¡¡Exijamos lo Imposible!!
Proceso
Presidencialismo transgresor
MÉXICO, D.F. (apro).- Para un no priista lo ocurrido el pasado 3 de
marzo en la Asamblea Nacional del PRI resulta indignante. No entienden
cómo un partido político pasa a ser una simple “caja de resonancia” de
los deseos del Presidente de la República; no les cabe en la cabeza que
el Ejecutivo federal sea el eje aglutinador y su jefe máximo en el
Revolucionario Institucional.
Sin embargo, para un priista esto
resulta ser una gracia de la que cual se sienten beneficiados. Esto
sucede así porque cuando el PRI perdió la Presidencia de la República en
el 2000, también perdió la unidad, la disciplina y la brújula.
Los gobernadores se convirtieron en pequeños poderes que movían a su
antojo a sus legisladores federales, pero también se dividieron, no
supieron convivir en democracia y terminaron peleándose por la
dirigencia nacional.
La pérdida de la Presidencia de la República
les generó división. La división los llevó a perder más poder, salir de
los presupuestos: federal y estatal.
Pero también el PRI se
partió en dos: los nacionalistas revolucionarios y los tecnócratas. Unos
y otros se culpaban de la pérdida del poder, de aliarse con el
PAN-gobierno por intereses personales.
Ahora, con el regreso a la
Presidencia, los priistas decidieron hacer, de su costumbre de antaño,
una ley: que el Presidente de la República sea el jefe formal del
partido, como sucedió durante los más de 70 años que estuvieron en el
gobierno.
Dicen los priistas que esas facultades
metaconstitucionales ejercidas por el Presidente durante la primera
etapa del PRI, “hoy ya no las ocultamos, la institucionalizamos”.
El
término metaconstitucional significa más allá de la Constitución, es
decir, que el Presidente de la República ejercía facultades que no le
estaban permitidas por ley.
Un reconocido priista de viejo cuño
ya fallecido, Jorge Carpizo, definió en su libro El presidencialismo
mexicano tales facultades, y dijo que existían porque:
“Es el
jefe del partido predominante; el debilitamiento del Poder Legislativo,
ya que la gran mayoría de los legisladores son miembros del partido
predominante y saben que si se oponen al presidente las posibilidades de
éxito que tienen son casi nulas y que seguramente están así frustrando
su carrera política; la integración de los miembros de la Corte no se
opone a los asuntos de interés del Presidente; la institucionalización
del Ejército, cuyos jefes dependen de él; por su fuerte influencia en la
opinión pública a través de controles de medios de comunicación; la
concentración de recursos económicos en la Federación, específicamente
del Ejecutivo”.
Todos estos hechos, con excepción de una sumisión
de la Corte al Ejecutivo, ocurren de nuevo, sin embargo, ello no
implica que por tratarse de un hecho real no pudiera ser violatorio de
la ley.
Existen voces que aseguran existe una trasgresión a la
Constitución, por ejemplo, que al participar directamente el Ejecutivo
en un partido político rompe la norma de equidad en los procesos
electorales.
Esto aún lo tendrá que definir el Instituto Federal
Electoral (IFE), pues es ahí donde se determina la legalidad o no de los
estatutos de cada partido político.
Pero validados o no por el
IFE, lo cierto es que hoy los priistas, a diferencia de los no priistas,
no sienten como ofensa el sometimiento al Ejecutivo federal; no es
indignante para ellos el no defender sus posiciones políticas, no
resulta cuestionable que no tengan derecho a disentir del Presidente de
la República.
Y no lo es porque para ellos es más cómodo vivir en
la verticalidad, en la antidemocracia interna que en la discusión de
ideas. Ya lo vivieron en los 12 años recientes y no supieron qué hacer,
no supieron ponerse de acuerdo para hacer valer una ideología y que ésta
fuera la que convenciera a la ciudadanía.
Para los priistas es
mejor que exista un eje que los aglutine a tener que tomar decisiones
propias. Les resulta más cómodo que haya un jefe supremo a quien seguir;
para ellos el caudillo es necesario porque de lo contrario afloran los
enfrentamientos, se distraen de sus tareas y pierden el poder.
Y
si así les gusta estar a ellos, pues que así sea; nadie tiene derecho a
decirles cómo deben conducirse, qué quitar o poner de los documentos de
su vida interna. Lo único cuestionable es si el Presidente debe formar o
no parte del partido y si ello implica violentar la Constitución. Por
lo demás, que el PRI se ponga sus propias reglas que a final de cuentas
son ellos mismos quienes terminan aniquilándose entre sí.
¿Será por eso que la gente cree cada día menos en los partidos políticos? Entre otras cosas.
Comentarios: mjcervantes@proceso.com.mx
Twitter @jesusaproceso
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