jueves, 17 de octubre de 2013

Elías Ayub vive en su añorado pofiriato

¡¡Exijamos lo Imposible!! 
Por Esto!
La supremacía del mercantilismo
Guillermo Fabela Quiñones

Apuntes

Ahora resulta que la privatización total de Pemex es necesaria para la seguridad nacional. Así lo dijo el ex director de la Comisión Federal de Electricidad, Alfredo Elías Ayub, quien no tuvo empacho en afirmar que “la participación privada ha sido inscrita en políticas públicas y en un marco jurídico que refuerza la rectoría del Estado y asegura la supremacía de los intereses nacionales por encima de los mercantiles”. Si los senadores que integran la Comisión de Energía se tragaron tamaño embuste, nadie en su sano juicio puede aceptar que se le pretenda engañar de manera tan grosera.

La participación privada en la economía, cuando menos en nuestro país, no ha tenido otra finalidad que reforzar la supremacía de los intereses mercantiles por encima de los intereses de la nación. Por eso estamos como estamos, luego de tres décadas de que el Estado renunció a su papel rector. Elías Ayub lo sabe perfectamente, pues bajo su dirección la CFE tomó el camino de la privatización de sus activos con una finalidad plenamente mercantil. Lo que llama mucho la atención es que a pesar de los obvios resultados negativos para el país, sigan insistiendo en que la inversión privada es la tabla salvadora de la economía.

Lo sería en un Estado como el Chino, o como lo fue en México en los años previos al golpe de Estado de los tecnócratas neoliberales, cuando se ejercía una firme rectoría en los asuntos públicos. Dice Elías Ayub: “Las opciones son tomar las nuevas corrientes de la historia o ser rebasados por los cambios; hay que sentar las bases para que el país despliegue todo su potencial como productor de energía capaz de sostener su propio crecimiento y tener un aparato industrial competitivo y generador de empleos”. Las nuevas corrientes de la historia no se encuentran en el predominio del mercado sobre la sociedad, sino en el control que ésta tenga sobre aquél, como lo demuestra el sistema económico chino.

En la actualidad, China es el país más exitoso en materia de cambios positivos, gracias a que el Estado ejerce una firme rectoría sobre los factores de la producción, y particularmente sobre los recursos energéticos, cuya propiedad la tiene el Estado. Se dio paso a una economía de carácter mixto, con amplias posibilidades de participación a inversionistas privados, pero con reglas que fija el gobierno central. Bajo ningún esquema es factible la participación de inversionistas privados en el usufructo de los recursos energéticos, que son patrimonio nacional.

Ciertamente, hay que sentar las bases para que el país despliegue todo su potencial. Pero no será dejando en manos de voraces oligarcas las posibilidades que tiene el país de potencializar su crecimiento, sino retomando el Estado la rectoría perdida hace treinta años. Es imposible que llevando a la sociedad nacional al siglo diecinueve se logren los cambios positivos que urge implementar, como sería el caso si se acepta sin protestar que un pequeño grupo de oligarcas se apodere de los recursos energéticos nacionales.

China no sería lo que es actualmente, si su petróleo y su aparato generador de electricidad estuvieran en manos privadas, si el gobierno central abdicara de su papel rector de la economía. Los empresarios se han dado cuenta de que ganan más en la medida que las autoridades asumen su responsabilidad de dirigir las políticas públicas conforme a directrices realistas convenientes para todos los sectores. El sistema económico chino es como una gran embarcación en la que todos caben, pero cada quien cumpliendo su papel sin pretender adueñarse de la misma, pues su capitán y su tripulación cumplen satisfactoriamente la responsabilidad de conducirla a buen puerto, como así está sucediendo.

No tiene bases el planteamiento de Elías Ayub y de los tecnócratas del gobierno de Peña Nieto, de que sólo el sector privado podrá sacar al país de sus problemas económicos y sociales. Seguir con esa tesis fondomonetarista, nos acabará de hundir en la improductividad, en la mediocridad y en el peor de los mundos posibles. Es el colmo que en su ceguera producto de su voracidad, los oligarcas no se den cuenta de que saldrían ganando más en la medida que a todos los mexicanos les fuera mejor. Son iguales que sus ancestros porfiristas.

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