¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!
El vacío, la banalidad se confunde con los aromas
Jesús Peraza Menéndez
Los movimientos perfectamente ensayados no se salen del guión. Las
frases herméticamente calculadas con ese doble propósito de amenazar e
imponer el “sacrificio inevitable” que conllevan ambigüedades como
“progreso”, “desarrollo” y “modernidad”, que no llega pero hay que
pagarlo y aceptarlo con ánimo apologético o con la jubilación anticipada
de la crítica intelectual, bien acomodada en un sillón en la academia y
quizá, asociados alguna empresa rentable que asegure su retiro, porque
pensar críticamente causa incomodidad, enemistades, además exige hechos.
Quienes fingen que escuchan son los beneficiarios directos de las
políticas y las “reformas estructurales”, cuyo fin es dejar la renta
nacional en cada vez menos manos de empresarios y políticos, unos más
corruptos que los otros. Trinomio inseparable intelectuales
incondicionales o con miedo, políticos y dueños, que se asumen como
Estado, como sociedad política. Poseedores de solemnes verdades
científico-exactas con matemáticas aplicadas vestidas de traje sastre,
intentan convertir el acto político en “la realidad única posible de la
vida nacional”, con los medios electrónicos mágicamente se convierten en
“verdad acordada y consensuada” entre los muchos que sufren la
imposición y los muy pocos que la disfrutan.
El vacío, la banalidad se confunde con los aromas de la delicada
perfumería, las sedas de las corbatas y los retoques faciales, los
tintes de cabello, manicura embalsamada con barniz que los subyugan,
para no envejecer, para ser eternamente jóvenes y esbeltos. Las cirugías
plásticas que como el Pacto por México uniforman a la izquierda de las
profundidades porriles como los Chuchos, a la ultraderecha menguada
sumida en su moral católica totalitaria. Con el PRI, se da la fórmula de
acuerdos entre neoliberales y neoconservadores bajo un sistema de
esclavitud, servidumbre con ocupación precaria e ingresos pírricos (7
pesos la hora según la reforma laboral). Cuyas leyes de producción son
para soportar los privilegios, la ostentación y la brutalidad de la
economía del desperdicio, que encumbra a unas cuantas familias que no
alcanzan veinte gigantes monopólicos con una grey de ricos de menos de
185 mil familias, en un México con sus extensiones estadounidenses
habitado por más de 100 millones de seres humanos, más de la mitad en
condiciones de hambre, algunos ya en grado extremo.
Es pobreza con televisión presente en prácticamente la totalidad de los
hogares. Miseria con celular, tienen un teléfono celular un 85% de los
mexicanos, mientras 32% no tienen sanitario, un 30% no tienen conexión
de agua potable dentro de la casa, y más del 70% tiene ingresos
inferiores a 2 salarios mínimos, es decir están por debajo del mínimo
indispensable, para no hablar del transporte, el empleo, la salud.
Es pobreza desinformada saciada con espectáculo y entretenimiento
mediático, virtual, con dolor e inanición reales, el progreso nos
convierte en el país de los diabéticos por el consumo de gaseosas,
panadería, frituras industriales que se venden en las escuelas públicas,
privadas y el moderno sistema uniformado de mercados de autoservicio,
sin ley que regule los nutrientes indispensables para una vida sana. Es
patología institucionalizada de ganancia absoluta a costa de la vida,
produce infrahumanos cuyo mayor valor es su voto en tiempos electorales.
En las elecciones es cuando reciben alguna gratificación para luego ser
arrinconados, reducidos y despreciados.
País de economía petrolera, con ese “habitante” que ocupa más espacio
que los seres humanos, cuya existencia determina el espacio de las
grandes concentraciones urbanas contamina el aire: Hace más de 30 años
Ivan Illich escribió que “el varón estadounidense típico consagra más de
1,500 horas por año a su automóvil, sentado dentro de él, en marcha o
parado, trabaja para pagarlo, para pagar la gasolina, los neumáticos,
los peajes, los seguros, las infracciones y los impuestos para la
construcción de carreteras y los estacionamientos. Le consagra cuatro
horas al día en las que se sirve de él o trabaja para él. Sin contar el
tiempo que pasa, por él, en el hospital, en el tribunal, en el taller o
viendo publicidad automovilística ante el televisor (Duran, 2013). Son
casi 19 millones de automóviles en México, que producen el 34% de la
contaminación (CO2). Transportan y cargan con una minoría, menos de un
ser humano por automóvil. Con el petróleo que queman las plantas
generadoras de energía eléctrica producen otro 22% de contaminación y la
industria 10%, sumados 66% de la polución (son datos de PEMEX, 2013).
Pone a la orden del día una reforma estructural, más allá de asegurar
las rentas petroleras a la élite. Se precisa visualizar un país con
desarrollo ecológico humano, sensible, perceptivo, intuitivo, creativo,
constructivo, amorosamente respirable, con educación pública y acceso
para todos a los bienes de la cultura. Lo demás son fórmulas de mercado
inhumanas. Contra estas fórmulas nos movilizamos este 8 de septiembre en
el Zócalo de la Ciudad de México.
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