¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!
Son corruptos, no tontos, los altos jerarcas de la Iglesia
María Teresa Jardí
Hace
años era un chiste recurrente que se contaba entre curas, monjas y
laicos, el de que al Espíritu Santo se le había prohibido la entrada al
Vaticano. De un Papa que bendecía los aviones que Hitler enviaba —con
una operación que también se conocía, me parece, ya como operación
Cóndor— a tirar bombas contra los republicanos españoles.
Nombre que luego fue retomado por las dictaduras de Argentina, Chile y
Brasil, como una operación que, además de torturar, desaparecer y tirar
personas vivas al mar en el Cono Sur, con el apoyo de los yanquis,
sirvió para perseguir a los exiliados de las siniestras dictaduras de
las que apenas se empiezan a analizar sus consecuencias, y en el caso de
Argentina a castigar tardíamente a siniestros genocidas. Exiliados a
los que México, por cierto, a pesar de ser Echeverría tan amigo también
de la CIA, les abrió las puertas. Un país, el nuestro, digno entonces de
admiración y valentía. Un pueblo, el mexicano, que todavía tenía
mayoritariamente como característica la de su férrea, y terca incluso,
solidaridad con el hermano que sufría.
Aunque luego ese mismo impresentable personaje, Luis Echeverría, haya
permitido al Ejército mexicano poner el mismo nombre para la represión a
los grupos guerrilleros que en México fueron surgiendo a pesar de la
peculiar y sexenal dictadura que hasta pensamos algunos ingenuos que no
era dictadura.
De ese Papa fascista pasó la Iglesia que alguna vez se soñó
representante del hijo de Dios enviado a la Tierra a redimir a los
hombres, a Juan XXIII, quien, a pesar de ser elegido por su edad,
pensando, seguramente los cardenales, en que se moriría pronto, fue, no
sé si el primer Papa pastor pero sí me queda claro que el último. El
Papa que entendió que o la Iglesia Católica cambiaba o acabaría muriendo
convertida en una secta.
Lo siguió Pablo VI, quien empezó a dar marcha atrás en lo logrado en el
Concilio Vaticano II. A quien siguió Juan Pablo I, quien, en el mejor de
los casos fue dejado morir por abandono. Para ser sustituido por Juan
Pablo II, que de santo no tiene nada y sí todo de protector de
peredastas.
Y luego de pasar por un nazi involucrado también en el encubrimiento de
su antecesor a personajes de la talla de Maciel, con dos mujeres, con
varios hijos agredidos sexualmente por el padre, amén de haber agredido a
muchos más. Encubierto por el dinero que mandaba al Vaticano tan
absolutamente desprestigiado.
Y a su renuncia ante la corrupción exhibida en la cúpula de esa Iglesia.
Mintiendo los cardenales, entre los que se encuentran los acusados,
también, como Norberto Rivera, de haber protegido a curas pederastas, no
eligen a un latinoamericano, eligen a uno de origen Italiano, que
apoyó, siendo Obispo, la represión de la década más triste del Cono Sur
de nuestra América. 30 mil desaparecidos sólo en Argentina. Muchos
ejecutados y la tortura como regla. Dictadura apoyada, siempre se supo,
por el Obispo de Buenos Aires, quien siendo Superior de los jesuitas, no
defendió ni a sus hermanos ni a las mujeres embarazadas.
Es curioso que se haya elegido a un jesuita. Pero el ser jesuita no
garantiza no ser fascista. Es curioso el nombre elegido. Son corruptos,
no tontos los altos prelados de la Iglesia que se soñó la única la
santa, la verdadera, la apostólica y la romana, conservando ya nada más
lo de romana. Si Dios existiera no enviaría a su hijo a la Tierra.
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