si con este caudal de votos se atreve a hacerlo. Tanto esfuerzo en descalificarla; tanto empeño en negar su importancia no han hecho, ante los ojos de muchos, más que resaltar sus virtudes.
La voz de los ciudadanos no será ya, al menos en la Ciudad de México que pesa y mucho en el concierto nacional, escuchada sólo en los procesos electorales cada tres o seis años. No tienen ya los partidos, los gobernantes que los controlan y a ellos responden, un cheque en blanco en las manos para decidir cupularmente asuntos de los que, como en el caso del petróleo, depende el destino de la nación.
Paradójico resulta que los panistas, quienes desde la oposición lucharon por el derecho a esgrimir este instrumento vital de contrapeso contra el antiguo régimen, sean los que más se han empeñado en desacreditarlo. Muy lejos han dejado, Calderón y los suyos, el compromiso original de ese partido con las gestas democráticas.
Muy lejos, también, de Clouthier y muy cerca de Goebbels han convertido la propaganda en su instrumento esencial de gobierno. No buscan consenso: pretenden domesticar a la ciudadanía. Hijos de la intolerancia, afectos a la guerra sucia , que no al debate, como recurso para derrotar al adversario, predican el odio, incentivan, enmascarados en supuestos ropajes democráticos, la confrontación social.
Quien no piensa como ellos. Quien se atreve a señalar todavía las irregularidades —vaya herejía— de los comicios presidenciales de 2006 no merece más que insultos. Quien se opone a la reforma de Calderón las peores descalificaciones. Es el mismo Calderón quien lanza —condenando a quienes pretenden dejar al país en el atraso y condenarlo al inmovilismo— los más feroces anatemas.
En estas condiciones, salir a la calle, cruzar una boleta, es un acto de valentía. No fue pues una victoria la que se produjo el domingo 27, fueron más de un millón setecientas mil victorias individuales contra la intolerancia y el poder aplastante de la derecha. Fueron más de un millón setecientas mil voces alzándose y diciendo: “No estás ahí para hacer lo que se te dé la gana” y eso, me imagino, ha de dolerle mucho a Calderón y más todavía sabiendo que, de aquí en adelante, tendrá que acostumbrarse a eso; a que le pongan coto.
eibarra@milenio.com
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