¿Un minuto de silencio
Alvaro Cepeda Neri
Las delincuencias han rebasado de manera alarmante a los gobernantes de toda la estructura municipal, estatal y federal, mientras el Estado se tambalea (siguiendo la metáfora de Juan Bodino, respecto a la Nave Estatal), en el picadísimo mar de sangre de cientos de miles de homicidios en todas sus modalidades: ejecuciones, crímenes, víctimas de la guerra militar, de los secuestros, “levantones”.
Todos estos cadáveres amontonados junto a los heridos, golpeados, extorsionados y amenazados, consecuencia de la pavorosa inseguridad, integrada por delincuentes, sicarios, policías que se conectan en los pasillos del poder gubernamental con el nexo entre narcotraficantes y narcopolíticos.
Y no estamos inmersos en alguna de las manifestaciones, más o menos racionalistas del capitalismo que desde su más connotado fundador: Adam Smith, exigía como condición que los gobernantes garantizaran la seguridad de la sociedad civil. Sobrevivimos en el capitalismo salvaje donde el miedo nos atenaza, amenazados de riesgos a la vuelta de la esquina y ya hasta dentro de los domicilios.
El país está en manos de la violencia sangrienta y gana terreno, en complicidad o incompetencia de policías y gobernantes que como desgobernadores, presidentes municipales, jueces (magistrados y ministros) sintetizados en Calderón y Marcelo Ebrard.
Cada día la información es la del baño de sangre por todo el territorio, muy a pesar de los soldados como policías y de éstos propiamente dicho que no han podido enfrentar a las delincuencias. La descomposición, por la corrupción y la total falta de cumplir con sus obligaciones, de los funcionarios judiciales, administrativos y legislativos, es el caldo de cultivo real e ideal para que la criminalidad se haya manifestado como la dueña de vidas y haciendas.
Y ante esto, con hipocresía, se han guardado “minutos de silencio”, cuando es momento de que las élites políticas de todos los poderes, del poder económico y demás sectores, estuvieran respondiendo con millones de minutos de protesta.
Es un baño de sangre interminable el que sufre la nación que, a pesar de su cada vez más terrible crisis económica, aún se pronuncia por la vía pacífica. Y que angustiada mira cómo sus gobernantes hacen las cuentas alegres sobre los sangrientos resultados, creyendo que el pueblo se traga sus mentiras.
Con los feminicidios, interminables, empezó la ola convertida en tsunami de sangre, donde además de esas mujeres, hay niños y niñas violadas, asesinadas; hombres inocentes y ancianos, que caen por las balas del fuego cruzado de soldados y policías contra delincuentes y policías.
¿Un minuto de silencio? El silencio es complicidad y declaratoria de ineficacia, si no es que de rendición ante el baño de sangre de la creciente inseguridad. ¿Estamos los mexicanos desamparados? ¿No hay gobernantes y, por ende, no hay gobierno? Parece que así es, ya que los delincuentes disponen, a sangre y fuego, del destino individual y colectivo de la Nación.
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