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Por Esto!
La supremacía del mercantilismo
Guillermo Fabela Quiñones
Apuntes
Ahora resulta que la privatización total de Pemex es necesaria para la
seguridad nacional. Así lo dijo el ex director de la Comisión Federal de
Electricidad, Alfredo Elías Ayub, quien no tuvo empacho en afirmar que
“la participación privada ha sido inscrita en políticas públicas y en un
marco jurídico que refuerza la rectoría del Estado y asegura la
supremacía de los intereses nacionales por encima de los mercantiles”.
Si los senadores que integran la Comisión de Energía se tragaron tamaño
embuste, nadie en su sano juicio puede aceptar que se le pretenda
engañar de manera tan grosera.
La participación privada en la economía, cuando menos en nuestro país,
no ha tenido otra finalidad que reforzar la supremacía de los intereses
mercantiles por encima de los intereses de la nación. Por eso estamos
como estamos, luego de tres décadas de que el Estado renunció a su papel
rector. Elías Ayub lo sabe perfectamente, pues bajo su dirección la CFE
tomó el camino de la privatización de sus activos con una finalidad
plenamente mercantil. Lo que llama mucho la atención es que a pesar de
los obvios resultados negativos para el país, sigan insistiendo en que
la inversión privada es la tabla salvadora de la economía.
Lo sería en un Estado como el Chino, o como lo fue en México en los años
previos al golpe de Estado de los tecnócratas neoliberales, cuando se
ejercía una firme rectoría en los asuntos públicos. Dice Elías Ayub:
“Las opciones son tomar las nuevas corrientes de la historia o ser
rebasados por los cambios; hay que sentar las bases para que el país
despliegue todo su potencial como productor de energía capaz de sostener
su propio crecimiento y tener un aparato industrial competitivo y
generador de empleos”. Las nuevas corrientes de la historia no se
encuentran en el predominio del mercado sobre la sociedad, sino en el
control que ésta tenga sobre aquél, como lo demuestra el sistema
económico chino.
En la actualidad, China es el país más exitoso en materia de cambios
positivos, gracias a que el Estado ejerce una firme rectoría sobre los
factores de la producción, y particularmente sobre los recursos
energéticos, cuya propiedad la tiene el Estado. Se dio paso a una
economía de carácter mixto, con amplias posibilidades de participación a
inversionistas privados, pero con reglas que fija el gobierno central.
Bajo ningún esquema es factible la participación de inversionistas
privados en el usufructo de los recursos energéticos, que son patrimonio
nacional.
Ciertamente, hay que sentar las bases para que el país despliegue todo
su potencial. Pero no será dejando en manos de voraces oligarcas las
posibilidades que tiene el país de potencializar su crecimiento, sino
retomando el Estado la rectoría perdida hace treinta años. Es imposible
que llevando a la sociedad nacional al siglo diecinueve se logren los
cambios positivos que urge implementar, como sería el caso si se acepta
sin protestar que un pequeño grupo de oligarcas se apodere de los
recursos energéticos nacionales.
China no sería lo que es actualmente, si su petróleo y su aparato
generador de electricidad estuvieran en manos privadas, si el gobierno
central abdicara de su papel rector de la economía. Los empresarios se
han dado cuenta de que ganan más en la medida que las autoridades asumen
su responsabilidad de dirigir las políticas públicas conforme a
directrices realistas convenientes para todos los sectores. El sistema
económico chino es como una gran embarcación en la que todos caben, pero
cada quien cumpliendo su papel sin pretender adueñarse de la misma,
pues su capitán y su tripulación cumplen satisfactoriamente la
responsabilidad de conducirla a buen puerto, como así está sucediendo.
No tiene bases el planteamiento de Elías Ayub y de los tecnócratas del
gobierno de Peña Nieto, de que sólo el sector privado podrá sacar al
país de sus problemas económicos y sociales. Seguir con esa tesis
fondomonetarista, nos acabará de hundir en la improductividad, en la
mediocridad y en el peor de los mundos posibles. Es el colmo que en su
ceguera producto de su voracidad, los oligarcas no se den cuenta de que
saldrían ganando más en la medida que a todos los mexicanos les fuera
mejor. Son iguales que sus ancestros porfiristas.
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